Iluminado por la pc, con un ojo vendado tras una pequeña intervención quirúrgica, Alberto Manguel (recientemente nombrado director de la Biblioteca Nacional), abre las puertas virtuales a Cultura.
Desde una habitación minúscula en el Upper West End de Manhattan, que le sirve de dormitorio, biblioteca y escritorio, el autor argentino-canadiense detalla su espacio-tiempo: “Cuando dejé mi casa en Francia y me instalé en Nueva York, me resigné a una vida de enano: todo departamento es minúsculo en esta ciudad de gigantes, a menos que uno (Dios me libre) se llame Trump.
Como alquilo el departamento ya amueblado, estoy rodeado de cosas ajenas: objetos africanos, imágenes chinas, fotos de personajes de Haití (el dueño del departamento enseña literaturas poscoloniales francesas). Sólo son mías las fotos de mis tres hijos y mis dos nietas, y de mi perra Lucy que tuve que dejar con amigos en Europa porque ya está muy viejita y no puede hacer un viaje transatlántico.
Tengo también en mi escritorio una estatuita de bronce de Ganesh, el dios hindú con cabeza de elefante que vela sobre los comienzos, para que me dé suerte al inicio de mis proyectos, una caja de incrustaciones persa, regalo de una amiga lejana, dos pequeños leones dorados que mi compañero me regaló en Venecia, un cenicero alemán que perteneció a mi madre, y mi colección de libretas en las que anoto mis comentarios después de la lectura matinal de La Divina Comedia que hago religiosamente desde hace más de diez años.
Por la ventana renegrida (la polución en Nueva York es espantosa) veo los departamentos de mis vecinos y un patio largo de muros de ladrillo, con unos árboles pequeños en los que anidan (en primavera) un número sorprendente de pájaros. El otro día, un halcón voló sobre el patio y se posó en la reja del balcón de enfrente”.
Él, que ha escrito una “Guía de lugares imaginarios”, transitado los confines del ensayo para armar su propia geografía literaria.
-Has vivido en diversos países. ¿Cuál es tu lugar en el mundo? Real o imaginario.
-Estoy tentado por contestar "la biblioteca" porque me siento más cómodo en mi biblioteca que en todo otro lugar en el mundo. Pero si de ciudades se trata, viviría feliz en St Johns, Newfoundland, un pequeño pueblo de inviernos feroces en el extremo noreste del Canadá. O en Esquel, que conocí durante varios veranos de mi adolescencia (pero vaya uno a saber cómo es ahora). O en Montevideo, que me recuerda al Buenos Aires de mi infancia. O en Venecia.
Hijo de embajador argentino en Israel, Manguel regresó a Buenos Aires a los 7 años. En su adolescencia, conoció personalmente a Jorge Luis Borges durante un trabajo de verano en la librería Pygmalion. El autor de “El Aleph” tenía entonces 58 años y ya estaba casi ciego. Como era cliente habitual de la librería, solicitó a Manguel que le leyera libros en su departamento, lo cual éste hizo varias veces a la semana entre 1964 y 1968.
-¿Qué significó la experiencia de leerle a un Borges ciego?
-Confirmación de una pasión por los libros que sentía desde mi infancia. Borges me dio la confianza para seguir viviendo entre libros, y también la justificación de hacer algo por un puro placer intelectual.
-Prescindir de la Universidad, de la Carrera de Letras, debe haber sido una decisión importante. ¿Qué la motivó? ¿Cómo "diseñaste" entonces tu formación? ¿Cuál sería -desde tu perspectiva actual- la formación ideal para un joven escritor?
-Cada joven tiene que descubrir esa formación ideal por sí mismo: nadie debe tener la impertinencia de decirle cómo lograrla. Para uno, puede ser haber tenido el privilegio de asistir a un colegio secundario de instrucción admirable como el mío, el Colegio Nacional de Buenos Aires, ante el cual las clases de la universidad no podían ser si no una desilusión.
Pero para otros podrán ser los cursos universitarios, para otros más la aventura vivida fuera del ámbito escolástico. En todo caso, pienso que no se puede ser escritor sin ser lector. Toda escritura es el eco de una lectura previa. A ese corredor de ecos lo llamamos, abreviando el complejo proceso, literatura.
-¿Qué se siente -ahora- transitar el laberinto de Borges y Paul Groussac?
-Orgullo y terror. Kafka contaba una pesadilla recurrente: estaba en una clase, el maestro lo elogiaba, él se sentía feliz, y de pronto alguien se ponía de pie y señalándolo con el del dedo gritaba: "¡Ése es un farsante!"
En “Historia de la lectura”, Manguel atraviesa sus propias experiencias textuales y recuerdos, sus héroes, sus temas entrañables, recorriendo su biblioteca personal, se abisma en el apasionante laberinto de los 6.000 años de la palabra escrita, en un entretenido ensayo sobre el papel del lector, hasta ahora el gran olvidado, desde las tablillas sumerias de arcilla a las nuevas tecnologías de nuestros días.
-¿Qué libro está aún por escribirse?
-El que corresponde palabra por palabra y sentido por sentido con el imaginado por su autor. En toda la historia de la literatura nadie ha logrado la perfección de ese libro imaginado.
Manguel quiere dejar claro la importancia del lector en ese proceso de creación que es la escritura. Además, tras años de trabajar en sellos editoriales, en uno de sus ensayos reafirma la siguiente tesis: “La necesidad de consumir no se genera mediante la creación de nuevas áreas de exploración intelectual y emocional a cargo de la obra de arte en sí misma, sino por medio de campañas planificadas que, inspiradas en estadísticas e investigaciones de mercado, logran inventar una prehistoria de anhelos por algo que más tarde se producirá deliberadamente para satisfacerlos. […]
Sin embargo, es posible producir libros para aliviar una ‘necesidad’ espiritual después de difundir seudomisticismos prefabricados y accesibles a todos, llenando librerías con advertencias apocalípticas y teorías conspiratorias basadas, por supuesto, en verdaderas angustias y temores colectivos”
-En "Una historia...", escribiste que leer es un acto de poder y rebeldía. ¿Cómo potenciar lectores potentes y rebeldes desde la Biblioteca Nacional?
-Ofreciéndoles la libertad de lectura más amplia a nuestro alcance, haciendo un esfuerzo para evitar en lo posible la censura consciente o inconsciente, tratando de crear nuevos lectores, intentando dar nuevamente prestigio al acto intelectual.
-Con qué tipo de Biblioteca te encontraste? ¿Qué proyectás sobre ella, como director?
-Tengo mucho para estudiar, mucha gente con quien conversar, antes de poder dar una opinión. Como Director, quisiera hacer todo lo posible para facilitar la tarea de los lectores y ayudarlos a encontrar los textos que necesitan. Y no sólo a los lectores porteños, a los de todo el país. Ése es, después de todo, el propósito de una biblioteca nacional: servir de fuente de memoria, pasada, presente y también futura, a todos sus usuarios.