Por ejemplo, la ley 1216/36, que sentó las bases de la Dirección Provincial de Turismo y contempló múltiples estímulos a la inversión privada, fue derogada recién en 1962.
En la década de 1950, la construcción de grandes hoteles por capitales privados continuó en franco desarrollo. Junto con ellos, la irrupción de posadas y hospedajes de menor jerarquía fue multiplicando la oferta de alojamiento turístico en la Ciudad de Mendoza. La tipología de edificio en altura (que había sido inaugurada en la década anterior) resolvió de manera eficiente la implantación de los hoteles en parcelas urbanas. El predominio de la tecnología de hormigón armado, las especificaciones de seguridad emanadas de los reglamentos de construcción sismorresistente y la multiplicidad de instalaciones que aumentaban el confort de los pasajeros (agua fría y caliente, calefacción central, radio y teléfono, ascensores, etc.) obraron en favor de su permanencia.
De estos edificios, el Hotel Alcor (1952), propiedad de Adela Alaniz e Hipólito Corti, hacía gala de un “moderno” edificio, que las publicidades ponderaban como “antisísmico, con calefacción y ablandadores de agua”. Ofrecía 59 habitaciones, todas con baño privado, “amobladas con sobrio buen gusto, no faltándole a ninguna de ellas abundante luz y aire, y espléndidas visuales”. Desarrollado en seis pisos en altura, ofrecía salones de negocios, bar, cocina y lavandería, servicios ubicados en el último nivel del edificio. Estilísticamente respondía a una composición académica, resuelta en basamento, desarrollo y coronamiento; que destacaba el último piso destinado a habitaciones con un muro revestido a modo de mansarda. El núcleo de escaleras conformaba un bloque saliente sobre calle General Paz, que marcaba el acceso principal en planta baja y articulaba la composición vertical de la fachada.
El Hotel Siroco (luego Ariosto), propiedad de Romualdo y Ángel Nasazzi, fue inaugurado en 1956. Desarrollado en un terreno angosto y profundo (10x22m), presentaba el acceso en el costado oeste de la planta baja, con un amplio ventanal en el resto de la fachada, que permitía visuales desde el salón de estar hacia la calle. Las habitaciones para alojamiento se ubicaron en los cinco pisos superiores, destinando el sexto, al igual que en el ejemplo anterior, a servicios, oficinas y una amplia terraza. Entre sus comodidades, las 60 habitaciones con baño ofrecían teléfono y radio, y los anuncios recalcaban su “céntrica ubicación frente al Correo Central”. La composición de la sobria fachada se resolvió en un basamento de un nivel y medio de altura, coronado por una marquesina en voladizo en hormigón armado. Luego disponía en una rígida cuadrícula las ventanas de las habitaciones frontales y se coronaba con un murete en la azotea, revestido en pizarra negra.
El Hotel Americano (actual Carollo), en la intersección de calles 25 de Mayo y Espejo, fue resuelto en un partido en forma de L que abrazaba un patio de iluminación y ventilación. Inaugurado a mediados de la década del `50, desarrollaba en cuatro niveles sobre planta baja las habitaciones para alojamiento, y su fachada respondía a una composición académica con una variante regional, dada por la incorporación de piedra labrada en el basamento. El remate del edificio lo constituía una cubierta de tejuela de pronunciada pendiente, de la cual emergían pequeñas ventanas en correspondencia con las aberturas de los niveles inferiores. Este “edificio antisísmico”, según revelan las publicidades de la época, ofrecía 50 habitaciones con baño privado, calefacción y teléfono; en un “ambiente hogareño y de comodidad que todo huésped busca”.
El Ritz (1952) adhirió en su expresión arquitectónica al academicismo, en una versión más racionalista, con escasa decoración y una volumetría contundente. Resuelto también en un planteo en esquina, en una parcela en el cruce de calles Rivadavia y Perú, fue proyectado por Lino Martinelli y construido por la empresa de Mario Giambelli, quien figura además como su primer propietario.
De su ascética fachada destacaba el tramo sobre calle Perú, donde se ubicaba el acceso principal, con revestimiento en piedra natural y protegido por una extensa marquesina en voladizo. El hotel desplegaba cinco pisos para alojamiento, con 50 habitaciones y 5 departamentos de dos habitaciones cada uno. Entre sus servicios contaba con baños independientes en cada cuarto, teléfono, aire acondicionado, calefacción central, ascensor y cochera propia. Las publicidades de la época destacan su “Bar Americano, Salón de Té y Comedor”.
Finalmente, el Hotel Sussex (1955) constituyó el ejemplo más alejado de los historicismos en su expresión arquitectónica, adhiriendo al más puro racionalismo. Ubicado en Av. Sarmiento 250, fue construido por encargo de la sociedad Ricardo Monfarrel-Jorge Rez Masud y proyectado por el estudio de los arquitectos Abel Carreño (mendocino) y Silverio Orbaiz (pampeano), ambos radicados en Buenos Aires. El edificio recreaba parte del repertorio ensayado por el estudio en obras previas: simetría, modulación extrema de las aberturas, guardas horizontales en fachada remarcando los niveles del edificio, balcones salientes en hormigón armado y revestimiento de todo el basamento en granito.
Fue desarrollado en planta baja y seis pisos altos. Ofrecía 120 habitaciones y departamentos “lujosamente instalados con baño privado, teléfono, calefacción y radio”. Entre sus “amenities” incluía comedor, “smoking room”, bar, salón de recepciones y “roof garden” en el nivel de azotea.
La edilicia hotelera del período, si bien no pudo igualar en cantidad de obras el volumen desplegado en las décadas anteriores, significó un avance real en el mercado hotelero de la ciudad. Constituyó ciertamente una oferta de alojamiento cada vez más diversificada, con pequeños hospedajes o grandes hoteles de primera categoría; que fueron marcando el pulso de la ciudad, consolidada como destino turístico por excelencia del centro-oeste argentino.