"El gran enero" (Ediciones del Dock), tercer libro de poesía de Felicitas Casillo (Bahía Blanca, 1986) tiene como escenario la estación estival y la Patagonia -su flora y fauna-. Espacio dramático donde surgen los recuerdos como motivos poéticos que regresan a través de una voz honda y emotiva. "La trama de este hombre", "Al otro lado del mundo", muchos de sus mejores poemas conservan un sesgo narrativo pero con la huella indeleble del tono lírico. Glosan situaciones a través de un lenguaje limpio, aséptico. "El gran enero" forma parte de la colección "La verdad se mueve", dirigida por Griselda García, en honor al libro homónimo del siempre vigente poeta argentino Javier Adúriz.
Casillo es profesora e investigadora, especializada en el análisis del discurso y los estudios sobre la cultura. Sus libros de poesía anteriores han sido: “Puré de abejas” (2010) y “Las Orillas” (2013); aún no publicado, pero premiado por la Fundación Argentina de la Poesía.
-¿Cómo ocurrió este acontecimiento poético llamado "El gran enero"?
-Fue un proceso lento, a partir de tiempo en el sur, conversaciones con personas del lugar y lecturas. En alguna medida tuvo como inspiración la literatura de expediciones: Francisco Pascasio Moreno, Guillermo Enrique Hudson, Andreas Madsen, el lingüista Werner Schad, o incluso Lobodón Garra, con “La tierra maldita”. Me interesa ese tipo de relato, tan distinto a la escritura científica de hoy día. Después vino el desafío de llevar aquella inspiración al género poético pero fue algo natural para mí.
-Desde el punto de vista estilístico, ¿de qué modo difiere este libro de tus primeras publicaciones?
-En “Puré de abejas” reuní poesías que ya tenía escritas, algunas de cuando era chica, y el estilo es desparejo a lo largo del libro, aunque hay poemas que me parecen interesantes. Con “Las orillas” ya perseguía en ese entonces la forma de “El gran enero”, aunque no me diera cuenta. Quizás la diferencia es un estilo más honesto. Si bien “El gran enero” es fruto de años, trabajé la unidad del libro durante un período corto y varios poemas quedaron afuera. El proyecto editorial me ayudó mucho: el tener que llegar a una última versión incentiva ese trabajo final minucioso.
-Los poemas, a menudo, los construís como pequeños escenarios. ¿Pensás visualmente cuando creás los espacios poéticos de tus versos?
-Sí, posiblemente porque lo disfruto como lectora. Hay escenas que sintetizan el sentido de textos enteros, y después las recordamos siempre: esa parte de “El idiota” de Dostoievski, un ejemplo en prosa, cuando el príncipe encuentra muerta a la protagonista. La tensión crece, el autor nunca dice que ella murió y resuelve la escena con una mosca que se posa en la almohada. Es excelente, pero ¿cómo lo hizo?, ¿cómo funciona?, ¿cuál es el truco? Pienso en un poema o un escrito como un paisaje que nos permite diferentes accesos, caminos, perspectivas y también establece límites. Un texto funciona de modo parecido: algo que permanece oculto sostiene un territorio en el lenguaje. Y tanto en la naturaleza como en la literatura, me asombra eso esencial y enigmático, eficaz e invisible.
-Más allá de lo obvio, ¿la poesía puede "contar historias" de modo diferente a la prosa?
-Los que saben dicen que una historia requiere de algunos elementos: personajes, conflicto, acción, circunstancias, y otros. Estos elementos no siempre están en el poema. La prosa lleva las riendas más sueltas para lograr un resultado, aunque esto no significa obviamente que sea una carrera que gana cualquiera. La poesía administra la expresión, quizás con el mismo rigor que el cuento pero en otro sentido, y esa economía redunda en una forma cuyo propósito más que contar una historia es lograr una intensidad dramática. Para mí esta intensidad es la belleza, que nos interpela, casi que nos llama por el nombre y nos descubre una sed por algún orden.
-¿Las palabras sirven para denotar, explicitar un lugar, consolidar un ritmo, un fraseo?, ¿o ambas cosas a la vez?
-Para las dos cosas. Las palabras representan y, en la literatura, la acción de la palabra se relaciona con el mecanismo literario. Por un lado hay palabras que tienen una resonancia propia y construyen la atmósfera del poema. Pero si la prioridad es meramente el efecto poético, se transforma en kitsch. Por otro lado, hay palabras que consolidan un nivel semántico en el texto pero son necesarias gramaticalmente, o incluso, como bien sugería la pregunta, cooperan con un ritmo o forma final.
-¿Considerás a la memoria como una operación poética?
-Es una pregunta interesante. Quizás la poesía venga después del recuerdo, y con bastante más trabajo. El discurso de la memoria se nos escapa, no es ni siquiera oralidad. Pensándolo desde la dicotomía mente-mundo de la filosofía de la conciencia, el mundo referente de la memoria está ausente, es pasado. La memoria se debe a la verdad pero la mente se confunde. En cambio, la poesía, que se debe a la belleza, trabaja con el lenguaje y acierta.
-¿Pensás que un hallazgo poético puede esconderse, también, en lo pequeño?
-Si los autores que admiramos hubieran escrito solo a partir de grandes acontecimientos, no tendríamos hoy las obras de muchos de ellos. Flannery O’Connor decía que no había nada que no requiera la atención del escritor, y que escribía para descubrir lo que ya sabía. Esa idea de la palabra como descubrimiento es luminosa. La responsabilidad consiste en partir de estas cosas pequeñas, pero no llevarlas a la trivialidad, porque sería tremendamente aburrido. En cambio el desafío es hacerlas significativas. Dickens tenía una palabra divertida para esto. Designaba el asombro del escritor con el nombre de ‘mooreeffoc’, “coffee room” al revés, leído sobre el vidrio de una puerta, desde el interior de un pub, durante una tarde cualquiera. Esta idea luego la tomaron Chesterton y Tolkien. También con esa mirada que vuelve nuevas las cosas, Borges se refería a las calles del Palermo de ese entonces, “casi invisibles de habituales”. Quizás lo realmente maravilloso sean las palabras, y los escritores intentemos de algún modo colmar el milagro de esa medida.
-Uno de tus mejores poemas es "Carlos Ortiz Basualdo murió el 12 de diciembre de 1935"...
-Leí la historia de Carlos Ortiz Basualdo en “El despertar de Bariloche”, un libro de Exequiel Bustillo, hermano del reconocido arquitecto Alejandro Bustillo. Entre otras historias, Bustillo narra la muerte de su amigo durante una tarde de verano extrañamente fría. Desde la playa, la mujer y el hijo de Ortiz Basualdo lo vieron desaparecer entre las olas sin poder ayudarlo. Estaban de vacaciones, y faltaban pocos días para la Navidad. Me asombró que en un sitio tan manso, que yo conocía tanto, hubiera ocurrido semejante tragedia.
-¿Jamás dudarías de la naturaleza de la poesía?
-Supongo que podría dudar, pero la creatividad es motivo de esperanza.
-¿Por qué?
-Porque es bastante misterioso el hecho de que los seres humanos nos empeñemos en crear. Los pájaros y los árboles no necesitan ser creativos. Solucionan la intemperie desde la especie no desde la subjetividad. Ellos saben perfectamente qué hacer. Nosotros, en cambio, no queremos solamente sobrevivir, queremos salvar a los que amamos y tenemos que usar el ingenio. Posiblemente hoy día nuestra visión tan utilitaria se relacione más con los instintos que con el aprendizaje, más con la supervivencia que con la felicidad. Pero sería ridículo, por ejemplo, pensar que existe una causalidad entre desear los buenos días a alguien y que esa persona se cure de algún mal. Entonces, me gusta pensar que la literatura comparte la naturaleza de la cortesía. Más que útil, su existencia es conveniente.
-¿Qué opinión te merece la poesía actual realizada por mujeres poetas?
-Es heterogénea, ¿no? Tanto en estilo como en temas. Pero no creo que pueda yo generalizar. En cambio conozco y admiro la obra concreta de varias autoras. Justo ahora estoy leyendo por ejemplo algunas escritoras que publican en una revista norteamericana llamada “Convivium”. Tienen una sensibilidad que me parece interesante.