Entre las medidas de fomento adoptadas, la sanción de legislación específica sobre esta actividad y la creación de la Dirección de Turismo provincial fueron esenciales a la hora de direccionar los fondos a objetivos concretos.
La primera ley de promoción al turismo y a la edilicia de hoteles, ley 1.216/1936, facilitó la construcción del Hotel Imperial en la ciudad de Mendoza y del Hotel Rex en San Rafael. En tanto que la segunda norma, ley 1298/1938, promovió también la adhesión de capitales privados que, aún sin suscribir directamente a estos beneficios, iniciaron la construcción de nuevos hoteles como el Palace, Maxim, Derby, España y Rincón Vasco en la ciudad de Mendoza.
O bien, se destinaron a refaccionar hoteles existentes: “siete edificios fueron remodelados en el centro de la ciudad”, expresaba en 1941 el informe gubernativo de Adolfo Vicchi. Muchos de ellos presentaron innovaciones tipológicas y tecnológicas respecto de los edificios existentes hasta ese momento en Mendoza, como el Plaza Hotel (1923), o los pequeños hoteles familiares de principios de siglo XX, que mantenían aun las características de la arquitectura italianizante.
De los hoteles en contextos urbanos, el Imperial (1937) estaba organizado en planta baja y dos pisos superiores, con 30 habitaciones y 15 baños. Su propietario, el empresario hotelero Macedonio E. Balbi, encargó al arquitecto Pablo Widmer el proyecto. Respondía a una composición simétrica de la fachada, con balcones salientes en las habitaciones que daban a la calle y escalonamiento de los pretiles en correspondencia con las puertas de acceso principal de planta baja, que rememora a la arquitectura moderna en una vertiente ligada al Art Decó.
El Hotel Palace (1940c.) en Avenida Las Heras, ofrecía 78 habitaciones con calefacción central y 50 baños, vestíbulo, cocina, comedor-restaurant y bar, distribuidos en planta baja y dos pisos altos. Fue propiedad de Antonio Di Caro, quien fijó su residencia familiar en uno de los pisos del hotel. Respecto de su filiación estilística, el proyecto se asociaba al más puro racionalismo: con un rígido ordenamiento de las aberturas, alternaba vanos y llenos destacando en el tramo central de la fachada un bloque saliente, que tomaba los dos niveles superiores y la azotea. Este bloque se unía en la parte inferior a los balcones del primer piso, configurando una marquesina que enmarcaba el acceso al hotel, situado en el eje de la parcela.
Los hoteles Derby y España (1940c.) presentaban un lenguaje racionalista, con una volumetría pura y fachadas sin decoración. El planteo funcional se organizaba a partir de tiras de habitaciones conectadas por extensas galerías, en tres y dos niveles respectivamente. Las parcelas angostas y muy profundas demandaron resolver el partido recostando sobre una de las medianeras el bloque de habitaciones, para permitir la ventilación e iluminación a patios en la mitad libre del terreno. Hacia el frente de la parcela se ubicaba el comedor y el ingreso con recepción. Las publicidades dan cuenta de los adelantos tecnológicos de estos hoteles, ofrecidos como edificios “seguros, antisísmicos, con calefacción central y teléfono”.
Por su parte, el Rincón Vasco (1943), en Avenida Las Heras y 25 de Mayo, respondía a una arquitectura historicista en una vertiente asociada al californiano; con muros blancos, cubiertas inclinadas de suave pendiente con tejas españolas, detalles en piedra en el basamento de la fachada y barandas de madera tratada a la hachuela. En planta baja se ubicaron dos locales comerciales para alquiler, salón comedor para el hotel y garaje. En planta alta se resolvió la recepción y 12 habitaciones con baño privado, teléfono y calefacción central.
La tercera norma, ley 1.401/1941, permitió casi de manera inmediata la construcción de dos hoteles: el Argentino y el Gran Hotel. Entre 1945 y 1946 se inauguraron, además, los hoteles Grand Balbi, San Martín y Cervantes, que también adhirieron a sus beneficios. El Argentino (1940c.) fue un proyecto del arquitecto Daniel Ramos Correas para Teresa y Luis Dorca, y respondía a un lenguaje vinculado al pintoresquismo, de marcada tendencia ecléctica. Resaltaba el uso de la piedra como material predominante de su fachada, con cinco aberturas rítmicamente moduladas en planta baja y primer piso, bajo una cubierta de tejuela de pronunciada pendiente. Las proporciones, el empleo de los materiales y su emplazamiento rememoran la arquitectura inglesa del Arts & Crafts. Ubicado frente a plaza Independencia, contaba con 30 habitaciones con baño privado, calefacción y agua caliente central.
El Gran Hotel (1942) anticipa una tipología de desarrollo en altura que no había sido explorada hasta el momento en la provincia, con un proyecto organizado en planta baja y seis pisos; que preveía 105 habitaciones con baño, calefacción central, aire acondicionado, teléfono y radio. Fue encargado por la sociedad constituida por Elcira Videla García de Schiappa de Azevedo, Jorge Calle, Felipe Calle y Enrique Barvie. El lenguaje elegido para la expresión arquitectónica del hotel remitía al racionalismo, con fachadas despojadas de decoración, modulación precisa y ritmada de las aberturas, voladizos en hormigón armado en el remate del edificio y ventanas continuas en el bloque de planta baja. Del proyecto original sólo se construyeron dos subsuelos, planta baja, entrepiso y un piso superior. El inmueble permaneció deshabitado por varios años hasta que fue comprado por el Estado provincial, que lo remodeló avanzada la década de 1970 para constituir la sede del Instituto Provincial de la Vivienda, función que alberga hasta la actualidad.
El Hotel Grand Balbi (1945), fue encargado por el empresario Aarón Tubert al arquitecto Lino Martinelli. Fue el más grande de los hoteles construidos hasta ese momento, desarrollado en planta baja y siete pisos altos con 108 habitaciones con baño privado, cocina y restaurant. Articulado en una volumetría compacta, organizaba en una composición académica, a partir de basamento, desarrollo y coronamiento, las distintas funciones del edificio. El planteo evidenciaba la complejidad creciente del partido arquitectónico, al incluir acceso de servicio, depósitos, sanitarios para personal y oficinas administrativas. En cuanto a la mecanización de sus prestaciones, fue uno de los primeros edificios en incorporar tres ascensores (dos para uso público y uno de servicio).
El Hotel Cervantes (1946), encargo de Pablo Bustos y Josefa Giner Escobes, tenía planta baja y tres niveles superiores. Adhirió en su expresión arquitectónica a una vertiente del historicismo ligada al neoplateresco, incorporando en una fachada clásica de gran sobriedad algunos elementos decorativos, como enmarques en ventanas ricamente trabajados, con guardapolvos mixtilíneos y blasones, una balaustrada corrida que remataba el nivel de la azotea y un basamento de arcos rebajados en la base, donde se ubicaba el restaurant. Tenía 68 habitaciones con baño privado, teléfono y radio.
Sin lugar a dudas, la década estuvo marcada por un aumento significativo en la construcción de hoteles, producto de un conjunto de políticas públicas que vislumbraron en el turismo una actividad prometedora para la economía de Mendoza.