Oriente Medio ha sido bendecido por los mayores yacimientos petrolíferos del mundo, pero, a su vez, ha sido carcomido por las disputas domésticas y por la injerencia extranjera.
Desde el acuerdo Sykes-Picot de 1916, cuando los británicos y los franceses se repartieron la región, las tiranteces llevaron a disimular las guerras y los conflictos por los recursos bajo el manto de la política o de la religión. Los países ricos en petróleo y gas, expuestos a la volatilidad de los precios en el mercado internacional, padecen una maldición.
La maldición de los recursos, como ocurre en Arabia Saudita. Sus ciudadanos, por regla general, soportan la desigualdad por el descuido de otros factores productivos.
En los últimos seis años, sobre todo después de la "Primavera Árabe", la región tuvo dos caras. La de la violencia y la frustración, por un lado, y la de la globalización y la ostentación, por el otro.
Dos caras y dos velocidades, con países sumidos en conflictos, como Siria, Irak y Libia, y países encaramados en las grandes ligas, como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Qatar. Unos exportaron refugiados y los otros se negaron a recibirlos mientras, más allá de los difusos límites de Oriente Medio, el terrorismo comenzaba a ser sinónimo de una frase con tono de amenaza cada vez más frecuente: "Allahu akbar" (Dios es grande).
Una era parece terminar. La era de la proxy war (guerra por delegación) entre milicias que reciben apoyo y aliento de las potencias en pugna. Otra era parece comenzar. La era de las acciones directas.
Arabia Saudita se ensaña contra Irán por el misil que los hutíes, la insurgencia chiita de Yemen, lanzaron contra el aeropuerto de Riad en represalia por un bombardeo contra civiles. La defensa aérea que Arabia Saudita le compró a Estados Unidos interceptó el misil.
Fue la primera vez que los hutíes alcanzaron la capital. El reino sunita consideró que se trató de un ¿acto de guerra? y se reservó el derecho a responder. No a los hutíes, sino a Irán.
Entre los países de la coalición no hay una política exterior ni una de defensa coordinadas. Las monarquías comparten un destino común, pero cada una compra armas a cualquier precio. Los fabricantes europeos y norteamericanos se disputan los contratos.
El realineamiento de los países comienza en casa. En las entrañas de Arabia Saudita, Salmán rompió con los patrones tradicionales de consenso que caracterizaban a la familia real.
Lanzó una campaña sin precedente contra la corrupción. Un comité reabrió el caso de las inundaciones de Yeddah, en 2009, que dejaron 122 muertos y 350 desaparecidos, y el del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS), que irrumpió en Arabia Saudita en 2012.
Once príncipes, cuatro ministros y numerosos funcionarios, militares y empresarios están detenidos en el hotel Ritz-Carlton de Riad, donde se alojaron Donald Trump, en mayo de 2017, y Barack Obama, en marzo de 2014. Una jaula de oro.
El rey, en el trono desde 2015, le limpió la estantería a “MbS” (Mohamed bin Salmán), de modo de permitirle que encare su plan de reformas sin oposición. ¿En qué consisten esas reformas?
El plan, titulado Visión 2030, contempla multiplicar por seis los ingresos no derivados del petróleo; incrementar las exportaciones no petroleras; poner en venta el cinco por ciento de Aramco, la petrolera nacional; crear un permiso de trabajo para extranjeros, de modo de mejorar el clima de inversión e impulsar el turismo; aumentar el número de peregrinos que concurren a La Meca y la participación de las mujeres en el mercado laboral, y fortalecer la lucha contra la corrupción.
El sucesor de Salmán, de 81 años, no era MbS, de 32, sino su sobrino, Mohamed bin Nayef, de 57 años, dueño y señor del Ministerio de Interior. La noche del 20 de junio, un grupo de príncipes y oficiales de seguridad acudieron al palacio Safa de La Meca a pedido del rey.
Estaba a punto de concluir el Ramadán. La principal preocupación de los sauditas era cumplir con sus deberes religiosos. Los miembros de la realeza se encontraban en La Meca.
El rey le comunicó a Bin Nayef, diabético y afectado por trastornos desde que sorteó un intento de asesinato en 2009, que no iba a ser su sucesor. Primero se rehusó. Luego cedió.
El decreto real selló su destino. Su oposición al boicot contra Qatar pudo haber influido en la decisión de Salmán de cortarle las alas. La prédica de MbS por un “Islam moderado” derivó en las sanciones contra la pequeña monarquía del Golfo Pérsico.