Hace unos días tuve oportunidad de leer una encuesta en la que consultaban a los ciudadanos cómo perciben los altos niveles de corrupción en nuestro país y cuál era su nivel de tolerancia sobre la misma.
De los datos de la mencionada encuesta surge la profunda contradicción en la que vivimos los argentinos, desde el momento en que creemos que se debe actuar de determinada manera, pero elegimos el camino totalmente opuesto. Por eso, el 55 por ciento de los consultados estima que el nivel de corrupción es alto en la Argentina pero, como ya señalamos, el 55% considera "aceptable" que un político sea corrupto si "mejora la economía o soluciona problemas del país",
Debo decir con sinceridad que me quedé pasmada ante los lamentables resultados, pues si bien en su gran mayoría la gente considera que la corrupción en Argentina es alta, hay un concepto fuertemente arraigado de que no hay que combatir la corrupción sino adecuarse a ella, tolerarla sin más y muchas veces disculparla detrás del famoso "roban pero hacen", creyendo que es el precio que hay que pagar para que "hagan".
¡Pero es que ni siquiera hacen! ¿No nos damos cuenta de que detrás de cada obra que no se realiza en beneficio de los ciudadanos está detrás el cáncer de la corrupción, los vueltos y los famosos "peajes"?
La corrupción mata de verdad y la prueba más evidente de ello son las más de 100 vidas perdidas (y evitables) entre accidentes ferroviarios y fenómenos naturales que ocasionaron terribles consecuencias por la falta de infraestructura adecuada por obras no hechas desde hace tiempo, incluyendo esta "década ganada".
Entonces ciudadanos, ¿dónde está el "hacen"? No, se roba y además no se hace lo que hay que hacer. Es claro, cada peso robado va a parar a algún bolsillo y falta en los servicios públicos.
Pero lo más penoso, como se dijo al principio, es que la ciudadanía, en un alto porcentaje, permite que estas cosas pasen con su silencio, con su actitud pasiva y acomodaticia ante este fenómeno ya casi sistémico en nuestra querida patria.
¡Qué tristeza! ¿Para qué nos sirve enterarnos cómo funciona este tema en el resto del mundo, el rigor y castigo con que se combate, si no vamos a realizar ningún esfuerzo por cambiar este flagelo moral? ¿De verdad somos así?
No me resigno a que mi país y nosotros, su pueblo, que cantamos orgullosos el Himno y declamamos aplicar prácticas de valores en nuestras vidas privadas y públicas, resignemos sin castigar las prácticas y políticas corruptas en diferentes espacios de nuestra sociedad (políticos, empresarios, administración pública, etc.).
¿Qué nos está pasando? ¿En qué momento perdimos el camino de los valores que, junto con sus equipajes, trajeron nuestros abuelos venidos de todas partes del mundo y también cultivado por nuestros criollos y atesorado y perpetuado en obras como el Martín Fierro? ¿Cuándo nos quebramos moralmente los argentinos? ¿Cuándo empezamos esta etapa en la que la ética se volvió relativa?
Ser honesto y recto en nuestro actuar no sólo trae satisfacción de conciencia personal y admiración familiar sino que nos transforma en verdaderos constructores de un país mejor.