Arequipa: quedémonos aquí

La ciudad blanca de estilo colonial mirada de cerca por el Misti, habla sobre su pasado en cada cuadra.

Arequipa: quedémonos aquí

En las faldas del imponente volcán Misti, Arequipa es una urbe pujante, mitad antigua -fue fundada en 1570- y la otra mitad moderna. De hecho es la segunda en importancia del Perú. Los servicios para el turista han crecido en ambos sentidos.

Sin embargo, el viajero seguramente persiga el estilo arequipeño de construcciones blancas de piedra volcánica sillar y una gastronomía muy particular, propia hasta el tuétano. La tierra de Mario Vargas Llosa tiene mucho para ofrecer. Aquí un avance.

¿Qué ver?

Su centro histórico fue declarado por Unesco, Patrimonio Cultural de la Humanidad, y es el que muestra el estilo citadino de varios siglos. La Plaza de Armas es el punto de partida para el turista. Como siempre estos espacios de la América toda eran el centro neurálgico de cada nueva ciudad, y ésta no es la excepción. Bellas arcadas -blancas por supuesto- dan la cara a la calle y a la plaza desde las veredas vecinas.

Los famosos portales de Arequipa, como se los conoce, que antes eran el Cabildo, ahora son un paseo hermoso. En la explanada junto con vegetación hay fuentes ornamentadas, siempre blancas. Pero es la Catedral la que domina desde 1656.

La piedra volcánica utilizada en casi todos los edificios centenarios muestra un claro estilo neo renacentista. Varios incendios y un terremoto la dañaron pero fue restaurada primero en 1868 y en otras ocasiones en menor magnitud siempre conservando su esencia. Como las imponentes torres de 28 metros de altura; cabe señalar que una cayó en el terremoto de 2001.

Otra iglesia que hay que ver es la de la Compañía de Jesús. Fue erigida por los jesuitas en el siglo XVII. Las pinturas de la sacristía a la que llaman la Capilla Sixtina de Arequipa, es un verdadero tesoro pues fue pintada por los indígenas influenciados por las imágenes de santos y demonios de aquellos días; francamente impacta. Los más de 60 lienzos de la escuela cusqueña son muestra de aquellos días, de la cosmovisión impuesta y de una sencillez abrumadora. El altar, con su revestimiento de oro y el púlpito, otras joyas del ayer.

Seguramente quien llega a la urbe ya oyó hablar del Convento de Santa Catalina de Siena, que data de de 1580. La bellísima construcción -considerada la edificación religiosa más importante del país- presenta muy bien la época en la que fue levantada.

Una especie de mini ciudad amurallada con diversas estancias divididas por callejuelas, pero también hay pasadizos y plazas internas. Es menester hacer la visita guiada para trasladarse sin pasaporte a esos días de monjas de clausura de familias bien. Coloridos muros, patios y rejas hermosas dan paso a la pinacoteca con exquisitas obras cusqueñas y quiteñas. También pueden encontrar el claustro de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo que fue beatificada por el papa Juan Pablo II en 1985.

Si tiene poco tiempo en la ciudad bajo ningún punto de vista podrá perderse el Museo Santuarios Andinos de la Universidad Católica de Santa María, ya que es donde se encuentra la Dama de Ampato, la momia que data de antes de la conquista en un estado de conservación sorprendente. Conocida popularmente como Juanita, la momia fue hallada en 1995 en la cumbre del volcán Ampato de 6.288 metros de altura.

Son muchos los estudios en torno a la bella. Estiman que tenía entre 12 y 14 años y fue sacrificada aproximadamente hacia 1466 durante el gobierno de Túpac Yupanqui. Según los rituales de aquellos días la joven fue preparada antes de ser entregada.

Se le dio de beber y comer ciertas hierbas que la dejaron en un estado de inconsciencia para que no sufriera el rigor de la muerte. Vestía hermosas prendas y junto a ella se hallaron ofrendas en cerámica, oro y plata. El ajuar, como se lo conoce, ya que cada alma debía viajar con sus cosas para comenzar en la nueva vida. En el trayecto se puede aprender sobre las creencias, modo de vida cotidiano, social, religioso del gran imperio Inca y de sus territorios anexos.

Luego, como siempre, la recomendación es perderse por las callejuelas, detenerse quizá por algún pisco al atardecer y admirar las tonalidades que tiñen el blanco reinante en los muros. El turista atento observará edificios del siglo XVII y XVIII restaurados, algunos que fueran palacetes hoy son bancos o restaurantes y no ocultan la opulencia de antaño.

Un ejemplo que recomienda el guía local es el Palacio Goyeneche ahora propiedad del Banco Central de Reserva del Perú que alberga lienzos de la escuela cusqueña y esculturas de la escuela granadina. Otra recomendación es dirigirse hacia la casona de los  muros más anchos, como haría en San Petersburgo. Ésta se encuentra en Santa Catalina y San Agustín.

Por el barrio de San Lázaro de sillar blanco, geranios rojos en las ventanas  y adoquinado negro, los callejones abundan y cada uno con su leyenda: el del violín, el de la bayoneta o el de los cristales, para empezar. Por allí hay que probar el pan de ripacha con caldillo como para dar fuerzas en el inicio de la jornada.

Dan ganas de quedarse, siempre. Como habría dicho Mayta Cápac a los suyos cuando vio el valle entre volcanes. “Ari, quepay” que en lengua quechua significa “sí, quedémonos aquí”.

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