Con puestas fuera de serie. Y lo decimos en sentido literal; pues las tres construyen sus ‘mundos’ (y sus dispositivos escénicos) en un territorio que no es el habitual: el escenario de una sala o de un teatro. Aunque con intenciones poéticas y artísticas disímiles, imprimen un sello de excepción en la escena local; puesto que este tipo de montajes son inusuales en Mendoza -ver: Cinco antecedentes-.
Nos referimos a “La casa” (la última producción de Las Sillas, una versión libre de “La casa de Bernarda Alba”), “Signos” (montaje de partituras coreográficas de El Estudio) y “El auto rojo” (una ingeniosa experiencia de teatro improvisado, pergeñada por Claudio Martínez). Se sitúan, respectivamente, en un museo, las afueras de la Nave Cultural y en un auto rojo.
Sólo aptas para espectadores curiosos.
Lorca íntimo
Para ella, esta faena (trabajar en espacios no convencionales) no le es ajena: a fines de los ‘90 montó “Huellas”, en el Museo del Área Fundacional (las funciones para escuelas se realizan los miércoles) y eligió a la Alameda como paisaje natural de “Juana Azurduy”, Comedia Municipal de 2009. Con este registro y un profundo conocimiento de textos clásicos, Pinty Saba nos sumerge en su propia versión de “La casa de Bernarda Alba”, de García Lorca.
La idea comenzó a gestarse, en 2011, en el Programa de Arte de Universidad de Congreso (que dirigían Alicia Zanca y Soledad Silveyra, en colaboración con Saba y María Godoy). Tomó forma este año, cuando las actrices (jóvenes, todas) convocaron a la mendocina para dirigir este clásico lorquiano.
“Es una versión libre -explica- porque no respeté el código lorquiano (el español). Me encargué de volver atemporales las referencias (vestuarios, utilería); de lograr que el mundo de estas mujeres le sea cotidiano y neutral al espectador”.
La puesta mantiene la médula dramática de la obra original (cinco hermanas viven sometidas al despotismo de su madre viuda), pero su acción se sitúa en el Museo del Vino y la Vendimia de Maipú, un caserón que pertenecía a la familia Gargantini. Usted será observador-participante de los vínculos que se dan en esta familia: temblará con la intransigencia de Bernarda o suspirará en las apariciones de Pepe, el romano.
-¿Por qué abordar un clásico español en pleno siglo XXI?
-Porque me formé con Augusto Fernandes y de él aprendí que los clásicos son el mejor material para desarrollarse como actor. Por su riqueza (dramatúrgica), presentan más dificultades y desafíos a la hora de interpretarlos; el aprendizaje es mayor. Además, no estoy de acuerdo con que un actor empiece a trabajar con improvisaciones o textos propios.
-¿Por qué Lorca?
-Tengo algo especial con esta obra. “La casa...” fue la primera que interpreté. Estaba en la secundaria y fue casualidad. Pero hizo que dejara todo lo que podía llegar a ser (médica o pianista) y me convirtiera en actriz.
-Es una de las más representadas del universo lorquiano. ¿Qué características le imprimiste?
-En principio, quise que la presencia del teatro se diluyera; que todo ocurriera en un escenario natural. En este sentido, trabajé la relación entre el cine y el teatro; que el espectador pudiera ‘espiar’ la vida de las mujeres que habitan esa casa pero sin el filtro de una pantalla.
Claro que en una época en la que los reality predominan en la tevé, la posibilidad de ‘mirar’ por el ojo de la cerradura ajena no es extraño para nadie. Sin embargo, felizmente, en este caso estamos hablando de Lorca.
Cerati en movimiento
Este estreno continúa la línea de investigación que El Estudio (academia de danza de Susan Salazar) materializó en escena hace un año, cuando estrenó una obra coreográfica inspirada en el legado musical -intenso y estimulante- de Queen. Desde lo técnico, el trabajo fue una proeza: participaron 80 bailarines. Desde la recepción del público, un acierto: luego del estreno fue repuesto en mayo.
Con ese antecedente como plataforma, el equipo de bailarines y coreógrafos que integran Salazar, Federico Castro y Ana Bosdari encaró “Signos”, su segunda producción. Y aquí también corrieron riesgos. En principio porque el ‘leit motiv’ es Gustavo Cerati (22 gemas, de su etapa en Soda Stéreo y su faceta solista; coreografiadas por docentes de la academia). Pero, también, porque es la primera vez que los bailarines habitan un espacio abierto.
“La obra no es un tributo, sino que traduce los ‘signos’ que las canciones de Cerati dejaron en nosotros”, detalla Castro, el encargado de calibrar este atípico montaje cuya ‘escenografía’ es la arquitectura de la Nave Cultural.
“Queríamos salir del espacio teatral convencional; intervenir el espacio”. El lenguaje, no obstante, es el que caracteriza a El Estudio: una ajustada fusión entre la danza contemporánea y la lirical jazz.
Un viaje de ida
Es descabellada y también novedosísima; aquí no hay escenario ni butacas. Usted y otros dos espectadores, se suben al asiento trasero un Fiat rojo. Es un extraño lugar para que ocurra una obra de teatro, sí: sin embargo nada impide que usted firme el pacto de ficción. Entonces, prepárese, porque todo lo que ocurra en este recorrido gratuito por las calles céntricas Mendoza será, para sus ojos, una divertida verdad.
El director de esta extraordinaria propuesta es Claudio Martínez (quien también actúa) y el teatro improvisado, el género que lo sostiene. Sin embargo, la idea original es de su hijo Augusto. “Hace unos años empecé una investigación sobre espacios escénicos. Un día, se le ocurrió que el auto era un buen escenario”. La afirmación sonaba insólita pero, en esencia, reunía “los preceptos de creatividad dramática que necesita un proceso creativo”.
A partir de allí, padre e hijo comenzaron los ensayos; y luego sumaron a los 8 actores que, junto a ellos, integran el Grupo Impro Móvil Teatro. La intención, sin embargo, es sumar actores invitados: Ernesto Suárez, Víctor Arrojo y Daniel Posada, entre otros.
El elenco, aún en faceta experimental, debutó la semana con tres viajes (funciones). Y continúa esta noche, con localidades agotadas. Quien quiera obtener su boleto debe escribir a
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