Cuando salgo a recorrer las fincas, caminando junto a las orillas de los canales, compruebo la importancia del agua como sinónimo de vida, y lo imprescindible para la población, para los productores.
Tengo 32 años, vividos todos juntos en Lunlunta, Maipú. Con mi generación sumamos ya cuatro desde la llegada de mis bisabuelos franceses.
Estoy acostumbrada al trabajo dentro de las fincas, pues lo cotidiano de mi actividad está relacionado a los cultivos, a la administración del recurso hídrico y al buen funcionamiento de los canales de riego. En este momento me desempeño como inspectora de cauce, específicamente del canal matriz de zona en Lunlunta.
Si bien no se ven muchas mujeres involucradas en estas tareas, de a poco nos hemos ido sumando a esta actividad, que hasta hace no mucho se pensaba solo para los varones. En la actualidad ya somos cuatro las inspectoras de cauce en la provincia.
Nora Sevilla, Shirley Hinojosa, Ida Innocenzi y yo llevamos adelante esta tarea en distintos puntos geográficos de la provincia.
Vivo en este lugar que en lengua huarpe significa “ruido de aguas profundas”. Como familia -estoy casada y tenemos una hija- somos conscientes de que el agua no tiene un horario fijo de ocho horas, de lunes a viernes. Es común que los tomeros salgan a las tres de la madrugada a soltar el agua para alguna finca a la que le corresponde su turno de riego. En mi caso me toca realizar la inspección y estamos sujetos también a esos horarios.
Desde que tengo memoria, valoro y respeto la vida rural, porque me he criado entre los canales y las acequias. Es más, hasta los juegos que recuerdo de niña están relacionados al lugar y al agua. Con mis amigas en el verano nos gustaba en las tardes de calor jugar a tirarnos a alguna acequia de riego para darnos un buen chapuzón refrescante.
A medida que una crece se va dando cuenta de otros temas relacionados a la actividad productiva de la zona y es en ese momento cuando decido involucrarme desde otro lugar, asumiendo responsabilidades y tratando de aportar desde el conocimiento y la experiencia adquirida. El fin es ir resolviendo aquellos conflictos que puedan surgir pero también aprendiendo de los pobladores del lugar, que tienen una conexión con la tierra y el agua. Esta es la herencia que no se debe perder.
Por eso es tan importante sumar a los más jóvenes. Trabajo con un chico que se llama Rodrigo Villegas, quien tiene 19 años y está aprendiendo de los mayores el arte del agua. Actualmente existe un gran porcentaje de inspectores y tomeros de edad avanzada y pocos jóvenes que se interesen por este oficio.
Como dice la cueca del Tomero, de don Tejada Gómez y Daniel Talquenca, ‘trabajamos para reivindicar el oficio de los pastores del agua’.