La crucial acción militar sobre Guardia Vieja

Las operaciones militares preveían ataques parciales a través de sistemas de guerrillas, que permitían despejar el avance del ejército hacia la cuesta de Chacabuco.

El 7 de febrero O’Higgins confeccionó el último parte de su diario de campaña. El reloj marcaba que eran las 6 de la tarde por lo que había ordenado que las tropas armaran campamento en los potreros de Vicuña debido a la fatiga y hambre acumulados durante la marcha. Era una decisión necesaria: los soldados llevaban un día entero sin comer, y los caballos estaban estropeados.

A lo largo del día había dispuesto reunir en mulas, y víveres, y al atardecer tenía dificultades para reconocer el terreno más adecuado para armar los ranchos y aliviar a los soldados de su división.

Una vez acampados, y encendidas las fogatas que atemperaban el frío de la noche, el proveedor distribuyó los víveres, el vino y el tabaco entre los oficiales y la tropa. Concluido el discreto festín, se leyó el orden del día, y se fueron a dormir portando el uniforme que vestían desde su partida del Plumerillo. Antes de hacerlo, apagaron las fogatas para no dar pistas sobre su ubicación.

Pero el descanso fue muy breve ante la orden de reiniciar la marcha a las 2 de la madrugada con rumbo a Las Coymas, distante a dos leguas de la capilla de Putaendo.

La urgencia obedecía a la recepción del parte que avisaba el éxito de dos partidas o guerrillas en el combate de Guardia Vieja, lo que abría la ruta hacia ese destino. La acción del sargento mayor Enrique Martínez había sido efectiva desde que había decidido atacar desde Juncalillo, donde había fijado su posición.

La acción militar le había permitido enfrentar una fuerza de 94 hombres de los cuales había tomado prisioneros a 43, más dos oficiales; en el campo de batalla habían quedado 25 muertos, y algunos pocos heridos. Asimismo, la victoria sobre los realistas le había permitido obtener 57 fusiles, 10 tercerolas, bayonetas, 400 cartuchos y algo de víveres.

El parte de guerra también consignaba que la “guerrilla” se había retirado no sin antes arruinar “las fortificaciones y la casa de la guardia”. No se trataba de un recurso excepcional de las formas de hacer la guerra en tanto la estrategia militar suponía la limitación, sustracción o destrucción de las posiciones y recursos de los enemigos.

Según el diario de campaña del sargento mayor Enrique Martínez, al amanecer del día siguiente se llevó a cabo el ritual fúnebre previsto por los reglamentos militares para dar cristiana sepultura a los cadáveres de los enemigos. Para ello se cavó una fosa común para colocar a los muertos, se rezó una oración y se los cubrió de piedras y tierra para evitar que se convirtieran en presa de las aves de rapiña.

Una vez concluida la ceremonia, emprendió la marcha en completo orden hasta llegar al puente del río Colorado que estaba maltrecho; decidió entonces acampar en las inmediaciones no sin antes avistar las áreas más convenientes para que cada compañía armara sus ranchos: la artillería lo hizo en los altos, mientras que en las faldas se ubicaron las compañías de infantería, y un poco más abajo, los Cazadores del regimiento N°11.

En cambio, los Granaderos a caballo tomaron distancia del resto de los regimientos junto a 20 de hombres de fusil.

La vigía del campamento quedó en manos de centinelas, bien apertrechados en abrigo en tanto el día anterior se había descargado una tormenta de agua y granizo que había obligado a proteger armamentos y municiones.

Silueta biográfica

Enrique Martínez sargento mayor del Ejército de los Andes

Origen: nació en Montevideo en 1789. Función militar. En 1801, a los 12 años de edad, ingresó en los ejércitos del Rey en el Regimiento de Dragones, movilizado para defender Buenos Aires durante las invasiones inglesas. En 1810 era capitán del Regimiento de Patricios que apoyó la Revolución. Participó en el frente oriental y estuvo entre las tropas que tomaron Montevideo en 1814.

Gesta sanmartiniana: en 1815 se incorporó al Ejército de los Andes, y tuvo a su cargo la vanguardia de la división comandada por el coronel Las Heras. Luchó en las principales batallas que el ejército enfrentó en Chile y, en la campaña del Perú, alcanzó el grado de general. Después de la sublevación de las fuerzas patriotas en el Callao, que provocó la pérdida de Lima, abandonó el ejército.

En Buenos Aires: en 1824 retornó a Buenos Aires, y fue ministro de Guerra de Dorrego. Participó en la guerra contra el Brasil y, luego se involucró en las guerras civiles.

Fue federal, pero se opuso a Rosas, por lo que se exilió en Montevideo, donde combatió a la Confederación aliado con los unitarios. Retornó a Buenos Aires después de Caseros y, en 1857, Valentín Alsina lo nombró Inspector General del Ejército. Fin. Pasó a retiro en 1861 y murió en Córdoba en 1870.

Homenaje

Una calle y una plazoleta en Buenos Aires recuerdan a Enrique Martínez, guerrero de la independencia.

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