La Selección tenía que dar una prueba de carácter, y lo hizo

Con el 1-0 a Bélgica, Argentina llegó a semifinales y rompió la racha negativa que pesaba desde Italia'90. Higuain, la gran figura.

La Selección tenía que dar una prueba de carácter, y lo hizo
La Selección tenía que dar una prueba de carácter, y lo hizo

Argentina se sacó una carga pesada que arrastraba desde hace veinticuatro años y está en semifinales de un Mundial. Volverá, así, a jugar siete partidos. Y entonces es cuando lo emocional vuelve a jugar su partido, cual si fuera un sello que está impreso en la identidad: si no se sufre, no vale. Y de ninguna manera puede valer si al mejor jugador del mundo se le escapa la más fácil de todas: frente al arquero, con pelota dominada y hasta con posibilidad de dejarlo en el piso con una gambeta. Y de ninguna manera puede valer si no aparece una última jugada sobre el área propia, como contra Suiza, pero esta vez no es un poste sino un cruce salvador de Garay. No, está escrito: el destino argentino no sabe de tranquilidad a largo plazo. Es una consigna: hasta el último aliento, lo ganarás con el sudor de tu frente. Y sí, Argentina, así sí que vale. Y vale doble.

Este uno a cero, trabajoso, hasta el segundo final de los cinco minutos de adición que dio el árbitro, sirvió, además, para dejar de lado a una Bélgica que había cosechado adjetivos en positivo bajo el aura de la gran revelación de esta Copa del Mundo. Ahora, sin embargo, se volverá a casa. Y le toca hacerlo luego de haber caído ante una Selección que le presentó rebeldía y determinación a la propia historia que estaba construyendo tras cuatro capítulos iniciales cargados de incertidumbre. En semifinales, ahora. El tiempo de demostrar que la impronta de campeón es la que debe consolidarse para cerrar en Río de Janeiro y merecerse el término "argentinazo".

Marcar presencia en la zona central y manejar el partido desde allí fue la tónica que buscó imponer el equipo a partir de su propia formación inicial. Nada de ocioso fue el cambio que ideó Sabella al ubicar a Biglia en vez de Gago. La idea base fue la darle más apoyo a Mascherano y contribuir a que Hazad no resolviera con tanta libertad como nexo en el ataque belga. Zabaleta y Basanta, desde sus respectivas posiciones, sumaron en la salida. Demichelis y Garay cerraron en línea atrás cuando la pelota partía desde posiciones de defensa. Y así, con el orden táctico como premisa, Argentina sentó dominio, aunque éste no fuera demoledor sobre el adversario. Éso le permitió sentirse mentalmente fuerte para iniciar el armado de la acción colectiva desde campo propio y no dependiendo casi en exclusiva de lo que pudiera hacer Messi más adelante.

De ocupar los espacios se trató el eje del mensaje de Sabella durante la semana previa. No puede limitarse tal expresión a una frase hecha de compromiso. Un espacio se ocupa cuando los jugadores se mueven en bloque hacia una posición determinada. Para que ésto sea posible, la percepción del futbolista es la que cuenta. Lo obliga a tomar decisiones sabiéndose amparado por un sistema que lo protege. Entonces, si Di María - mientras estuvo en cancha - se ofrecía como receptor por derecha, Lavezzi lo hacía por el lado ciego, y viceversa. De esta manera, el defensor contrincante está obligado a custodiar su zona por los extremos y no a cerrar a abanico cuando la pelota viene por el lado contraio.

La apertura del marcador fue una prueba de cómo se ocupa un espacio en ataque. Messi, al iniciar la acción, lo hizo a través de giros y semi giros, hasta meter la pausa para construir en corto y buscar la asociación del receptor. Di María fue el elegido por Leo e Higuain, el de "Fideo". El leve desvío en Verlonghen le dejó tiempo y espacio al "Pipita", quien cruzó con derecha hacia el palo más alejado de Courtois.

Esa celebración del atacante del Nápoli también tuvo mucho de desahogo. Venía cumpliendo en la faz táctica, pero no se le abría el arco. Ganó tanta confianza, inclusive, que se convirtió en referencia para la búsqueda en largo y también en la triangulación corta. Encaró, se llevó las marcas, frenó, aceleró, tocó y fue a recibir la descarga. Pudo haber coronado su alta performance con un gol de aquellos para el recuerdo, tras hacer pasar la pelota entre las piernas de Kompany y luego estrellar el derechazo en el travesaño. Una producción que le vino bien a él y mejor al equipo.

Argentina salió a imponer condiciones de entrada y ésto provocó un quiebre en un doble sentido: primero, porque enfrente tuvo a un antagonista mucho más abierto de lo que previamente le habían opuesto bosnios, iraníes, nigerianos y suizos; segundo, debido a Biglia equilibró más a la zona central con mucho corte de anticipo, pero también con una zona sobre Hazard, que terminó alejando al enganche belga de la posible conexión con hombres en ofensiva.

El gol reportó tranquilidad, aunque ésto no significó repliegue en campo propio. Así, la actitud estuvo de la mano con un  planteo que buscó fortalecer el centro de la cancha. Si a esto se le suma un impecable trabajo de Garay, quien pareció más acomodado con Demichelis que antes con Federico Fernández, entonces se entiende que Romero haya tenido menos necesidad de intervenir que en juegos anteriores.

Bélgica, a la larga, fue a jugarse su chance con un muy peligroso Fellaini, quien maneja el manual del juego aéreo con amplitud de recursos. El volante se estacionó en posición de atacante central para bajar pelotazos aéreos, que lo buscaban desde cualquier sector. Y allí fue cuando Basanta también se sumó a la defensa que sobre el longilíneo rival establecían Garay y/o Demichelis. Además, Wilmots envió a un atacante como Mertens en lugar de un mediocampista de ataque como Mirallas. Las cartas belgas estaban jugadas por alto, el único sector en el cual Argentina podía llegar a encontrar una grieta.

Y la Selección aguantó, pero sin encajonarse atrás. Enzo Pérez aportó por las bandas, Biglia por el centro y también lo hicieron Lavezzi y Palacios con su retroceso para presionar la salida adversaria. Los cinco minutos de adición alargaron la tensión. Messi se perdió una situación de las que habitualmente termina en gol. Garay metió un cierre monumental cuando dos rivales se acercaban desde atrás. El hincha apoyaba desde afuera. El banco seguía tensionado desde adentro. Y ese pitazo final abrió el mejor de todos los caminos posibles: el que lleva a seguir creyendo que, ésta vez, todo puede ser posible.

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