Elsa Drucaroff: “Los feminismos han sido una usina de teoría nueva”

Reconocida por su trabajo como crítica, escritora y docente de Letras, Elsa Drucaroff se aventuró a intentar esclarecer algunas preguntas: ¿qué relación hay entre palabras, cosas y política? ¿Cuál es más revolucionaria: la política de clase o la política

¿Qué pasaría si el falo no fuera la única forma de producir sentido?  ¿Si sustituyéramos el poder por la autoridad para salir de la explotación? ¿Y si nos basáramos en la original articulación de los pensamientos, tan poderosos como invisibilizados, de las filósofas Luce Irigaray y Luisa Muraro, en vez de pensar desde una filosofía producida por varones?

Esa gran pregunta es el desafío que plantea “Otro logos”, el último libro de Elsa Drucaroff. “Trato de empezar con la posibilidad de salir del pensamiento falo-logocéntrico que ha imperado en nuestra cultura”, dice.

En este libro imprescindible para grandes discusiones sobre la teoría de la cultura, Drucaroff escribe: “Una lucha efectiva contra la opresión solamente puede hacerse teniendo en cuenta la lucha de clases y la de géneros, pero hay que ser conscientes de la especificidad y autonomía de cada una y, al mismo tiempo, de los servicios mutuos y las combinaciones verdaderamente maquiavélicas que se arman entre ambas. Sólo así se puede terminar realmente con eso que el marxismo sintetizó como ‘explotación del hombre por el hombre’ y quiero reformular como ‘explotación de la persona humana por la persona humana’, no por ser políticamente correcta y hablar a la moda, sino porque con las palabras pensamos el mundo, y pensar persona como ‘hombre’ es disolver la diferencia que atraviesa a la heterogénea especie humana”.

Es claro que las llamadas teorías feministas renovaron, en las últimas décadas, el modo de pensar el mundo y la sociedad. “Sin embargo, algunas cosas parecen no haber cambiado. El logos que esas teorías impugnaban, o del cual, en todo caso, desnudaban sus falacias, ha cedido menos de lo esperable, como si ante cada movimiento, él encontrara una forma sutil, inédita y renovada, de extender su dominio. Uno de los modos más agudos de esta estrategia es contraponer clase a género en una pugna que debería dirimir cuál de los dos es el concepto dominante. Cuando justamente el problema es ese: la dominación”, aclara la sinopsis de “Otro logos”.

Antes que nada, Elsa quiere abrir un paraguas: “No soy una activista feminista práctica. Sí participo del movimiento Ni Una Menos, tomo posiciones, defiendo las causas que me interpelan. Pero aclaro que no hay un feminismo. Hay muchos”.

- ¿Y cómo ves el panorama de estos feminismos en Argentina?

- Tanto aquí como en muchos países del mundo, la conciencia sobre la opresión de las mujeres se ha vuelto un tema de agenda. Es el resultado de mucho esfuerzo, ya que cuando empezaron a instalarse, cuando hablábamos de ‘género’ a principios de los ‘90, éramos ridiculizadas. El tema se abordó en la Academia después de que Estados Unidos lo puso de moda.

Como sea, los feminismos han sido una usina de teoría nueva.

- Muchas buenas causas se han visto distorsionadas con el tiempo y las fisuras internas, ¿cómo hacer para que esto no ocurra con esta lucha?

- Es claro que las mujeres somos una fuerza muy dinámica. Este es un momento de enorme responsabilidad para nosotras. No hay que perder de vista la autocrítica y sembrar conciencia. La causa feminista supone que nos hacemos cargo de todo el paquete: de los derechos y también de las responsabilidades que esos derechos implican.

Si se reconoce que lo personal es político, pues hay una responsabilidad política en los cuerpos y las relaciones. Inquieta, pues, escuchar anécdotas como esta: tras una noche de sexo consensuado y sin compromiso con un varón, una chica se indigna porque ese mismo sujeto no continúa llamándola. Dice, entonces, que él es un representante de la lógica del patriarcado y que eso es violencia de género.

“No es así. Eso no es violencia de género. Es un pacto entre dos personas libres que han consensuado,como adultos, una forma de relación. Hay que tener cuidado y responsabilidad, para no distorsionar la causa”.

- ¿Por qué no se ha logrado la legalización del aborto y, en cambio, las comunidades LGTBI han logrado el matrimonio igualitario?

- La lucha de la comunidad LGTBI logró estrategias inteligentes y transversales que le permitieron aliarse por motivos de género con fuerzas que, desde sus intereses de clase, nunca se hubieran aliado. Dieron una batalla conceptual inteligente que ganó, entre otras cosas, por saber unirse para atenerse exclusivamente a la reivindicación puntual.

No condicionaron el acuerdo por el matrimonio igualitario a otros acuerdos que podrían tener que ver con el Orden de Clases, ni siquiera con otras reivindicaciones del Orden de Géneros (por ejemplo, la legalización del aborto). Se centraron en lo que querían conseguir y se apoyaron en aliados y aliadas de partidos políticos muy diferentes, a los que lograron dividir alrededor de este punto.

En el libro se explica que, a la inversa, “muchos intentos de disputar un derecho para las mujeres por parte de las corrientes feministas encuentran de inmediato un montón de obstáculos que impiden la unidad en la diversidad”.

- ¿Qué te provoca el "Día de la Mujer"?

- Reducir el sentido de esa fecha a recordar una masacre obrera y solidarizarse únicamente con las mujeres en tanto obreras es diluir la opresión femenina en la lucha de clases. Como si el sexismo afectara únicamente a las proletarias, como si no hubiera femicidios, violaciones, discriminaciones en todas las clases sociales. Como si las mujeres burguesas no sufrieran opresiones particulares por su condición de género y como si luchar también contra esa opresión no fuera una tarea de quienes quieren construir un mundo más justo.

En “Otro logos” profundiza esta reflexión: “El 8 de Marzo es la fecha en que las mujeres de muchas clases sociales le recuerdan al mundo que están todas en inferioridad de condiciones frente a la otra mitad de la humanidad, incluso si las formas que adopta esa inferioridad son muy diferentes. Y por algo es una fecha tan resistida, por algo cada año volvemos a escuchar las mismas críticas contra ella (quienes explican que es un día “discriminatorio”, por ejemplo), por algo se intenta siempre diluir su sentido: por izquierda, subsumiendo su especificidad en la lucha de clases; por derecha, transformándolo en un día de ofertas de shopping y de peluquería”.

Drucaroff sostiene que la política de géneros no puede hacerse como se hace la política de clases. Y sugiere a los materialistas leer a filósofas como Irigaray y Muraro. “Muraro fue un aporte a mi formación feminista y también personal: como mujer-política, mujer-madre y mujer-hija. Ella dice: hemos deconstruido y deconstruido..., y eso es bárbaro, pero ¿qué hacemos? ¿cómo pensamos el feminismo? ¿de qué positividad nos agarramos? Y plantea que esa positividad puede pasar por el orden simbólico de la madre.

La clave de Muraro es que la madre construye significación en sus hijas e hijos, un orden simbólico con signos que remiten a lo real desde un lugar de experiencia y praxis, muy distinto al hegemónico, donde los signos suplantan a lo real en vez de señalarlo. Cuando la madre dice ‘manito’ y señala la ‘manito’ del hijo, está garantizando la relación de las palabras y las cosas.

- ¿Eso es lo que diferencia el poder de la autoridad?

- Sí, porque lo hace desde la autoridad de la madre, no desde el poder, que se entiende siempre como el no poder de otro. El poder debe siempre autoafirmarse para seguir existiendo. Y puede ser derrocado en cualquier momento. La autoridad, en cambio, se da por consenso de un grupo. La autoridad se gana y se perpetúa en cuanto está basada en la sabiduría y el amor. Ese aporte de Muraro es notable. Explica que esa autoridad proviene de una capacidad o potencia materna, pero la autoridad la otorga el niño o niña: es autorizada por la experiencia de quien respeta y ama a la madre. Creo que esto abre un camino político distinto e interesante.

Muraro trabaja esta diferencia entre autoridad y poder en otro texto, pero creo que sale de ‘El orden simbólico de la madre’. A mí me pasó algo muy fuerte con ese libro.

Pero no se trata de “idealizar” a las madres. “Entiéndase madre como un rol, no como la figura real. Un hombre también puede cumplir ese rol”, aclara Elsa.

De hecho, ella misma le escribió a Muraro para plantearle esta cuestión. “Me contestó con una hermosa y larga carta, me decía que debería haber dejado más claro que no estaba hablando de las madres reales, concretas -y de las traiciones que podían hacer contra su propia misión de transmitir ese orden simbólico-, sino de una posibilidad, una potencia que la cultura les da.

Drucaroff coincide con Muraro en que “el logos hegemónico, el falo-logocentrismo, nos conduce a una razón que nos vuelve huérfanos y el único modo de salir de ese orfanato es refugiarse en ese amor certero que te hacía saber que las palabras tenían una posibilidad de acercamiento con la cosa”.

Para ejemplificar, recita una hermosa canción de Serrat: “No es que no vuelva, porque me he olvidado de tu olor a tomillo y a cocina. De lejos, dicen que se ve más claro, que no es igual quién anda y quién camina. Y supe que el amor tiene ojos verdes, que cuatro palos tiene la baraja, que nunca vuelve aquello que se pierde y la marea sube y luego baja”.

En sus cursos y talleres, asisten muchas mujeres, pero consiente que son cada vez más los varones que se suman en busca de otro logos.

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