Ariel Blasco: "El teatro es arte y es entretenimiento"

Viene del cine pero es uno de los directores más inquietantes de la escena local. Tres obras ingeniosas y el estreno de "Reflejos" definen su derrotero.

Ariel Blasco: "El teatro es arte y es entretenimiento"
Ariel Blasco: "El teatro es arte y es entretenimiento"

Ariel Blasco

llega ensimismado, moviendo la cabeza al ritmo que dictan sus auriculares blancos. Apenas saluda, fija la mirada en la máquina de molinetes que marca el ingreso de los periodistas. Dice: “Acá voy a hacer mi próxima obra”.

No puede con su genio; ni con si ingenio: cualquier lugar (incluso el menos pensado) puede ser el escenario ideal para contar una historia. Pero una en la que siempre esté latente el humor, porque el humor es la vía que el encuentra para andar por la vida. Y por el teatro. Aunque venga del cine.

Acaso es ese cruce de lenguajes (ingenioso, interesantísimo) el que lo vuelve uno de los directores jóvenes más inquietantes de la escena local. Por eso aplaudimos su saga de Sci Fi “Biónica” y “El vuelo del dragón” (2010) hasta enrojecer las palmas; y celebramos su debut: “SchultzundBielerundSteger”, aquella impronunciable obra del porteño Matías Feldman que lo lanzó al camino de la dirección.

Tal vez porque siempre se vuelve al primer amor, es que Ariel Blasco indaga una vez más en la dramaturgia de Feldman. Ahora en “Reflejos”, una historia de empleos, oficinistas y otros ríos profundos del ser humano. Sabido es que con Feldman, todo es bastante más complicado de lo que parece. Y las tragedias pueden desencadenarse de un momento a otro. Pero siempre mediadas por un particular humor.

Esto es lo que el director potencia en escena con los actores: Manuel García Migani, Diego Quiroga, Tania Casciani (tres actores de “El vuelo...”), Alejandra Trigueros (con quien trabajó como actor en “Te encontraré ayer”, escrita y dirigida por Francisco Lumerman) y Eliana Borbalás. Tanto que, cree, logró un realismo nunca antes alcanzado.

La puesta sigue en la línea estética de los anteriores: la acción transcurre en un espacio no convencional (el buffet del Teatro Independencia); las actuaciones están trazadas desde la naturalidad (es decir desde un registro hiperrealista) y lo aparente es una fuerza demoledora en la trama.

Blasco se acomoda los anteojos. El gesto carga la ansiedad propia de la expectación por lo que se avecina.

-Pasaron tres años, desde el estreno de tu saga de Sci Fi. ¿Qué pasó en todo este tiempo?

-Uf, tantas cosas... En un momento pestañé y habían pasado tres años. ¿Qué pasó? No sé, de todo un poco: separación, mudanzas, peleas, proyectos, amor, trabajo, viajes, proyectos frustrados. Bah, la vida. Lo único que más o menos me deja tranquilo, es que la saga nunca se abandonó (N de la R: “El vuelo del dragón” comienza una nueva temporada en junio, en la sala Ana Frank; “Biónica” estuvo en escena hasta principios de mes). También estuve con otros proyectos que espero vean la luz pronto.

-¿Preferís los procesos largos?

-Sí, no puedo imaginarlos de otra manera. Cada vez que quise intentar lo contrario, fracasé con todo éxito (risas). Evidentemente no me sale, no sé hacerlo. También porque casi nunca sé bien que obra es la que quiero hacer, hay ideas, está el texto, pero no sé en qué va a devenir... La obra aparece sola, en algún momento del proceso, en el trabajo con los actores, con sus propuestas, sus sugerencias, con el espacio. Hay que darle tiempo, dejar que decante.

-¿Es una declaración de principios?

-Es bueno respetar los procesos, escucharlos. Creo que a la obra le hace bien. Siento que los procesos largos son la única manera de probar las variaciones, explorar todas las posibilidades que existen, para al fin elegir lo que mejor funciona.

-Cuando estrenarse la saga, pretendías que los mundos que las obras proponen fuesen “adictivos”. ¿También ahora?

-Sí (risas). Incluso es algo que me atrae mucho como espectador, cuando me acerco a ver algún espectáculo. Muchas veces me enamoro más de los universos que de las obras en sí, es algo que me pasa también con mis obras.

La historia detrás del espejo

Fue una noche desvelada en San Juan, en el marco de la Fiesta Regional del Teatro (a donde había ido con “Biónica”) el día en que Blasco decidió llevar a escena “Reflejos”. Por esas horas, dice, había caído en la cuenta del paso del tiempo.

-Volvés a Matías Feldman. ¿Qué te seduce de su dramaturgia? ¿Qué, en especial, de esta obra?

-Feldman me parece uno de los mejores dramaturgos argentinos. Así de simple. Tuve la suerte de ver varios de sus espectáculos, de charlar con él y me parece que entiende perfectamente que el teatro es arte y es entretenimiento. Sus obras son simples en la superficie, pero terriblemente complejas y oscuras cuando se escarba un poco más. Son divertidas y perversas en partes iguales.

Una empresa, un puesto vacante, dos firmes candidatos y una decisión que tomar: tales, las excusas con las que Feldman construye la trama de “Reflejos”. Decimos “excusas” porque el porteño es hábil para entrecruzar, como las fibras de un tejido delicado, aquello que es evidente con lo que se encuentra soterrado.

-¿Aquí, también, el vínculo entre los personajes condiciona el desarrollo de la historia?

-En la saga de ciencia ficción (“Biónica” y “El vuelo del dragón”) el tema era vital porque el juego era, un poco, la mezcla entre el amor y la ciencia; y qué entendía el uno del otro. Pero en “Reflejos tienen más peso otros sentimientos: los celos, los rencores, el odio, la venganza. Hay amor, y donde hay amor, hay desamor, pero la obra es bastante oscura, mucho más de lo que nosotros pensábamos al iniciar el proceso. Eso nos sorprendió, creo. Es una tragedia, y como en toda tragedia todo termina mal, de la peor manera posible.

-Pero los personajes no son héroes. ¿Cómo son?

-Nadie es bueno del todo; todos los personajes son, de alguna manera, unos hijos de pauta. Se parecen mucho a cualquiera de nosotros. En ese sentido, quizá s sea la obra más realista que he hecho.

En torno a los personajes ronda una pregunta que muchas veces nos ha quitado el sueño: ¿qué es lo correcto?, ¿quién dice que es lo correcto? ¿Es lo que nos conviene o aquello que los padres nos enseñaron?

-La interpretación, en tus obras, está definida por el hiperrealismo. ¿Cómo lográs este registro?

-Ese es un trabajo que tiene tres padres: el autor, el actor y el director. El autor pone en papel su idea de los personajes; nosotros los leemos, los charlamos, y nos ponemos un referente, un ideal. Por ejemplo, para Francisco Gámez, el personaje de Manuel (García Migani), el referente era el protagonista de “Un hombre serio”, la película de los Coen. Pero las referencias pueden salir de cualquier lado: de la tele o de gente que conozco.

-¿Esta puesta tiene, como las anteriores, citas al cine o a la tevé?

-Volví a ver algunas películas y series que, creía, que podían servirme (“El talentoso Sr. Ripley”, “Magnolia” y “Mad Men”) pero no tienen relación directa con la obra. Como siempre me pasa, esta puesta responde mucho al espacio. La puesta definitiva fue apareciendo mientras explorábamos las posibilidades que el buffet del teatro Independencia nos brindaba. Es una puesta a toda velocidad, es intensa, la idea era que no bajara nunca, que no descansara. Trabajamos mucho sobre el ritmo y sobre el montaje entre las escenas. Es divertida en algunos momentos, retorcida en otros, perversa en otros. Creo que no tiene citas tan explícitas como en otras obras.

-Siempre elegís espacios no convencionales, ¿por qué?

-No me gusta mucho como se ve el teatro en el teatro. No me gusta la idea de ir a un teatro y hacer de cuenta que estoy en un laboratorio, por ejemplo. Tengo que hacer un pacto muy grande con la obra; y, a veces, dependiendo la obra, uno no se permite pactos. Para creerme el laboratorio, tengo que hacer de cuenta que no veo los telones negros de fondo, que no veo la parrilla de luces y no veo el PAR 1000 (cenital) que, como casi siempre pasa, se prende tarde.

-Preferís el laboratorio, claro.

-Es que así siento que estamos tomando un atajo. Pretendo que las paredes, las puertas y las luces, sean las mismas para los espectadores que para los personajes. Creo que los hace más partícipes del juego, me parece que entienden las reglas más rápido; y el disfrute y la experiencia es mayor.

-Tal vez tu relación con el cine condiciona tus montajes...

-Eso no te lo podría decir yo, porque básicamente no lo sé. Supongo, pero no estoy seguro. Vos una vez me dijiste que yo utilizaba los espacios como locaciones y yo no me había dado cuenta. Cada vez que quiero poner un ejemplo, explicar algo o dar una referencia, siempre termino utilizando películas.

-Otras de tus características es trabajar con elencos concertados. ¿Por qué?

-No sé, no comparto mucho la idea de los elencos. Creo que es una idea que viene de otra época y que está en crisis desde hace años. En Mendoza hay varios elencos y me asombro lo bien que algunos siguen funcionando, lo ordenados que son, la regularidad. Creo que yo no podría trabajar así, generando proyectos para trabajar todo el tiempo con la misma gente. Si hay algo que me estimula es poder trabajar con todos los actores posibles, sin importar las experiencias previas, las procedencias o las escuelas... Eso enriquece la mirada y existe un crecimiento real.

-¿Creés “Reflejos” termina de delinear un 'estilo Blasco'?

-No tengo idea. Esa pregunta es más para los periodistas o los críticos que para mí. Me parece medio prematuro pensar en eso, apenas es la cuarta obra que dirijo. Me falta todavía, sigo descubriendo cosas. Sería hasta soberbio de mi parte.

-Pero hay elementos que son recurrentes.

-Sí hay cosas que evidentemente veo que se repiten, que sigo buscando, pero no estoy seguro que eso sea suficiente para “tener” un estilo. Fue Hitchcock quien dijo que copiarse a sí mismo era estilo, pero lo dijo alguien que filmó más de 50 películas. Él tenía con qué.

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