La Argentina volvió a cambiar. Alberto Fernández es presidente electo tras derrotar a Mauricio Macri, el hombre que paradójicamente había sido elegido por el pueblo argentino hace cuatro años para sacar del poder al kirchnerismo.
Fernández, ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y de su hoy compañera de fórmula, Cristina Fernández, asumirá el 10 de diciembre el control de un país en crisis y el desafío de un celoso equilibrio hacia el corazón de su propio poder.
Macri gobernará hasta diciembre, pero Fernández debe marcar el camino hacia dónde irá el país. Se inicia una transición institucional, que debe ser ordenada y consistente: tienen que coordinar medidas para evitar que la grave coyuntura económica y financiera se espiralice.
Hay tres frentes urgentes: el social, el cambiario y el externo. No hay tiempo que perder. Macri y Fernández están obligados a reconstruir el diálogo que ambos dinamitaron hace un mes y acordar medidas en los 44 días que deberán convivir.
La demanda social está en aumento, por la pobreza y la indigencia. La inflación se acerca al 60% anual y el peso se sigue devaluando: en cuatro años perdió el 78% de su valor frente al dólar.
La deuda externa es apremiante. Los acreedores del exterior se están agrupando en los Estados Unidos a la espera de una respuesta. La Argentina se encamina a una reestructuración de 100.000 millones de dólares que se le ha tornado impagable.
Macri se irá del Gobierno con una recesión extensa que tiene al consumo en mínimos históricos. El desempleo superará el 12% en diciembre y la pobreza rozará el 40%. La cadena de pagos padece incontables fisuras. La presión impositiva está en torno al 43% y el déficit financiero rondará los 10.000 millones de dólares (3,3% del PBI).
El jefe de Juntos por el Cambio también dejará también una plataforma de despegue: la industria tiene el 40% de capacidad ociosa; las tarifas están actualizadas y el salario en dólares se ha derrumbado a la mitad. El 2019 cerrará con superávit comercial de 10.000 millones de dólares.
Si bien a Fernández lo señaló Cristina y lo eligió el país, lo terminó de catapultar la infructuosa tarea de Macri para atacar la crisis económica. El presidente recibió profundos desequilibrios macroeconómicos de quien hoy es verdugo y el plan por el que optó trajo resultados contrarios a los que pretendía.
El corazón del poder
Cristina llega a la conducción del Senado con doce procesamientos confirmados y seis pedidos de prisión preventiva por presuntos hechos de corrupción. Está acorralada por la Justicia, pero mantiene un piso de apoyo popular que le permitió volver al centro de gravedad del poder.
El oficialismo la había dado por muerta en 2015 y más aún cuando la derrotó en 2017 en las legislativas en Buenos Aires, el bastión del peronismo. Pero fue el propio Gobierno el que la volvió a subir al ring en pos de una polarización que creía lo beneficiaba. El cálculo salió mal.
La ahora vicepresidenta electa se reinventó. Se corrió y designó a Fernández como presidenciable; reunificó al peronismo y llevó al frente a la victoria. A la luz de los hechos, fue una maniobra magistral que dio la estocada final a Macri.
El éxito de esa estrategia hoy es un arma de doble filo para el nuevo Presidente. Dos tercios de los votos que lo llevan a la Casa Rosada se los aportó el núcleo duro del cristinismo, que buscará protagonismo.
Las urnas proporcionaron a Fernández legitimidad de origen pero él necesitará construir su legitimidad de ejercicio, por lo que tendrá que defender las instituciones y alejarse de la impronta personalista -cuando no autoritaria- que supo marcar la administración de Cristina.
Esa mitad del país que no votó a Fernández será implacable. La memoria está cargada de acontecimientos condenables del kirchnerismo, como la destrucción del Indec y el presunto circuito de sobornos y malversación en torno a la obra pública.
En paralelo, Fernández tendrá que atender el ojo incisivo de Cristina en la toma diaria de decisiones y contener la interna entre el cristinismo y el pejotismo. Según anticipó, tiene un plan inicial: un pacto social con sindicatos y empresarios, el respaldo de los gobernadores del PJ y apoyarse en el Congreso.
Pero, conocido por su carácter temperamental, también Fernández enfrenta el reto personal de lograr que esos consensos políticos se materialicen para evitar el destino de derrota frente al que hoy está Macri. Pero, sobre todo, para intentar sacar a la Argentina del pozo.