Tomates, papas, zapallos, choclos, melones, pimientos, son algunos de los productos de la cosecha de la huerta de un grupo de vecinos de la calle Espejo, en San Rafael.
Una huerta que nació de la idea de dos de ellos, ambos jubilados, de hacer algo en el lote colindante que estaba abandonado y que se transformó en el lugar donde, además de tener un esparcimiento productivo, se juntan, conversan, juegan a las bochas y comen asados.
Carlos Acosta (64) -jubilado hace dos años, ex director del ITU (Instituto Técnico Universitario) de la UNCuyo-; Ramón Martínez (80), comerciante jubilado, reconocido por décadas por sus ricos helados; Horacio González y Rubén Greco, son los cuatro vecinos que llevan adelante esta iniciativa.
La idea nació al tratar de mantener limpio el lote vecino, donde hay una construcción abandonada por más de 15 años. “Los yuyos crecían, había bichos y, como estaba abierto, podía meterse cualquiera. Así que pedimos permiso al propietario y él nos permitió que hiciéramos primero la canchita de bochas”, contaron.
Para ello, previamente debieron limpiar y emparejar el lote, sacaron gran cantidad de escombros -unas tres camionadas- hasta que quedó en condiciones y se lanzaron a la idea de hacer un espacio para juntarse con los vecinos.
Levantaron el cierre, un alambrado que separa el terreno de una vereda con prolijo pasto. Luego surgió la iniciativa de sembrar y tener una huerta, no con fines comerciales sino como actividad de entretenimiento.
“Ramón y yo estamos jubilados y acostumbrados a despertarnos temprano. Venimos acá en las mañanas y nos ponemos a trabajar. Es una buena terapia que hace que uno empiece mejor el día”, contó Carlos a Los Andes.
“Aunque cada uno hace lo suyo, tal vez ni nos hablamos, él está por acá, yo por allá”, manifestó Ramón señalando al otro extremo de la huerta cubierta en gran medida con tela antigranizo.
En un principio fueron al INTA y solicitaron semillas. También les dieron asesoramiento ya que ninguno se dedicó nunca a este tipo de actividad o a algo relacionado con el cultivo de hortalizas, y lentamente la huerta fue creciendo.
“Todos los días aprendemos algo. Como es todo orgánico, sin agregados ni pesticidas tuvimos que ver cómo fertilizar para que los frutos no fueran tan pequeños”, dijeron. Aunque no se trata de una “competencia con nadie por ver quién tiene mejores cosechas, buscamos que dé buenos productos. Aunque si no da frutos no importa”.
Mientras relatan sus inicios en la huerta, las pruebas, los aciertos y los errores, Carlos señala que se trata de tierras agotadas por lo que requiere del trabajo y el esfuerzo del grupo lograr que se obtengan resultados.
“Vamos adquiriendo experiencia y vemos cómo conviene colocar las plantas como éstas de tomates”, afirmó Ramón, quien contó que con tapitas de gaseosas hizo un gran cartel colocado en medio de la huerta que reza “No fumar”, como protegiendo el espacio y reservándolo a un lugar verde y sano.
Una ingeniera suele darles consejos y fue quien les llevó plantas de flores que colaboran con la polinización y ayudan a combatir algunas enfermedades. Plantas aromáticas como la albahaca también forman parte de este proceso, además de perfumar el lugar.
“Paso muchas horas acá, ni voy al centro”, contó Ramón. “Mis nietos llegan a mi casa y lo primero que hacen es venir a la huerta, lo que me parece buenísimo porque dejan de estar en la computadora o viendo tele”, agregó.
Para ninguno de estos cuatro vecinos es ésta la actividad principal. Sin embargo, el trabajo en la huerta es tal vez el momento de mayor esparcimiento y que cada uno disfruta. “Cuando termina el riego hacemos un asado, y tenemos uno de nosotros que es más el encargado de esta parte, como también de hacernos reír con un enorme repertorio de cuentos”, expresaron.
Lechuga y rabanitos ya fueron cosechados. A ellos se suman chauchas, porotos, pepinos, zapallitos, que se consumen en cada una de las casas de los integrantes del grupo. “Más allá de sentirse bien porque logramos cosechar, el sabor es muy bueno, y ni te cuento las caras de los vecinos cuando les regalamos choclos o tomates, por ejemplo”, aseveraron.
No buscan competir, tampoco ser ejemplo de nada ni nadie pero, como afirmó Carlos, “creemos que es necesario que todos tomemos conciencia que aún en un pequeño espacio de tierra podemos sembrar nuestras propias verduras, tal vez hacer un emprendimiento productivo o, por qué no, ayudar a que familias carenciadas puedan autosustentarse”.