La elección presidencial venezolana que tiene lugar hoy, se plantea sin incertidumbre. Aunque sólo uno cada cuatro venezolanos lo apoya, en momentos que la inflación anual se ha desbocado sin control y la población vive extremas carencias sanitarias y alimentarias, el Presidente será reelecto, dado que ha logrado establecer un régimen totalitario con el apoyo de Cuba.
El voto es voluntario y el problema de Maduro es que la gente vaya a votar. El gobierno considera que su triunfo está legitimado si vota el 50%. Para ello ha ofrecido un premio económico a los beneficiarios de planes sociales que vayan a votar.
También, habiendo optado por la abstención la mayor parte de la oposición, ha promovido dos candidaturas opositoras diferentes. Uno es un disidente del chavismo (Falcon) y otro un dirigente evangélico.
Ninguno de los dos puede ganar y su división facilitará el triunfo de Maduro en primera vuelta. Para ello no hace falta obtener la mitad de los votos más uno como en los países con el balotaje clásico, sino que en Venezuela se gana en primera vuelta con un porcentaje menor.
Cuba se beneficia del triunfo de Maduro, porque así continúa con el acceso a petróleo venezolano barato. Lo mismo sucede con la decena de países del Caribe que también lo reciben.
El presidente de Nicaragua (Ortega) necesita la reelección de Maduro, en momentos que el Ejército nicaragüense se niega a participar en la represión de las protestas opositoras.
La primera vuelta de la elección colombiana tiene lugar una semana después, el 27 de mayo, de la que emergerán Duque y Petro para competir en la segunda, que será en la segunda quincena de junio.
El presidente Santos se ha declarado prescindente porque su candidato en los sondeos tiene sólo 5% de los votos, para tratar de atenuar el costo de la derrota.
Busca avanzar en la negociación de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el grupo guerrillero de menor envergadura que las FARC con el que ha reabierto negociaciones en Cuba.
No tiene tiempo de llegar a un acuerdo final, pero sí de dejar una negociación encaminada. La preocupación de Santos es que el probable ganador (Duque), que tiene el apoyo del ex presidente Uribe, denuncie el acuerdo firmado con las FARC.
Cabe recordar que la postura contraria al mismo ganó el referéndum realizado para convalidarlo y Uribe fue quien encabezó esta postura.
La aparición de una disidencia armada de las FARC, protagonizando hechos de violencia y narcotráfico, refuerza las críticas de los opositores al acuerdo.
El candidato que quedaría segundo en primera y segunda vuelta (Petro) es un ex guerrillero del movimiento M-19, apoyado por una coalición de izquierda y que ha tenido vínculos con el chavismo.
Los sondeos muestran que en segunda vuelta, Duque se impondría por aproximadamente 10 puntos. Como en Venezuela, el voto es voluntario y suele votar menos de la mitad de la gente con derecho a hacerlo.
Para las presidenciales mexicanas que tienen lugar el 1 de julio, se consolida el candidato populista, Andrés López Obrador. En México no hay segunda vuelta, con lo cual se gana la Presidencia por simple mayoría, algo que lo favorece dada la dispersión de la oposición.
En los sondeos, lleva varios puntos de ventaja sobre el segundo (Anaya), quien no logra polarizar el voto, pese a sus apelaciones al "voto útil" para impedir su llegada al poder.
Para el sector empresario AMLO -se lo suele llamar por sus siglas- será un presidente populista -que niega las similitudes con el chavismo que le adjudican sus adversarios- y que no girará al pragmatismo.
El candidato da señales ambiguas, pero en un clima de campaña intenso, con la opinión pública exacerbada por el muro de Trump, el discurso del candidato populista se endurece frente a los EEUU.
En este contexto resulta relevante para México que la renegociación del Nafta se logre durante la administración que finaliza. Con Peña Nieto es más fácil alcanzar un acuerdo con Washington.
Con López Obrador en el poder todo será más difícil. Pero para la administración Trump, que gana puntos en la opinión pública estadounidense a seis meses de las elecciones de medio mandato, enviando la guardia nacional a la frontera con México, bombardeando Siria, saliendo del acuerdo nuclear con Irán y abriendo la embajada de EEUU en Israel en Jerusalén, el triunfo de un candidato populista en México no es un problema.
En Brasil, a menos de cinco meses de las presidenciales, la incertidumbre electoral no se reduce. La justicia vuelve a confirmar que la candidatura de Lula a la Presidencia, por condenas judiciales, no será posible.
El ex presidente sigue sumando decisiones judiciales adversas, pero mantiene su ventaja en los sondeos, ganando en primera y segunda vuelta.
Sin Lula, el voto se dispersa. Bolsonaro (expresión de ultra-derecha de corte "antipolítico") continúa primero, Marina Silva (una afro brasileña militante ecologista) segunda y luego viene Ciro Gómez (un populista moderado) y Alckmin (el gobernador de Sao Paulo, que es candidato del empresariado y parte de la política tradicional).
El prestigioso jurista Barboza (un ex miembro de la Corte que es afro-brasileño), que era el tercero en los sondeos, visto como el candidato más "responsable" en comparación con Bolsonaro y Silva, renunció sorpresivamente cuando consolidaba sus posibilidades.
Una segunda vuelta entre los dos últimos es un escenario inédito para Brasil: ninguno de los dos proviene de la política tradicional y son dos opciones extremas en términos ideológicos y de representación social.
Mientras tanto, las investigaciones por corrupción derivadas del proceso conocido como "Lava Jato" siguen avanzando y comprometiendo más dirigentes políticos y empresarios.
El ex presidente Cardoso alertó de que en circunstancias como éstas los votantes pueden optar por un "justiciero", que avance contra la dirigencia corrupta aunque las normas queden a un lado. Sus dichos parecían aludir a Bolsonaro.
Algo resulta claro: una Argentina complicada favorece a los candidatos populistas en el proceso de elecciones presidenciales que se inicia hoy en Venezuela, en cambio un Macri estable y consolidado favorece a las opciones moderadas.
La cuestión es si ello será tenido en cuenta por los países desarrollados, cuyos votos definen las decisiones del FMI.