Son vecinos de Cuadro Nacional, un distrito cercano a la ciudad de San Rafael, y viven todos de los “cacharros” que ellos mismos fabrican artesanalmente en un taller que armaron en el fondo del lote donde tienen su casa.
En realidad, según cuentan con entusiasmo y muchos detalles, Darío Salinas (39) fue a la secundaria al Polivalente de Artes de San Rafael y se especializó en el último año en cerámica.
Mientras moldea un cacharro con sus manos y un rudimentario torno (“ahora es eléctrico”, aclara con una sonrisa) Darío prepara en el taller familiar un pedido de cerámicas que se ha atrasado por las lluvias junto a su hermana Sandra (48). “Lleva un tiempo de secado antes de hornear”, explican mientras llenan cuanto lugar tienen disponible con una serie de platos cerámicos crudos y evidentemente húmedos.
Sin embargo esta situación atípica de humedad (que no es exclusiva del sur provincial) no los detiene ni cambia su humor. “De todas formas esta época siempre es de baja. Históricamente vendemos mucho menos pero aprovechamos y nos preparamos para la temporada de invierno y acumulamos mercadería”, dicen entre mate y mate.
Todos, absolutamente todos, en la familia están involucrados en el trabajo con el entusiasmo contagiado por Darío. Hasta la más pequeña, Rosa de 4 añitos, está. Ella, claro, jugando con trozos de arcilla y moldeando a su manera cacharritos con restos de material que le dan los más grandes.
Esta tarea la realizan desde hace aproximadamente 20 años. Hasta hace unos pocos, también Liliana (46) trabajó junto a ellos. Ella es artesana pero ya está “independizada”, bromean, porque en realidad tiene su propio taller en su casa.
Marina (67) es la mamá y es la encargada de retocar los cacharros con arpillera o un nylon. “Yo saco todos los restos para dejarlos listos para el horno”, relata. Cabe destacar que algunos van sin pintar a cocción y otros se pintan antes de someterlos a los casi 900 grados de temperatura.
El trabajo de darles color es de Sandra. También Miguel (20) y Celso (15) tienen su parte: colaboran en todos los trabajos y especialmente en el cargado y encendido del horno fabricado, cómo no, por toda la familia: “Funciona de forma similar a un horno de ladrillos. Se colocan los cacharros, se sella con barro y se enciende el fuego. Si se observa por la mirilla todos los cacharros llegan a tomar el color de incandescencia, o sea rojos. Después de unas 4 horas, se deja enfriar hasta el otro día y ahí se termina todo. Hay que sacar la mercadería con cuidado y queda lista para comercializar”, detalla el más joven de los dos hermanos.
Los adornos de arpillera y de lana son tejidos por Darío y Marina. “Eso es con la técnica del macramé y lo hago yo con mamá”, afirma el “maestro” con orgullo.
Alrededor de la mesa de trabajo toda la familia comenta sobre la comercialización de los productos. “No es fácil, hemos probado todas las formas. En un principio participábamos de ferias regionales, hacíamos venta callejera pero todo era muy incierto y difícil. Ingresar a los mercados artesanales también lo es, así que decidimos empezar a buscar clientes y a trabajar por pedidos. Todas son piezas no muy grandes para poder empacarlas y enviarlas sin problemas, y así tenemos clientes ahora que nos hacen pedidos grandes y se los llevan a Buenos Aires y otras provincias”.
Con este método, aseguran haber armado un circuito que les permite tener una producción casi constante y con una muy buena calidad. Y muy codiciada.