Dada la falsificación de la historia realizada por el gobierno y sus intelectuales subordinados, resulta conveniente recordar algunos hitos de la historia de la ganadería vacuna y su industria. En la primera parte del siglo XIX se instalaron en la cercanías del puerto de Buenos Aires y en Entre Ríos, grandes saladeros destinados a procesar la carne del por entonces, en gran parte, ganado cimarrón. Fueron los saladeros la primera gran industria en nuestro país.
Su tamaño era enorme. Fue la primera industria en incorporar el vapor como fuerza motriz. Llegaron a ocupar miles de personas y los más conocidos fueron propiedad de personas que ocuparon importantes funciones públicas como Juan Manuel de Rosas y Justo José de Urquiza. Claro está que las empresas las hicieron antes de ocupar la función pública, no como en estos tiempos.
El producto obtenido era la carne salada, llamada tasajo, que se exportaba esencialmente al Brasil para alimentación de la población de las haciendas azucareras.
Luego en la segunda mitad del siglo XIX se produjeron algunos hechos que transformaron totalmente la ganadería y las industrias derivadas. La incorporación de las razas europeas, que sustituyó al ganado criollo, aparejó una mejora sustancial de la calidad de los rodeos.
Ello fue posible por la incorporación masiva de tecnologías que hoy nos parecen sencillas, como el alambrado y el molino de viento para extraer agua, que permitió llevar el agua a donde estaba la hacienda y no a la inversa como había sido por siglos.
Otro invento que revolucionó la industria fue el frigorífico y el barco frigorífico, que permitió el transporte de grandes volúmenes de carne refrigerada o congelada al mercado europeo, el gran consumidor por entonces. Carnes, más trigo, más lana fueron los pilares del desarrollo de la economía argentina por muchas décadas. Por la carne fuimos conocidos en el mundo.
Ya en la segunda mitad del siglo pasado, gobiernos de diverso origen aplicaron políticas de fijación de precios y limitaciones a las exportaciones, con la pretensión de que la carne fuera barata. La consecuencia fue la constante declinación de la ganadería, pero desde hace un cuarto de siglo comenzó una recuperación, de la mano de notables mejoras genéticas y manejo de los rodeos. Un hecho muy importante fue la declaración de país libre de aftosa. Lo mismo ocurrió con la denominada “enfermedad de la vaca loca”.
Ahora bien ¿cuál es la explicación de nuestro retroceso como exportadores? Nuevamente la respuesta es sencilla: las medidas adoptadas por el secretario de Comercio Interior a partir de 2006. Con el demagógico slogan de “defender la mesa de los argentinos”, congeló los precios del ganado en pie, en los mostradores, redujo el peso de faena y prohibió las exportaciones.
Resultado: crisis total de la ganadería que perdió una parte importante de hembras. Es decir, como ocurre siempre con el populismo, nos comimos el capital. Sin vacas madres no hay terneros. En 2009 comenzó una estampida de precios y desde entonces los argentinos pagamos la carne a precio internacional.
No hace falta decir que nuestros vecinos tuvieron políticas exactamente opuestas a la nuestra.
Resultado: el año pasado Brasil exportó 1,3 millón de toneladas; Uruguay 350.000 tn; Paraguay 210.000 tn. La Argentina 183.000 tn mientras que en 2005 habíamos exportado 771.000 toneladas.
Colofón: cerraron 130 frigoríficos y se perdieron 205.000 empleos. El renunciante Guillermo Moreno sigue siendo secretario de Comercio Interior (hasta diciembre) y dictando las políticas.