Paulina Vinderman: “La poesía es una búsqueda de lo perdido”

La destacada poeta argentina publicó once libros, entre otros: “La balada de Cordelia”, “Escalera de incendio”, “Bulgaria”. “Cuaderno de dibujo”, su último libro, confirma una inusual sensibilidad en el fino manejo de un lenguaje preciso. Una voz tensa, a

Paulina Vinderman: “La poesía es una búsqueda de lo perdido”

Vinderman pertenece a la generación de Kato Molinari, Mónica Sifrim, Claudia Schvartz y Diana Bellessi. No obstante, su propuesta ha seguido un camino muy personal. Una poética de registro reflexivo e intimista. Un pulso que se transmuta en realidad interiorizada.

-Continuás, en esta nueva entrega, trabajando el lenguaje. Cuaderno de dibujo, es ante todo, un libro intenso horadado por la ausencia. A través de sus páginas, ¿de qué forma ahondaste el sentido de las palabras?

-Horadado por la ausencia, decís. Sí, aunque creo que no sólo este libro habla de ausencia, sino toda mi poesía. Y, en general, la poesía es una búsqueda de lo perdido.

Es el lenguaje el único capaz de apresarlo, de hacerlo renacer, de restituírlo aunque sea en fragmentos y de modo fugaz. Porque viajar en el lenguaje es ir hacia el origen; el corazón del lenguaje, donde habita la poesía, es la sangre del idioma. Se vuelve a nombrar y, parafraseando a John Berger, el poema toca una ausencia de la que, de no ser por él, no seríamos conscientes.

-En "Cuaderno de dibujo", y esa relación poesía-pintura que se da, la respiración continúa ampliándose. El libro, nuevamente te lleva a ese lugar donde unís realidad y ficción. Y habla, además, del proceso de escritura, del momento del nacimiento del poema. ¿Por qué significa tanto el origen de un poema?

-El entrelazado realidad-fìcción es una constante en mi escritura; se da naturalmente. Con respecto al proceso en sí, hace mucho ya que el poema es el tema del poema (Wallace Stevens dixit).

Pero, como vos notás, en este libro hago hincapié en el momento del nacimiento del poema. Todo el libro se gestó en base a esa inquietud: el impulso de la lapicera o el pincel, idéntico impulso. Esa travesía de lo conocido a lo desconocido; una travesía que nos afìrma la profunda necesidad humana del arte.

Ese momento inicial es relevante para ambas, pintura y poesía. Braque hablaba del clima: "Hay que lograr una cierta temperatura que haga las cosas maleables" y agregaba, en esas notas de reflexión sobre su tarea: "la oscuridad vulnerada por el rayo poético". Es el instante de irrupción, de aceleración de la percepción, de la visión nítida de una relación entre opuestos o dispares, que antes no vislumbrábamos.

- El poema en "Cuaderno de dibujo", más que en ningún otro libro tuyo, es también un dibujo en la página. Me refiero a tu preocupación formal por los espacios. Las páginas pares figuran en blanco, mientras que en las impares están ocupadas por el cuerpo del poema. ¿Qué trabajo implicó considerar ese detalle?

-La disposición de los poemas fue una delicada gentileza de mi editor, que eligió (y yo celebré) dar sufìciente espacio a cada poema, aún cuando hay un hilo conductor y cada uno es una cuenta del mismo collar.

-Leemos: "Mi lápiz se acerca demasiado./ Mi lápiz se aleja demasiado.// Es mi pluma la que esta vez se acerca/ al centro como una casa de espejos". Y al hacer esto, descubre mundos imaginarios y más reales aún, como la memoria de la infancia… la "infancia interrumpida". ¿El recuerdo es un consuelo en tu poética?

-La infancia (no soy nada original por cierto) es la patria del escritor. El descubrimiento del mundo: su complejidad y contradicciones; su belleza y su crueldad. Para un poeta es todavía más acentuado.

Según Brodsky (me uno a él), el poeta es un ser que ha sido herido por el lenguaje (casi siempre en la infancia). Tal vez sí, tal vez el recuerdo, por doloroso que sea, es un consuelo. Porque el olvido es una muerte, una traición; a menudo una traición necesaria y dulcísima pero traición al fìn.

En realidad, ahora que lo pienso, el consuelo mayor es la puesta en palabras, la certeza de que el lenguaje ha dado cobijo a la experiencia, al sueño, a la visión. Una de las virtudes de la poesía que más amo es su capacidad de memoria. Una vez la defìní como una vasija llena de memoria.

-La angustia parece ser materia esencial de este poemario. La melancolía, la fugacidad inexorable de la vida… Un sentimiento de desasosiego análogo al padecido por Bernardo Soares de Pessoa. Escribís: "La nostalgia enfermiza del lugar donde/ jamás estuve". Y aún vas más allá cuando decís: "Todo lo que vemos es pasado". ¿El tiempo mitifica al Yo lirico, Paulina?

-Hemos hablado de ausencia, de pérdidas. La melancolía es un atributo de la pérdida. Inevitable su presencia, su agua vital. En los momentos felices estamos apresados en la caricia, en el sabor del durazno, en el sonido del piano… Olga Orozco solía responder respecto de este tema con un refrán muy ilustrativo: Boca que besa no canta.

En cuanto a "Todo lo que vemos es pasado", los Aymara (y otras culturas) hablan del pasado como lo que está delante de nosotros: lo que podemos ver. El futuro, desconocido, está detrás. Además, contemplar el cielo y saber que las estrellas que vemos están muertas, nos llena de un escalofrío existencial, una pequeña-gran sabiduría que nos deshabita.

Y el tiempo, ah el Tiempo, puede construir mitos de todo. Y asimismo, adora al lenguaje (Auden Dixit). Hay una cita preciosa de Heráclito que habla del tiempo como un niño que juega, un creador.

-Asimismo se trata de un poemario permeable a la intertextualidad. Incurrís en la incorporación de versos de otros escritores y poetas para tejer la arquitectura de algunos de tus mejores poemas. ¿Se trata de un procedimiento que busca estrictamente respaldar el sentido de lo que se quiere decir?

-Esa intertextualidad que mencionás es muy respetuosa; cito rigurosamente las fuentes. No se trata de respaldo alguno. Simplemente se cuelan en el poema porque están presentes en mi mente, en mi mundo, así como lo vivido o lo soñado. A veces es un diálogo que intento con ellos, al reflexionar.

Es el poema el lugar en el que pienso. También acudieron algunos pintores, entre ellos los del paleolítico, que me tienen hechizada. Los siento muy cercanos. Sus sueños, sus miedos, sus interrogantes frente al misterio son los nuestros. Y su arte es magnífico.

No importa si los animales eran pintados para celebrar la caza o para invocarla. Lo cierto es que los pintaban con maravillosa destreza, con cuidado y precisión. Los pequeños guanacos de la Cueva de las Manos (Santa Cruz) parecen danzar.

-Creo no ser el primero en indicarlo, pero los gatos suelen aparecer en tus libros con cierta regularidad. Aquí, por ejemplo, mencionás al "gato de Cheshire". ¿Qué pensás que simboliza este animal en tu poética?

-Adoro a los animales; los gatos, en especial, ejercen una fascinación sobre mí, desde chica.

Tuve una gata que vivió 18 años y llamé Pelinora, en homenaje al Rey Pelinor, un personaje de Camelot. No creo que el de Cheshire simbolice nada, por lo menos en forma consciente.

Sólo es el gato de Cheshire apareciendo en mi página. Los libros de Alicia fueron muy importantes en mi vida (de niña y de adulta). Algunas tardes (nadie lo sabe) me escapo a tomar el té con el Sombrerero loco.

-Sos una poeta que siente una verdadera pasión por la lectura, es decir, el conocimiento. Cada vez que te veía en los cafés, estabas concentrada en alguna lectura. Considerando tu extensa obra lírica. Principalmente, ¿qué narradores te inspiraron a desarrollar ese lenguaje de encantamiento?

-Sigo siendo una lectora voraz, Augusto, ahora sobre todo de filosofía y ensayo, además de poesía. Y de novelas policiales, para descansar un poco (soy adicta a los policiales).

No sé exactamente la influencia que los narradores dejaron en mis textos; voy a nombrar los ineludibles, entre todos los que marcaron mi vida.

En la infancia: J. London, R.L. Stevenson, L.M. Alcott, Andersen, Hnos Grimm. Después, Hemingway, Faulkner, Chéjov. V. Woolf, K. Mansfìeld, Conrad, Balzac, Flaubert, Berger, Salinger, Carroll, Rulfo, García Márquez, Borges, Cortázar, Arlt… Hay dos novelas argentinas que quiero resaltar, dos joyas: “Zama” de Di Benedetto y “Eisejuaz” de Sara Gallardo.

-¿Extrañás a Giannuzzi?, ¿cómo era él en la intimidad de su amistad?; ¿qué te transmitió su experiencia?

-Lo extraño muchísimo. Joaquín Giannuzzi fue un poeta admirado, un amigo y un padre. Cuando mi padre enfermo requería de todo mi tiempo (soy hija única), Joaquín me telefoneaba todas las mañanas para darme ánimo. Hablábamos de literatura, de la vida y también de historia argentina. Nos encantaba discutirla a fondo. Extraño, su humor, su inteligencia, su cariño, su tetera generosa sobre la mesa.

-Esperar al poema en tiempos de sequía, ¿continúa siendo desolador para vos?

-Las temporadas de sequía siempre son desoladoras; en este preciso momento atravieso una, pero tengo un libro cerrado que debo revisar, escrito el año pasado y terminar una traducción.

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