Charlando con mis hijos surgieron preguntas, a veces repetidas, en el relato de las trayectorias profesionales, pero que me hicieron reflexionar acerca de esto que es mi pasión, la arquitectura.
¿Qué es?, ¿por dónde empezás y cómo se llega a concretar una obra?, ¿cuál fue tu obra favorita, papá?. Una de mis obras preferidas y uno de mis proyectos más logrados fue “NQN, Viñedos de las Patagonia”. Mi arquitectura, entiendo, tiene una fuerte imagen constructiva y muy aferrada a los procesos industriales. Son obras muy racionales, no son especialmente orgánicas, pero están teñidas de una fuerte incidencia del paisajismo. Esta es, al menos, mi búsqueda.
Las bodegas son obras industriales que tiene una gran escala, generalmente son enormes naves que tienen un impacto ambiental agresivo en el lugar, si uno no controla su escala y su incidencia. Pretendo, por ello, que las bodegas no se levanten como elefantes blancos en el pecho de los paisajes. Por lo mismo, trabajo especialmente en la incorporación de elementos naturales y del paisaje para tratar de bajar la escala y minimizar el impacto ambiental: la bodega, en tanto espacio, debe adecuarse al sitio donde será erigida. Y no al revés.
De este modo, construyo a partir de elementos que permiten aferrar la obra al paisaje o incorporar la escala al paisaje, como, por ejemplo, espejos de agua, taludes, el verde, los materiales del lugar, la piedra, la tierra. Todos ellos son elementos que ayudan a controlar la escala y a identificar la obra con su entorno.
Busco, con mi trabajo, el maridaje de la bodega con su espacio. La citada obra, Viñedos de la Patagonia, Bodega NQN, fue un desafío importante para mí, porque es una bodega hecha en Neuquén, donde el paisaje patagónico me transmitió una característica muy fuerte: su inmensidad, su impronta, su mandato ancestral. La inmensidad de la Patagonia es algo maravilloso y yo traté de devolverla al proyecto. Traté de que el proyecto fuese parte de ese todo sin afectarlo, sino, más bien, erigiendo una armonía, un maridaje.
Allí, en esa zona de Neuquén, existen unas formaciones geológicas que son una especie de cerros, de mesetas con faldones derrumbados que se llaman “bardas”, traté de incorporarme con esta obra a la naturaleza a través de un edificio que se parecía bastante a estas formaciones. Eso me ayudó a ubicar las cavas debajo de las bardas, donde el terreno natural se incorporaba al edificio. De esta manera, parecía que estaban debajo de la tierra, aunque en realidad estaban sobre el terreno natural pero el terreno era el que se elevaba y eso me ayudó a controlar los vientos tan fuertes de la Patagonia y la incidencia del sol.
Busqué generar la impresión de que la bodega existía desde tiempos ancestrales. Y fue una obra que disfruté mucho, porque la hice con mi padre, el Ingeniero Elías Japaz, quien tenía una capacidad de resolución asombrosa en temas estructurales.
Mi proceso creativo es caótico, no tiene orden preestablecido ni lógica aparente, pero muchas veces comienza cuando conozco al cliente. Los primeros contactos me transmiten su personalidad, su conocimiento de la industria, sus deseos, sus sueños. Y aprendí -y sigo aprendiendo- a desarrollar la capacidad de interpretar entre líneas lo que dice para llegar a lo que quiere.
Luego, el entusiasmo me impulsa a tirar ideas previas que son una mezcla de deseo y de propuesta. No obstante, una de las partes más fuertes de ese proceso es cuando voy al terreno donde va a estar situada la obra. El terreno y el paisaje a distintas horas del día terminan por transmitir una fuerza muy grande que posteriormente se ve plasmada en el proyecto. Después de muchas obras, aunque parezcan iguales o muy parecidos, el terreno te sugiere sutilezas que son fundamentales.
Cuando hablo del terreno y, sobretodo en arquitectura de bodegas, hablo casi en un 100% de bodegas de un tipo de arquitectura industrial y rural. A diferencia de la arquitectura urbana las bodegas en su mayoría son rurales, con muy pocas excepciones como bodega Escorihuela o Los Toneles, que son bodegas urbanas de Mendoza en las cuales intervine en su remodelación y puesta en valor. El campo, la vista a la montaña o al valle transmiten una impronta muy fuerte de lo que va a ser el proyecto.
Después, vienen los croquis, con lápiz de mina blanda y gruesa, garabatos que son muy manchados que reafirman la idea a través de rayones. Luego, habrá tiempo para renders o maquetas electrónicas de altísima calidad y sofisticación de primera línea, que ayudan a los clientes en la difícil tarea de abstraerse e imaginar la obra terminada.
Una vez, estando mi hija Sofía en primer grado, fui a contarles de mi trabajo: construir casas. Fue muy interesante descubrir que todos los niños respondían que se construía a partir de elementos concretos, de columnas, pozos, vigas, ladrillos, pero ninguno dijo que el proyecto se comenzaba a través de ideas, entonces traté de transmitirles que las obras no se comienzan por lo material, se comienzan por lo abstracto. En esto, nuestro rol es fundamental y, en el caso de la arquitectura de bodegas, más aún, porque cada una de estas obras nace con la exigencia de ser especial, distinta, al menos, en el deseo de nuestros clientes.
Esta misma distinción exige un trabajo interdisciplinario que trasunta la labor del arquitecto. Así, cobran vigor las miradas del cliente, del enólogo, de los ingenieros especialistas en procesos y estructuralistas, del constructor… Todos ellos deben intervenir, a todos hay que dar justa participación. Por eso, suelo decir que la buena arquitectura se antepone al destino de la obra, sea una bodega, una fábrica, una casa, un hospital. La buena arquitectura, sobre todo, es independiente del presupuesto y de la envergadura del proyecto.
¿Cuál ha sido mi proyecto más desafiante?. La casa del árbol para mis hijas Fernanda y Agustina.
La levantamos en una damasca en la casa de mis padres. El árbol tenía un tronco, robusto pero corto, que se bifurcaba en una horqueta inclinada. Resolvimos la casa del árbol de forma triangular poniendo un tornapunta sobre el cual apoyamos un triángulo, que es una forma indeformable. Cuando ellas jugaron allí, recién entonces, la obra estuvo concluida. Hace poco, una de mis hijas me contó que en esa casita en el árbol jugaban a "hacer vino de mentirita", con pétalos de rosa china del jardín.
Yo no lo sabía, pero ahora lo sé: había construido mi primera bodega, una que me llevo conmigo adondequiera que voy.