Lustrabotas, una actividad en baja pero siempre querida

Cerca de 15 personas todavía se dedican a mantener limpios zapatos y zapatillas de cuero en las calles céntricas. La mayoría son adultos y prácticamente no hay recambio generacional, producto de una actividad en baja, pero muy querida por muchos mendocino

Por Amigorena, desde avenida San Martín hasta Primitivo de la Reta, unos 12 lustrabotas trabajan a toda máquina. Es que ya sale el ómnibus y los clientes están apurados para llegar a su destino.

Le sacan brillo hasta el cuero más opaco y para ello cuentan con las mejores pomadas, fabricadas en Las Heras.

Sentado en su banco de trabajo en la esquina de Rivadavia y San Martín, Juan Javier Moreira con más de 80 años, nos vuelve a la realidad. Mira hacia Amigorena y cuenta que esa imagen pertenece a la época de oro de este oficio, entre los 40 y 60. Hoy el lustrabotas del Centro está en vías de extinción.

Limpiavidrios, músicos, malabaristas y otros artistas han ganado espacio en la urbe, acosada por el diario trajín. Y por algunos rincones todavía uno puede ver a aquellas personas que esperan sentadas a un nuevo cliente.

Como el salteño Pablo Guzmán, que lleva 20 años en la esquina de Peatonal y San Martín. “Vengo de familia de lustrabotas, incluso soy cuñado de los hermanos Rodríguez”, un grupo de 5 hermanos que se dedica al oficio y se instalan en la Peatonal, Legislatura, Casa de Gobierno y otros sitios del Centro.

“Para ser buen lustrador, hay que tener buenos materiales, hasta las zapatillas lustramos. Ahora también  estaría bueno que nos hicieran una garita o algún tipo de protección para guarecernos del frío, la lluvia, o el calor en verano”, asegura Pablo.

Pintoresco

El cliente Oscar Salomón, confía: “La diferencia fundamental es que el lustrador maneja muy bien el oficio, es una persona que lustra con una calidad distinta a una persona común, que lo hace en su casa. Además es gente muy buena, de trabajo, es una tradición, deben seguir estando, la verdad es muy pintoresco verlos trabajar, desde la mañana hasta la tarde, es una tradición en Mendoza”.

Pedro Martínez, empleado de comercio cuenta que “hoy todavía si querés mostrarte impecable en un casamiento, en la oficina o en una reunión, tenés que venir al Centro para lustrarte los zapatos, es elegancia pura”.

Y recuerda al famoso Ñato, que tenía de “socio” a su hijo, que era zapatero y se complementaban. A Serrano, un hombre morocho, alto, que hasta hace poco venía a trabajar en una Siambreta (motoneta). Luego se actualizó y se compró una Honda MB 100.

El recordado y querido Ñato le dejó todo el lugar a Manuel, que compartían en Amigorena y San Martín. Y más al sur está el hermano del Antonio, tal vez el más joven de todos los lustrabotas, en Alem y San Martín.

Entre diarios y franelas

“Te llaman a vos sin saber quién sos.  Alumno sin maestro”... dice una letra del grupo de rock nacional Pastoral dedicada a los lustrabotas.

Hoy, según los entendidos en la materia, deben quedar unos 15-16 lustrabotas en todo el Centro mendocino.

Juan Javier Moreira cuenta que empezó desde chico a lustrar. “Mi padre murió en el 44 y tuve que trabajar desde chico. A primera hora vendía el diario y después lustraba zapatos, botas. La gente venía de la Terminal de Ómnibus (que estaba en Primitivo de la Reta, casi Amigorena) y fuera del Centro, las calles eran de tierra y por eso querían que sus zapatos estuvieran limpios, brillantes”.

Juan también recuerda que otros puntos donde había muchos lustradores eran: los accesos del Mercado Central y la Estación del Ferrocarril (Las Heras y Villalonga).

Jubilado activo

“La lustrada costaba 5 centavos y la fábrica de pomada era de Masmut, que estaba pasando el Zanjón de los Ciruelos en Las Heras. Valía 10 centavos la cajita de pomada”.

Sentado frente a la Galería Tonsa, Don  Rodolfo Benicio Flores, cuenta que la época de oro del oficio fue entre los 40 y 60. Tuvieron sindicato, pero fue intervenido y  cerrado por los militares a mediados de los 60. “Por lo menos teníamos algo, hacíamos los aportes.

Afortunadamente logré jubilarme, porque trabajé 43 años en la Municipalidad de Guaymallén. Pero esto no lo abandoné nunca. Me dio de vivir. Venía a la tarde, a la mañana, depende del turno que me tocara en Guaymallén.  Hoy tengo 2 hijos, 5 nietos, dos bisnietos”, dice orgulloso.

Rodolfo lleva más de 60 años lustrando y tiene una memoria impecable.  “Frente al diario Los Andes estaba la pizzería Los Vascos. En el Citibank (hoy Santander Río), estaba la farmacia Avenida y cuando hicieron el edificio Gómez, ahí se trasladó la farmacia”.

Recuerda la famosa pizzería Amigorena 85 y el salón de lustrar que había sobre Primitivo de la Reta. “Aquí, a la vuelta, en la peluquería La Navaja de Oro, también había otro salón. El último que quedó fue en Las Heras y Villalón, junto a la estación del ferrocarril”.

Comenta que los zapatos de cuero “de becerro eran una locura, le sacabas brillo y parecían de charol”. En cuanto al trabajo, señala: “Sigo viniendo porque me gusta, siempre hay trabajo. Viene gente grande y algunos jóvenes también. Una lustrada cuesta entre 30 y 40 pesos y una caja de pomada, que se te va en dos lustradas, cuesta 80. Todo cuesta más”.

Y finaliza: “Hoy es otra cosa, eso que va ahí... mató todo”, asegura Don Rodolfo mientras mira unas zapatillas de tela de alguien que camina por la calle.

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