Sus poemas

Enantes y hoy

Mi chupete fue el pulgar…
después de mi mama india,
cuando dejé de gatear
y precisé de comida.

Probé en mis hambres primeros:
"Patas", "Ocote" y Librillos,
que alzaba del matadero,
cuando se carneaba a cuchillo.

Y mi mama me aguardaba…
Con lo que había conseguido
descubrí lo deleitoso
de "Tutanear" un "güesito".

Mi madre fue una negrita
más linda en sus lavados.
Siempre contó moneditas
que ganó en largos planchados.

Nunca conseguí "Conchabo",
me gustó ser "lustrador";
y fui aprendiendo a su lado,
¡a ser pobre, con su amor!

Y, al fin me fui de mi pueblo.
De Corocorto, ¡Señor!

Mi madre me dejó un rancho…
que fue heredad sin tutor.
Me lo comieron "caranchos"…
que no tendrán mi perdón.


Félix Dardo Palorma. Extraído del libro: "Lo que no ha sido, vive sólo en Dios" (1989)


La tempestad y el labriego

Ya de nubes se poblaba
el cielo, que era un cristal.
Luego, una negra procela
lo iba cubriendo total.

Y las ráfagas primeras
se acentuaban más y más.
Al alambrado arrancaban
agudo trino al pasar.

Después el viento iracundo,
quiere descuajar la tierra.
El trueno sacude al mundo
con sus fragores de guerra.

Huye el pájaro a su nido,
o va al monte a refugiarse,
la hacienda, al paso vivo,
va a guarecerse en los sauces.

Mis ojos van a clavarse
en donde estallan los truenos,
que aumentan como la angustia
que se me gana en el pecho.

¡Tempestad de Santa Rosa!
¡De este labrador te apiades!
¿Por qué vienes con tu mal
nuevamente a castigarme?

Otra vez has de quitarme
la semilla que sembré;
una vez más, cambiaré,
mis sueños de fruto, en hambre.

¡Santa Rosa!...Buena madre!
No dañes mi zapallar!
No descargues tu tormenta...
¿Dónde iremos a parar?

Abrí tus tanques aéreos
que la tierra beberá;
pero, llévate las piedras
hijas de tu vendaval.
...............................

Ya no se ve una luciérnaga
por el espacio ambular;
sólo se oye el crepitar
de los gajos que se quiebran.

Cortados a ras de tierra,
todos los pastos están:
Yo ya he perdido la siembra...
que es del labriego su pan.

Clavar un hacha en el medio
de una cruz hecha de sal;
decir palabras y rezos,
no cortan la tempestad.

La tempestad de mi alma,
se ha desatado a la par.
Mi buena mujer, me dice:
-queriéndome consolar-

"No hay mal que dure cien años".
Luego se pone a rezar.
Mas, cuando la fe se quiebra...
¿de qué nos sirve el refrán?

Y así, que espero, tres años.
De sol a sol trabajar...,
abriendo surcos tamaños
de esperanzas y de afán;

que aboné con mis sudores,
y éste es el saldo final:
Yo cargo con los dolores;
mis hijos quedan sin pan.

Ya, aunque pase la tormenta,
he quedado en el guadal.
¡Muchos años llevo a cuestas...!
¿Cómo volver a empezar?


Félix Dardo Palorma. Extraído del libro:
"Ecos de Cencerro" (1948)


La breve espera

No me ha dicho nada;
pero ya es sabido…
Sin decir palabra,
llegó y se ha ido.

Mis ojos recorren
lo ya conocido…
el plato… tapado,
porque no ha comido.

Y, llega la noche…
yo, atento el oído.
Las horas se pierden
en el nerviosismo.

Tras la medianoche,
escucho sonidos,
por lo que adivino
que ha vuelto mi "niño".

Mi muchacho grande!
mi hijo…  ¡querido!

Félix Dardo Palorma. Extraído del libro: "Lo que no ha sido, vive sólo en Dios"

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