Aprender y enseñar, no importa la edad

Ejemplos de vida que reconfortan. Un chico, sanjuanino, de 12 años da clases de apoyo a sus vecinitos, además de cursar el secundario.

Aprender y enseñar, no importa la edad
Aprender y enseñar, no importa la edad

La  constancia, la solidaridad y el ingenio son valores que atraviesan nuestra realidad, pero que a veces faltan en el contexto de nuestras vidas o se presentan en escasas dosis, en días en que los casos de violencia entre las personas se repiten con alguna frecuencia.

Por eso vigoriza el ánimo de la comunidad los ejemplos que vamos a describir, protagonizados por dos argentinos, en diferentes etapas de la existencia.

En un caso es la historia de Leonardo Nicanor Quinteros, quien con apenas 12 años, da clases de apoyo a chicos de su edad en la modesta casa de su abuela, en el barrio Las Piedritas, del departamento Pocito (San Juan).

La otra experiencia de vida es la protagonizada por Teresita Reinoso, quien recientemente egresó con el título de bachiller en Educación, tras cursar en el CENS  N° 3-483, de Rodeo de la Cruz (Guaymallén). Es de destacar que esta señora concluyó sus estudios a los 75 años, además de alcanzar la condición de escolta de la bandera nacional en el establecimiento.

La meritoria mujer tenía esta asignatura pendiente en su vida. Cuando terminó la primaria siendo una niña -en la escuela Guillermo Rawson de Godoy Cruz- no pudo continuar estudiando porque su mamá enviudó muy joven y a los 16 años tuvo que comenzar a trabajar para ayudar al sustento de la familia.

En lo que concierne al émulo de Domingo Faustino Sarmiento, su cruzada educativa es digna de encomio. Cursa el primer año en un colegio secundario de su jurisdicción y además dedica tiempo y esfuerzo en dar clases de apoyo a pibes de la barriada donde instaló una pequeña escuelita, en la parte posterior de la humilde vivienda de su abuela, ocupando dos habitaciones del inmueble.

Al diminuto colegio lo bautizó con el nombre de "Unidad y Patria" y dispone de un pequeño equipamiento consistente en pizarrón, botiquín de primeros auxilios, algunos libros y hasta una campana para llamar a recreo.

La realidad de Nicanor es la contracara de la penosa y lamentable situación de los adolescentes que, por distintas circunstancias, ni estudian ni trabajan. Este muchacho, de muy humilde raigambre, reivindica lo mejor de nuestros cuadros juveniles, los que definitivamente harán grande otra vez a este país. No sólo estudia y brinda enseñanza a escolares de la zona, sino que además tiene una segunda meta: poder darle de comer a sus alumnitos y a los vecinos que lo necesiten. Para cuando sea más grande aspira a seguir estudios universitarios, aunque sabe que también tendrá que trabajar para acceder a ese nivel.

La sencilla cruzada de "Nico",  como lo llaman familiarmente, tuvo repercusión a nivel nacional y está recibiendo apoyos para mejorar la infraestructura de su local educativo. Inclusive el Gobierno sanjuanino y los Veteranos de Guerra de Malvinas de la vecina provincia le construirán dos módulos para reemplazar las aulas de adobe donde enseña. Además, la mendocina Fundación Vivencias Argentinas, aprovechando el receso escolar, lo trajo a nuestra capital y le hizo conocer algunos lugares sanmartinianos, especialmente el Cerro de la Gloria y el Monumento al Ejército Libertador.

La del pibe sanjuanino y la de Teresita son realidades que emocionan ante tanta indiferencia y falta de compromiso de un sector de cierta dirigencia, no de toda por supuesto. Es posible que las historias de estas dos personas se repitan en otros lugares.

Estamos seguros que deben existir muchos Nicanores y Teresitas, que logran cambiar sus vidas y proyectarse como ejemplo para que otros tomen actitudes parecidas o se reconforten con lo que hacen nuestros elegidos. En medio de sucesos que conmueven pero en sentido contrario: corrupción, crímenes, robos y asaltos y el profundo enfrentamiento que hay en distintos niveles de nuestra sociedad.

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