El irracional intento de revivir ideas y políticas que ya fracasaron en los años ’70 del siglo pasado está conduciendo al país a un profundo desquicio económico, a la destrucción de sus instituciones políticas y a un aislamiento internacional, que tornan insignificante a la Argentina en el mundo.
Estos deberían ser los temas centrales del debate político camino a las próximas elecciones, pero lamentablemente la política nacional y provincial están enredadas en la madeja reeleccionista, tapadas por el ruido de expresiones cotidianas de una pobreza intelectual que asombra a propios y extraños.
En ese contexto es frecuente escuchar a eminentes intelectuales y políticos extranjeros que se preguntan qué le pasa a la Argentina, a dónde quieren llevar el país sus gobernantes. Por cierto, la misma pregunta se hacen miles de argentinos que saben cómo funcionan los países serios de verdad.
Vaya como atenuante para el gobierno recordar que la política de aislamiento internacional no es la primera vez que se practica en nuestra historia y que las ideas autarquistas de que no necesitamos de nadie o de que el mundo conspira contra nosotros, es compartida por no pocos compatriotas. Pero que sean muchos y hagan mucho ruido no los exime de estar equivocados.
Desde hace mucho tiempo se dice, con sobrados fundamentos, que la globalización no es optativa, simplemente existe, estamos en ella, no hay manera de decir seriamente “yo la repudio, no la acepto”. La globalización es el producto de la revolución de las comunicaciones, de la era de la información, de la baja de los costos del transporte internacional.
Los países que quieren progresar no tienen otra opción que analizarla en profundidad para decidir de qué modo se insertan en el mundo globalizado. Claramente nada de eso hemos hecho ni estamos haciendo. Priman criterios ideológicos cerriles, resentimientos personales de quienes gobiernan y nunca faltan quienes, al amparo de esas ideas y políticas, hacen buenos negocios.
Desde luego que el camino que deberíamos seguir es muy diferente, siquiera para acercarnos a nuestros vecinos más exitosos frente al mundo. Lo que deberíamos hacer es fácil de enunciar, al menos en el orden económico.
Acuerdos de libre comercio con la mayor cantidad de países o grupos de ellos, como ha hecho Chile y en los últimos años también Perú, siendo ellos, en ambos casos, base de sus crecimientos económicos. Establecer en los hechos, no en las palabras, el verdadero mercado común del sur, que incluya a la mayor cantidad de países posibles. Mercado donde los bienes, las personas y los capitales circulen libremente. Mercado que sea instrumento de peso para que juntos negociemos mejor con el resto del mundo, especialmente con los países emergentes de Asia y África.
La Argentina debe volver a insertarse en el sistema financiero internacional, del cual estamos fuera, habiendo perdido una oportunidad extraordinaria de abundancia de capitales a bajo costo. Debemos entender que la sustitución de importaciones ha contribuido muy poco o nada al desarrollo del país.
Al cerrar y atrasar al país, en un ranking de 118 países ocupamos el lugar 113 como economía más cerrada. Sin embargo, no sólo se ha cerrado la economía, también se viene cerrando la cultura, la política, la ciencia. Es una concepción que nos aleja del progreso, del futuro y de nuestros vecinos. Que nos deja muy pero muy afuera del mundo.