Introducción
El kirchnercristinismo está herido de muerte y en vías de disolución pese a la resistencia de algunos duros como Diana Conti, Juliana Di Tullio, “Cuervo” Larroque, Diego Brancatelli, Anabel Fernández Sagasti y otros camporistas fanáticos que sólo se convencen a sí mismos.
La bochornosa realidad de los descubrimientos diarios de la corrupción generalizada y los cientos de procesos que se abren sin pausa, impedirán que muchos de ellos puedan volver a la función pública, comenzando por Cristina quien, con su marido, habrían liderado la asociación ilícita denunciada por Lilita, Margarita y otros políticos afines.
Todo esto es aterrador pero lo es más la existencia de un sistema corrupto que nos ha gobernado durante decenios y que nos ha dejado un país destruido.
Argentina está vieja. He tenido oportunidad, en los últimos años, de viajar por América y comprobar el progreso de países que siempre creímos de menor cuantía que el nuestro y hoy muestran una pujanza imposible de prever hace quince años.
Argentina está vieja y sus principales ciudades: Buenos Aires, La Plata, Rosario, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y las demás de menor importancia y tamaño, están grises, iguales, sin los progresos asombrosos del continente que nos abruma.
Las casas y edificios no se pintan por falta de dinero de sus propietarios. Tampoco se construyen nuevos. Esta vejez tiene responsables con nombres, apellidos y partidos políticos a los que han representado en las décadas transcurridas.
Las marcas de la vejez están en los populismos falsarios y en los militares golpistas. Reitero lo que he dicho numerosas veces: la declinación argentina comenzó en 1930, pero en los últimos años alcanzó niveles sin precedentes en la historia.
Argentina está vieja y detenida en el tiempo, con triste retroceso que afecta también a las instituciones, que descreemos de ellas, y los populismos se encargaron de bastardear para dominar mejor al pueblo al que, mientras le robaban, lo llenaban de falsas promesas que nunca cumplieron.
La sorpresa de hoy
Luego de siete meses del gobierno en el poder, le exigimos ya un progreso importante y la solución de todos los problemas. Como no se dan con nitidez, bajan las encuestas y aumenta la desilusión. ¿Es correcta la exigencia de exitismo que siempre demandamos?
Absolutamente reprochable. Durante décadas millones de argentinos han votado populismos autoritarios que han destruido al país. Los fracasos no han servido para repensar el voto sino para reiterar las elecciones de malos gobiernos.
La ignorancia y falta de información, acrecentadas por una educación cada vez más deficiente y sin contenidos, permitieron arribar a este escándalo de los últimos quince años.
Como nunca, sufrimos la corrupción, el relato falso y el escarnio interno e internacional. A fuerza de cinismo e hipocresía del régimen concluido el 10/12/2015 creo, definitivamente, que tenemos que reconstruir el país en base a verdad, honestidad e instituciones vigentes que trasciendan a las personas de los gobernantes y a nosotros mismos. Debemos analizar con seriedad a quiénes elegimos.
Teniendo gran parte de la culpa de la existencia de pésimos gobiernos, no nos hacemos cargo de que el desastre heredado no se puede solucionar de inmediato.
La destrucción ha sido enorme y debemos aportar a la solución con tiempo y esfuerzo. El Gobierno ha pedido paciencia y manifestado que en el segundo semestre de 2016 se empezarían a ver resultados positivos. En trabajos anteriores he manifestado que esto no será así. Macri no ha querido mentir.
Simplemente y sabiendo lo impacientes y malcriados que somos, ha puesto postas para mantenernos casi sin darnos cuenta en el enorme costo de esta fiesta lujuriosa de tantos años, especialmente de los últimos.
A riesgo de una sinceridad dura, creo que las curaciones del país demandarán muchos años y tendremos que sentirnos muy felices si los primeros resultados importantes pudieran verse en el transcurso de este mandato de cuatro años y hacia sus finales.
Pensemos en cuánto tiempo se cambia nuestra mentalidad para desterrar la ley del menor esfuerzo y que un país destruido requiere del trabajo y la comprensión de todos.
Pensemos en la ardua tarea de salir de una economía populista marxista para lograr un capitalismo moderno que genere inversión, producción y, en especial, fuentes de trabajo.
Cómo asistimos a nuestros jubilados estafados y saqueados durante decenios para darles la dignidad espiritual y material que requieren por derecho propio y natural.
Cómo saneamos el desquicio del Poder Judicial con jueces nombrados a dedo sólo para respaldar a los políticos de turno corruptos y ladrones, cuando para ser removidos se requiere del dificultoso juicio político o jury de enjuiciamiento no siempre acompañado por todos los legisladores.
Cómo derrotamos la inflación que sólo se terminará en un año y medio, por lo menos, desde que se sanee el déficit fiscal y se deje de emitir sin respaldo con ingreso de reservas genuinas.
Cómo logramos que el Banco Central cumpla con uno de sus postulados básicos de defender el valor de nuestra moneda, con un país que desde 1945 un peso de ese entonces vale hoy un peso y catorce ceros a la derecha, es decir, no tenemos moneda.
Cómo cambiamos la mentalidad de los políticos para que acepten que el mejor negocio que pueden hacer es no mentir, decir toda la verdad por dura que sea y cumplir las promesas una vez electos y en funciones. El espacio no me permite seguir enumerando preguntas, algunas casi sin respuestas o de muy difícil contestación.
Pero si logramos comprender todo esto tan complicado, lograremos, al final del arduo camino, el éxito tan esperado. También el gobierno de Macri deberá rectificar los muchos errores que ha cometido y saber hacerlo no sólo con verdades sino con mucha política sana.