Aquél vecino chileno que le intercambiaba clases de guitarra por rondas de mates a un niño golpeado por la vida, ¿habrá imaginado que estaba gestando un músico cuyas canciones serían traducidas a más de catorce idiomas y alguno de sus discos serían los más vendidos en la historia de la música en nuestro país?
No lo sabemos. De lo que sí hay testimonio es de que
Leonardo Favio
vivió en carne propia el asedio del hambre, el abandono, la frialdad de los hogares para menores y la dureza del Patronato, sin embargo nada de esto fue un impedimento para que se convirtiera en un artista íntegro. Además de músico, el mendocino es considerado Director de cine de culto.
Favio ha marcado a más de una generación con sus canciones, esas que sobre el escenario interpretaba mezclando su costado de músico y actor. Esas que por momentos recitaba como una poesía y se animaba a darles una entonación según su capricho, tomándose todas las libertades a hora de estirar una vocal. Desde los adolescentes de los años '60 a los jóvenes del '12 saben quien es. Algunos porque son fanáticos de sus canciones; otros, de sus películas y algunos, quizás, porque saben que hubo un mendocino que nos representó por el mundo y nos dejó de maravillas.
El respeto internacional y el reconocimiento de Director de culto lo ganó después de dirigir tres películas (“Crónica de un niño solo” -1965-, “Romance del Aniceto y la Francisca...” -1967- y “El dependiente” -1968-). Mientras tanto, Favio empezó profesionalmente con la música. Es considerado uno de los precursores de la balada romántica latinoamericana, que surgió en los años '60.
La luz del éxito llegó rápidamente a él, pero lo encandiló. “Me sentí muy perplejo – confesó- No esperaba una avalancha así y no sé si me hizo bien. Venía de un mundo de mucha tranquilidad, de austeridad, y de golpe ver esa locura de los medios, de la gente, de los shows continuados. Me sorprendió, me descolocó, y tardé mucho tiempo en reaccionar.”
Como buen mendocino se crió entre tonadas, zambas y milongas que, cuando empezó a tocar, se animaba a despuntar sólo entre conocidos. Hasta que un día, impulsado por un amigo, cantó en La Botica del ángel (centro cultural porteño). La vida de Favio estuvo marcada por la ventura y la desventura. Ésa fue una de 'sus' noches: un productor de la compañía CBS se acercó y le propuso grabar un disco. Desde ahí, ni la historia política del ‘76 lo calló.
Fuad Jorge Jury
, tal su nombre real, peronista hasta los huesos debió exiliarse durante la última dictadura militar, sus canciones no era bien vistas en el país.
En el ’76 abandonó la Argentina, llevaba con él siete discos de su autoría. Músico inquieto grabó en los primeros años de su carrera un promedio de un disco por año. “Fuiste mía un verano” (1968) y “Leonardo Favio” (1969) le valieron de reconocimiento en el exterior y lo catapultaron a la fama. Del '70 al '74 grabó cinco discos: “En España”, “Vamos a Puerto Rico”, “Favio”, “Hola che” (estos dos últimos en el '73) y “Era..cómo podría explicar”.
Después se fue, anduvo callejeando. Los primeros años estuvo de gira por América Latina y, después, se estableció en Pereira (Colombia) junto a familiares. Desde ahí partía para cantar en distintas partes del mundo y volvía.
Once años estuvo Favio exiliado. Cuando volvió, en el 87, había grabado siete discos más: “Este ss Leonardo Favio(1977), “Nuestro Leonardo Favio” (1977), “Hablemos de Amor” (1978), “En concierto en Ecuador (1978), “Aquí está Leonardo Favio” (1983), “Yo soy (1985) y “Amar o morir” (1987).
Ahora debe estar columpiándose en alguna plaza, ojalá, de la Mendoza que lo vio nacer. Él tenía la idea de que cuando la muerte viniera a buscarlo no podría arrebatárnoslo porque no se quedaría quieto.
En el año 2010 publicó este medio
que cuando tenía siete años fue su madre a buscarlo al hogar El Alba para darle la noticia de que su padre había fallecido. Él no entendía de que se trataba la muerte.
Y nos trasladó a su infancia. “Una vez vi pasar un coche fúnebre y Marina (una amiga) me dijo que allí llevaban a un muerto y me explicó que era un señor todo quieto que se moría. Y desde entonces cuando en medio de algún rezo me irrumpía la idea de la muerte, me decía: "Si algún día la veo, voy a salir corriendo a alguna plaza y me voy a poner a jugar en un columpio para que no me agarre, y se acabó. No me voy a morir porque no me voy a estar quieto".