Vivimos en un mundo y tiempo en el que las formas del ejercicio de la política están cuestionadas por no reflejar esa noble actividad surgida para la transformación colectiva y organizada de la realidad, mediante la agrupación de hombres libres.
Este nuevo milenio ha comenzado, en la Argentina y en el mundo, con el reclamo de la sociedad sobre sus dirigentes, expresando una voluntad de cambio que aún no se encauza. El masivo fenómeno del uso de las redes sociales ha mostrado su eficacia para generar opinión, denuncias o convocar a concentraciones, pero no para gobernar (la primavera árabe es el mejor ejemplo). Dicen algunos politólogos europeos: ... “La política parece impotente para hacer frente a los grandes desafíos del mundo contemporáneo. El déficit de la misma se observa de manera espectacular en la degradación de la relación entre gobernantes y gobernados, más concretamente en lo que los segundos piensan de los primeros: la hostilidad y el desprecio hacia los políticos varían según el medio social o cultural, pero afectan a todos. Los más educados, los más favorecidos, piensan que los políticos son incompetentes y lamentan su incapacidad para elaborar programas y ponerlos en marcha, mientras en las capas populares se extiende la idea de que los políticos actúan en función de sus intereses particulares y realmente sólo prestan atención a sus propios problemas”.
Hartazgo de que la comunicación política tienda a primar sobre el mensaje, la forma sobre el contenido, los actores más que el guión. Del marketing sobre la política. Del “selfie” de la política.
Éste es el reclamo del cambio que todos esperamos.
Tanto el resultado de las elecciones de ayer, como la composición parlamentaria y territorial definida por las anteriores, imponen una necesidad de diálogo y consenso. Hay mayoría sin hegemonía.
Conscientes de esto, y/o quizá por convicción íntima, ambos candidatos llamaron a la unidad nacional. Dijo el pasado jueves, en Humahuaca, Macri: “Llegó la hora de construir puentes. Se terminó la época de las banderas de un lado y del otro, Es tiempo de todos juntos…”
Tras doce años de fuertes liderazgos, da la impresión de que el próximo Presidente ha optado por una etapa de liderazgos más institucionales, más de equipos.
La misma idea fue transmitida los últimos días de campaña electoral: una convergencia al centro de ambos candidatos, más allá de las diferencias de concepción de país que expresan.
Daría la impresión, por los últimos días, que no habrá tratamientos de shock, más allá de la primacía de un equipo neoconservador y neoliberal: sea porque la mayoría no hegemónica no lo permita, o por decisión propia. Así como sabemos que en la Argentina, no es sustentable un modelo económico que base su competitividad en salarios bajos (además: siempre hay un país con salarios más bajos) ni tampoco basado en materias primas baratas, en el mundo de las cadenas globales de valor.
Por otro lado, es cierto que son muchos los avances de doce años pero no fueron plebiscitados por nuestro pueblo. Debió recordarse más que “conducir es persuadir”.
La retirada del velo neoliberal en el mundo nos enseñó (con un inmenso costo) que el desarrollo es un proceso sistémico que debe atender a la “nueva cuestión social” (que todos seamos y nos sintamos parte de un mismo proyecto). Inclusión, que le dicen. En eso se trabajó. Esperemos que se consolide y avance.
En Mendoza (también en la Argentina: obvio) el peronismo requiere una organización en serio: institucional. Sujeta a reglas. No manejada desde el gobierno ni desde las cajas ni de los aparatos.
Mientras, en el Estado provincial, asistimos a una retirada desordenada del equipo gobernante, que más parece fruto de la situación psicológica de los que debieran conducir esta transición, que de lo difícil de las finanzas pero que puede terminar como profecía auto cumplida: dando mano libre para el ajuste y, sobre todo, para el endeudamiento.
Surgirán nuevos líderes desde una construcción más institucional de un partido y de un movimiento. El peronismo debe reconstituirse, como lo ha hecho tantas veces; esta vez construyendo una institucionalidad que lo legitime ante su gente. Tampoco como “federación de gobernadores o líderes territoriales” ni desde el manejo de la caja. Con los miles que trabajen para que la política vuelva a ser la actividad colectiva que mejore la vida de los pueblos, no sólo de los funcionarios.
La del PRO es una situación inédita, que algunos caracterizan como “la nueva derecha”. Recomiendo leer: Mundo PRO, de G Vommaro, S Morresi y A Bellotti, de Edit. Planeta donde se los caracteriza como formadas al estilo de los think tanks estadounidenses, que funcionan a la vez como centros de elaboración de programas de gobierno “llave en mano”, como espacios de socialización profesional y como núcleos de lobby. Este tipo de organizaciones trabajan en propuestas que giran alrededor de las nociones de modernización, transparencia y efectividad, detrás de las cuales no es difícil imaginar clivajes como eficiencia/ineficiencia, nueva/vieja política e improvisación/equipos. La incógnita es cómo será su coexistencia con el radicalismo. ¿Cederá su “causa” el partido centenario? ¿Será el PRO la UCeDé o el Cavallo de Menem?
Cierto es que los cambios en la política se dan en todo el mundo. La marcha y la tarea continúan: una elección, por trascendente que sea, no es el final. Es la continuidad de un proceso histórico más o menos disruptivo, pero que siempre es consecuencia de lo anterior. También así será la reconstrucción del peronismo, como un mugrón en el viñedo: de la tierra al pecho. Que sea lo mejor para esta sociedad donde vivimos todos.
Recordemos con Baumann que “si la libertad ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarla no haya formado parte de esa victoria”? Pues no dejamos de tener presente que la libertad individual sólo puede ser conseguida y garantizada colectivamente.