La política exterior de un país, al igual que ocurre con la política económica, se valora por sus resultados. Cuando los resultados son los esperados y deseados, se puede considerar que se han instrumentado políticas exitosas.
La Cancillería es como un auto de carrera del “Dakar”. Al volante, conduce el presidente de la Nación y su copiloto es el canciller. Dependerá de la habilidad y capacidad del presidente y su canciller el éxito o fracaso de la conducción de las relaciones exteriores del país.
Recordemos como ejemplo el excelente trabajo realizado por técnicos de la Cancillería relacionado con la ampliación de la plataforma continental argentina que fue aprobada por unanimidad por los integrantes de la “Comisión de Límites de la Plataforma Continental” de la ONU, el 11 de marzo de 2016.
Teniendo en cuenta los resultados obtenidos hasta el día de hoy, la política exterior argentina ha sido un verdadero fracaso cuando se analiza la situación de las islas Malvinas. Ni la fuerza bruta de Galtieri o la prepotencia del kirchnerismo hacia los isleños o los ositos de peluche que el canciller de Menem enviaba a los residentes en el archipiélago, ni las pomposas declaraciones de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales como No Alineados, comenzando con la Resolución 2065 de 1965 a instancias de los gobiernos de Illia o Alfonsín lograron cambiar el curso de las cosas: las Islas se encuentran en la misma situación que hace 51 años (sic).
Nos guste o no, lo admitamos o no, ése es el dato concreto de la realidad.
De todos modos puede afirmarse que el fracaso argentino es compartido: la famosa diplomacia británica, la del impecable Foreign Office, tampoco ha encontrado una solución justa y permanente para las islas, que prosiguen en la misma situación jurídica internacional desde hace más de medio siglo. No obstante el paso del tiempo, los resultados son idénticos, y por eso podemos afirmar que por sus frutos y nulos resultados hemos aprendido que los discursos encendidos y las palabras altisonantes son meras expresiones huecas.
Me he preguntado muchas veces en qué hemos fallado. No me costó demasiado descubrirlo. Desde hace 51 años a la fecha se ha reiterado, casi metódica y obsesivamente, ignorar totalmente a los isleños.
Los gobiernos argentinos de todo color, civiles y militares, porque ninguno queda exento de esta responsabilidad, construyeron la ficción de que los isleños no existen y que por lo tanto no tienen derechos o, para decirlo con lenguaje diplomático, no tienen “derecho de autodeterminación”.
La diplomacia principista argentina no logró nunca acordar con la diplomacia pragmática británica. Como ocurre siempre en una negociación diplomática fallida, el que tiene mayor posibilidad de hacer uso de la fuerza es el que menos se perjudica.
Una de las razones que han llevado siempre al fracaso estas acciones de política exterior es la enorme confusión que existe en cuanto a los objetivos.
Mahatma Gandhi que tenía muy claro lo que se proponía, fundó un movimiento que denominó “Quit India” (Abandonen la India) para contener el inconmensurable fervor y las ansias de independencia de millones y millones de indios que querían terminar con el colonialismo británico. Durante un congreso en el que estaban representados todos los sectores más afines con el ideario del movimiento independentista, Gandhi preguntó: “¿Qué es lo que ustedes más desean? ¿Humillar a los ingleses o la independencia de la India? “Las dos cosas será imposible obtenerlas, por eso es preferible que elijan una y nos concentremos en ella”. Triunfó el sentido común y luego de varias acciones de neto corte pacifista y anticolonial, el último virrey inglés, lord Louis Mounbatten, abandonó para siempre la India y ésta fue independiente en agosto de 1947, a pesar de la férrea oposición de Winston Churchill.
Sabemos poco y nada de los isleños; a ellos les ocurre algo similar con nosotros.
Creo que es hora de dar una oportunidad al sector privado. Los políticos -argentinos y británicos- han tenido la suya y han fracasado miserablemente en este tema. Es tiempo de que los isleños comiencen a conocernos mejor, y nosotros a comprenderlos en su realidad y en sus razones.
Un antiguo adagio popular dice que “a los parientes y a los vecinos, no se los elige”. Dado que las Islas seguirán estando siempre donde actualmente se encuentran, lo mejor que podemos hacer es iniciar una alternativa diferente de lo ensayado por los políticos y gobiernos hasta ahora. “Es absurdo esperar obtener un resultado diferente si aplicamos siempre el mismo procedimiento”, decía Albert Einstein.
A esa regla sobre el “absurdo de Einstein” llegaron los políticos en general incluyendo tanto a los que gobernaban como a los que ejercían la oposición: todos sin excepción fallaron y los resultados así lo prueban.
Después de obtener “resultado cero”, durante 51 años creo que ha llegado la hora en que isleños y continentales nos integremos por propia iniciativa privada. Así, algún día, seguramente en un tiempo medido en años, la confianza comience a desarrollarse y podamos remplazar el rencor y la desconfianza por un mecanismo de mutua conveniencia.
En estos días viajo a las islas Malvinas, donde permaneceré ocho días. Mi viaje es estrictamente privado. No represento a institución pública o privada alguna. Los gastos del viaje son financiados por mi propio bolsillo. Viajo como un simple ciudadano argentino que visita las islas.
Mi objetivo es uno solo: observar, oír, ver y escuchar a quienes vivieron allí toda su vida o piensan hacerlo siguiendo el ejemplo de sus mayores. Deseo ver a nuestra querida Argentina desde las Islas, pero hacerlo en medio de sus habitantes anglosajones y malvinenses. Aquellos que se sienten más seguros siendo británicos y que además nacieron y probablemente echarán sus huesos allí.
A través de las páginas de Los Andes haré un pormenorizado informe. Creo que hay oportunidades interesantes para desarrollar, tanto en el mundo de los negocios como en los de la salud, la tecnología, el deporte, el turismo y el plano cultural.
Si comenzamos por lo que nos acerca en lugar de hacerlo por lo que nos separa, hay más posibilidades de que algún día podamos hablar civilizadamente. Creo firmemente en el diálogo sincero entre vecinos, que siempre es mucho más fructífero y duradero que un monólogo.