Vieja casa con techo de tejas…
No suelo recordar lo que sueño, pero algo cercano a una pesadilla se ha repetido a lo largo de los años: sueño que voy caminado por la calle San Martín. Cuando doblo por la calle Videla Correa, en la Cuarta Sección, mi vieja casa familiar -donde vivieron mis abuelos, mis padres y yo- ha desaparecido.
La fisonomía del barrio, en mi sueño, es anterior al terremoto del 85: la misteriosa calesita, abandonada por alguien e incrustada durante mucho tiempo en el zanjón, la vieja mueblería de la esquina, construida en adobe, la enorme colchonería de don Pérez con sus cortinas metálicas.
Toda la esquina está regada por miles de florcitas anaranjadas que desprenden las tipas en primavera. Todo se ve igual a como era antes del terremoto, pero mi casa ya no está. La tristeza que me invade, en ese sueño, es muy honda. Es una caída al vacío, a la nada.
Ayer estaba recordando tu casa, mi casa…
Mi historia con la Cuarta empieza, se podría decir, antes de que yo naciera. Mis padres vivían allí mucho antes de casarse. Estaban separados por la calle San Martín, que divide la "Cuarta de fierro" de la llamada "Cuarta de manteca".
Mi papá era un inmigrante italiano que vino a la Argentina cuando era niño. Su hogar estaba en la calle Santiago del Estero, en la Cuarta de las historias del hampa, de los hombres fuera de la ley y de la prostitución.
Es la Cuarta donde sobrevive aún el Restaurante “Los dos amigos”, que anteriormente había sido el “Bar Villarreal”, inmortalizado en un tango que se llama “Mi vieja Cuarta Sección”. Al parecer allí hubo algunas trifulcas y se dice que algún parroquiano perdió la vida en una de ellas.
Del otro lado de la avenida vivía mi mamá con su familia. Eran inmigrantes del sur de España. Vivían en la calle Videla Correa.
Mi barrio era así… o por lo menos yo lo recuerdo así…
Todos los recuerdos de mi infancia están ligados a esas calles, más tranquilas y mucho menos transitadas en aquel entonces. Los vecinos sacaban sus sillas a la vereda para conversar en las noches calurosas. Recuerdo con nitidez el rumor del agua que aún corría muy generosamente por las acequias, donde naufragaron cientos de mis barquitos de papel.
Por San Martín estaba la pajarería del señor Julio. Allí yo pasaba largas horas mirando los canarios y otros animales que estaban en venta. Había desde conejos hasta monos.
El quiosco del Raúl era otro lugar de reunión muy importante. Allí concurrían mentados personajes de la zona, como don Aníbal, el jorobadito y el señor Aballay. La tintorería de Domingo y su perra “Cleo” durmiendo en la vidriera.
También recuerdo la escuela Hipólito Yrigoyen, en la intersección de las calles Videla Correa, España y Bogado, donde hice la primaria. Enfrente del colegio, donde hoy han construido edificios, aún estaban las ruinas de lo que había sido una antigua Feria Franca Municipal, donde se decía que vivían fantasmas como la “Mano Sangrienta”. La leyenda aterrorizaba a los niños de la zona.
Un poco más allá estaba la plaza Yrigoyen, donde tenía un árbol amigo, al que me subía siempre. Frente a la plaza, por Bogado, estaba la estafeta de la familia Philippens. Más allá, en la avenida Perú, estaba el Club Pacífico.
Ya en la adolescencia fui a la escuela Compañía de María, en Gutenberg y San Martín, en el turno mañana. A la noche ensayaba en el garaje de casa con mi primera banda de rock. Los ensayos pasaron luego al living de la casa de mi madre, que le tenía más paciencia a los ruidos que los vecinos, quienes se quejaron a veces hasta el extremo de llamar a la Policía. Ellos quizá son los responsables de que haya cambiado el rock por el tango.
Siempre estoy llegando…
Un día me fui del barrio. Viví unos años en el centro, en Colón y Mitre. Después me vine a Buenos Aires. Pero como dice el tango, “yo siempre estoy llegando”.
Desde la infancia hasta el presente la zona ha cambiado mucho. Se han construido edificios y comercios, y hace un par de años, al visitarla después de unos cuantos meses de ausencia, sentí mucha nostalgia al ver que habían tirado la esquina del almacén de los Benenatti, tal vez el último bastión anti-multinacional del barrio. Siempre me voy a acordar del olor del brasero mezclado con la carne y las verduras.
El barrio ha cambiado, muchas de las personas que aparecen en estos recuerdos ya no están, pero mi casa, a diferencia de lo que ocurre en mi sueño, sigue allí.