Con Fierro y Cruz

La literatura fue uno de los discursos privilegiados en donde se forjaron las ideas de la nación. Hoy se celebra el Día de la Tradición, en honor al natalicio de José Hernández. Una fecha ideal para releer todo lo que encierra (y libera) el Martín Fierro.

Con Fierro y Cruz
Con Fierro y Cruz

Si se hubiera construido desde el Martín Fierro y no desde el Facundo, la Argentina sería otra. Justo a mitad del XX, Ezequiel Martínez Estrada (el ensayista ideológico argentino más importante de ese tiempo), argumentaba esta certeza en un libro que llamó "Muerte y transfiguración de Martín Fierro".

Lo que anotó en esos 4 tomos, le sirvió para reflexionar sobre su época desde aquel texto pivote del XIX que ya había sido colocado (gracias a Lugones) en el escaparate de la épica nacional.

El gaucho como encarnación del ser nacional había comenzado a tomar relevancia a partir del centenario, cuando escritores nacionalistas escarbaron en las raíces de la argentinidad para extraer alguna figura, ya inofensiva, que encarnara ciertos valores lejos de la ciudad intranquila por la ?invasión' de inmigrantes.

En 1948, la lupa de Martínez Estrada observa que sólo Martín Fierro y Cruz poseen nombre en la obra de Hernández, mientras que al resto de los personajes se los conoce por sus motes (el Moreno, el Hijo Mayor, el Viejo Vizcacha). El gaucho perseguido y el hombre que traiciona a la ley arbitraria merecen, para el autor, el peso de la identidad.

Toda celebración del Día de la Tradición debería suponer, asimismo, el desafío de nuevas lecturas en torno a nuestros libros fundamentales, y del Martín Fierro en especial.

El otro gran ensayista (literario) del XX, Jorge Luis Borges, supo detenerse en un momento clave de la Ida del Gaucho: el instante en que el sargento Cruz (miembro de la milicia que va a apresar al prófugo Fierro) se rebela, cambia de bando, se arranca el uniforme para pelear contra su tropilla y se pone a defender al lobo solitario. Ese segundo en el que el instinto humano estalla en el alma de Cruz ("¡Cruz no consiente que se cometa el delito de matar ansí un valiente!") a costa de su propio pellejo es el que subyuga a Borges y lo lleva a escribir la "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz" (El Aleph, 1949).

Sabemos que la literatura fue uno de los discursos privilegiados en donde se forjaron las ideas de nación. En las ficciones literarias de la Argentina del siglo XIX se proyectaron los modelos de comportamiento y, a su vez, los ideales de nacionalidad.

El estereotipo masculino que impregnaba la cultura se definía entonces en sus cualidades de voluntad, potencia, honor y sangre fría.

Cruz -se sabe- no pudo soportar la injusticia. Incluso hay teorías que hablan de amor. Su fibra íntima lo hizo recordar (en el sentido etimológico: volver a pasar por el corazón) que él era ese otro acorralado.

Mientras cristalizaban los prejuicios del XIX, ¿qué pasaba con aquellos que no formaban parte de ese orden sostenido nerviosamente en la polaridad civilización/barbarie? ¿Qué pasaba con los parias, los homosexuales, los locos, los criminales, los vagabundos? Debajo de la línea del río Colorado, irse lejos Tierra Adentro, salirse del plano, caerse del mapa para no mancharlo.

Hubo ficciones que pusieron en evidencia el alto nivel de discriminación y xenofobia en esta sociedad: en las novelas de la generación del ochenta, por ejemplo, las sexualidades desviadas, las enfermedades nerviosas y las herencias degenerativas se concentraron en la figura del inmigrante italiano (asociado a ideas "insanas" como el anarquismo, el socialismo y el sindicalismo) y del judío. Sólo hace falta pensar en el título "En la sangre", de Cambaceres, en el cual el hijo de inmigrantes es un completo degenerado.

Regresemos a la pampa y sus gauchos errantes. En este siglo aparecieron versiones y germinaron experimentos. Oscar Fariña escribió "El guacho Martín Fierro" (Factótumj, 2011), versión tumbera que adaptaba a la dura ambientación de las villas ese canto de marginal. Incluso existe un "Martín Fierro ordenado alfabéticamente". Pablo Katchadjian, el mismo que ?engordó "El Aleph" de Borges, ordenó según el alfabeto los versos del original de Hernández (todos los que empiezan con a, luego los que empiezan con b y así) con un desparpajo que logró captar la atención de César Aira.

Volviendo al original. En el Martín Fierro de José Hernández, la llegada salvadora de Cruz a la vida de Fierro significa, además, una transgresión a los estereotipos viriles de la época.

Cruz le relata a Fierro los padecimientos de su vida de gaucho desgraciado y ambos sellan una amistad eterna.

Ese lazo ("un amigo es como la sangre, acude primero a la herida")es de una tradición literaria tan antigua como la Ilíada.

Fierro y Cruz, Juan Moreira y Julián, Santos Vega y Carmona. Estas amistades son el gran legado de la tradición gauchesca.

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