Apertura cubana, cuando lo que manda es la necesidad

Apertura cubana, cuando lo que manda es la necesidad

Como siempre, el problema parecen ser las palabras. En Cuba, al igual que en otras orillas, existe ese disloque de moda entre lo que se dice, se hace o se pretende. Es así que la isla comunista acaba de publicar la histórica ley que abre la economía a capitales extranjeros. Pero en la narrativa de la nomenclatura se trata sólo de “una actualización” de lo que había.

Ese disgusto entre el decir y el hacer puede reflejar en este caso algo más que una típica acrobacia retórica. Indicaría el modo “en puntas de pie” en que el régimen ha elegido recorrer este camino que confronta dos dimensiones centrales: la necesidad que obliga al cambio, y la dinámica que el nuevo diseño puede adoptar, aun más allá del control que pretende o supone el Estado.

La apertura cubana es el último de una serie de experimentos similares en el mundo comunista que transitó ya China con su reforma y apertura de mitad de los '70 y Vietnam con el chinh sach doi moi, o renovación multifacética de 1986. El caso de la URSS es diferente porque aquel imperio agotado colapsó y saltó sin red al capitalismo. Los comunistas asiáticos, en cambio, no dejaron el poder.

El régimen cubano se ve en ese espejo y utiliza la misma fórmula para romper su aislamiento pasteurizando las viejas restricciones del manual stalinista pero sin perder poder político. Estas medidas resueltas en el demorado 6to Congreso del PC cubano de 2011, corren, sin embargo, el riesgo de llegar tarde y parecer poco en la mirada doméstica.

El formato tiene escollos significativos. La apertura no restringe sectores  pero construye un enorme cepo que impide que los dólares lleguen a la gente. Los cubanos no podrán ser contratados por los inversionistas sino que será el Estado el que cobrará la mano de obra. La nomenclatura verá luego cómo hará llover esa ganancia entre las masas que mirarán hacia arriba. Es ahí donde necesidades y dinámica pueden acabar colisionando por las demandas existenciales de la gente.

Se trata de una cuestión compleja y distante del desordenado giro a la ortodoxia que la realidad de la escasez impone en otros experimentos de la nueva "progresía" latinoamericana, como los casos argentino o venezolano; aunque ese cambio, también allí, sea disfrazado de las formas más bizarras posibles.

En la aventura cubana hubo un real compromiso ideológico que se galvanizó por la batalla frente a EEUU y el bloqueo impuesto a la isla. Ese sitio económico sigue vigente porque quienes lo fomentan suponen que ha sido ese ahogo el que generó este cambio.

Es un error. Las razones de la mutación son más internas que externas. El propio Raúl Castro ha denunciado la crisis de conciencia en la juventud por los magros ingresos, y la incapacidad de crear riqueza propia o para reemplazar importaciones alimenticias para escapar a la disparada internacional de los precios.

Esta semana, la Gaceta Oficial cubana publicó y puso en vigencia la Ley de Inversiones Extranjeras. La propuesta ofrece prerrogativas fiscales a potenciales inversores, entre ellas la reducción de impuestos sobre las ganancias de 30 a 15% y la exención de gravámenes para la mano de obra. Abre también una puerta a la diáspora anticastrista de Miami, donde vive 85% del exilio cubano.

Esa peculiaridad puede convertir en un búmeran al bloqueo de EEUU porque las corporaciones de ese país tendrán trabado un sendero que, en cambio, estará liberado para europeos y latinoamericanos.

No está lejos de esa óptica el entusiasmo viajero del magnate azucarero cubano Alfonso Fanjul, un histórico del anticastrismo de La Florida, quien ha ido y venido una y otra vez de la isla preparando su desembarco en el prometedor sector de la agricultura. Es un capítulo central para el régimen que busca revertir, como se ve, a puro pragmatismo, el crónico desaprovechamiento de las ricas tierras cubanas.

A un par de horas de EEUU está también el puerto del Mariel, reconvertido en el mayor complejo del Caribe para el movimiento de contenedores. Esa obra fue realizada por inversionistas privados de Brasil y Alemania y agrega una enorme zona franca con facilidades impositivas y libre movimiento de dinero.

El complejo será gerenciado por una firma privada de Singapur para garantizar su eficiencia. Este es un concepto que se disemina entre las estatales cubanas que, por orden de Raúl Castro, serán cerradas si no operan con eficiencia. El empleado público en Cuba simplemente queda en la calle. No hay más garantías.

Según el ministro de Comercio Exterior, Rodrigo Malmierca, la “actualización” tiene como meta un crecimiento del PBI de 7% anual. Una meta ambiciosa frente al 2,7% de 2013 y el magro 2,2% prometido para este año. Esa brecha entre realidad y expectativas se cerraría con inversiones de US$ 2.500 millones anuales. No parece una suma inalcanzable. Para garantizarla Cuba requiere ser convincente.

La isla tenía desde 1989 una ley de inversión extranjera. Pero el régimen la aplicaba a su modo, cambiaba las reglas y cancelaba las oportunidades de negocio, se queja John Kavulich del Consejo Cubano Norteamericano de Comercio.

Hay al menos dos razones atendibles para esperar ahora otro comportamiento. La crisis económica es tan aguda que transforma el rostro social de Cuba. Una parte de la población gana el mínimo, que es muy bajo, pero otra vive de las remesas que llegan de sus parientes en el exterior.

Según el Habana Consulting Group, una consultora de Miami, en 2012 ingresaron por todo concepto US$ 5.100 millones, de lo cual el cash fue de 2.600 millones. Otra motivación es el descalabro que vive Venezuela, que es hoy para la isla lo que antes era la URSS. La ayuda venezolana sumaría  US$ 6 mil millones anuales.

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