Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar
Un dilema atraviesa por estas horas las usinas cornejistas. ¿Qué pasaría si luego de apostar durante más de un año todo a la gestión, ésta fracasa? El desgraciado accidente que postergó y amenazó con paralizar la Fiesta Nacional de la Vendimia, debería poner las barbas en remojo a un oficialismo que se ha jactado de su eficiencia a la hora de gobernar y que en un solo fin de semana estuvo a punto de hacer fracasar la máxima celebración provincial. Y que mañana arriesga un inicio clases irregular, como tantos otros en los últimos años.
La grúa de la tragedia que no fue es también el símbolo de una realidad acostumbrada a ser rehén de la precariedad y la ineficiencia estatal. Sólo que en Vendimia lo que se arriesga también es ese intangible capital simbólico que los políticos persiguen a veces sin saber por qué. Sólo porque intuyen que les hace ganar (o perder) elecciones.
Así como la silbatina a Celso Jaque marcó el deterioro de su imagen pública de manera irremediable, Alfredo Cornejo comprendió rápidamente la gravedad de lo sucedido el jueves en el Frank Romero Day. Aunque le confirmaran que -por un milagro de esos en los que él no cree- no había víctimas. Lo que corría riesgo de dañarse, más allá de las gradas, era en todo caso, la silenciosa construcción también simbólica de una gestión que se sentía infalible. Hasta que renunció Rubén Giacchi. Hasta que se incendió el ECA. Hasta que en vivo y en directo por televisión, un desastre estuvo a punto de consumarse en el Teatro Griego.
Por eso, al día siguiente y ya en pleno fervor vendimial, el gobernador salió a ratificar la realización de una fiesta a la que sus propios funcionarios habían puesto en duda. La decisión hace a la acción, y también empodera al que decide frente al que duda. El problema es no sólo no dudar, sino también acertar en la decisión. Y es aquí donde surgen cuestionamientos no tanto por lo que se hace y se resuelve, sino por los cabos que quedan sueltos en el camino. Esos mismos que aprovechó de inmediato la oposición para su necesaria diferenciación, aunque el oportunismo siempre destiñe.
Cornejo en su momento también se diferenció de Francisco Pérez con su gestión en Godoy Cruz. Desde allí se mostró como su opuesto, el administrador que con prolijidad resolvía problemas mientras en la Provincia los trastornos se acumulaban.
¿Ese activo político del cornejismo ahora podrá ponerse en duda si el Ejecutivo acumula traspiés como los de este verano?
Es que en otro orden, Mendoza tampoco no escapará a la protesta nacional de los maestros. Mañana, el inicio de clases en la provincia estará signado -como en todo el país- por un paro de dos días decretado desde Buenos Aires y acatado por el SUTE ante el rechazo de la oferta paritaria que generó un nuevo aumento por decreto como sucedió en 2016.
La decisión gremial no hizo más que poner un nuevo condimento al real inicio del año, ese que en Mendoza da comienzo tras Vendimia y que parece haberse adelantado. Pese al año electoral en curso, el Gobierno se mantuvo en su pauta de incremento del 17% y usó como estrategia efectiva el mejoramiento de ítems particulares, convenios específicos o escalafones propios. Así cerró con ATE, Ampros, ATSA y UPCN. Pero se sabe, con el kirchnerizado SUTE nada es fácil.
La cerrazón de su dirigencia, que antepone su necesidad de confrontación política, y la implacabilidad del Gobierno en su libreto de la austeridad, hicieron que los chicos de las escuelas públicas -básicamente- no tengan garantizado el inicio efectivo del ciclo lectivo. Más allá de la desigualdad, el enrarecimiento en cada provincia se ha visto este año agudizado por la negativa del Ministerio de Educación de la Nación de abrir una paritaria federal que resultaba como “testigo” para todo el país.
Tras la negociación de 2016, Mauricio Macri razonó que como la Nación no tiene escuelas (fueron transferidas a las provincias durante el menemismo) y por ende, no tiene maestros, ni paga salarios, esa paritaria era ficticia. Pues, incluso acordada a nivel nacional, seguía habiendo provincias con dificultades y sin clases. La maniobra es una manera de que los gobernadores, especialmente aquellos de la oposición, tan sueltos para la crítica a Macri -como Alicia Kirchner-, se hagan cargo de sus distritos sin depender de la ayuda nacional. La jugada, de alto riesgo y de incierto desenlace hasta ahora, marcará el futuro manejo que del salario docente haga la administración de Cambiemos hasta el fin de su gestión.
Mientras tanto, y a fuerza de decreto, descuentos de días y de ítems como el presentismo o el que premia la presencia de los maestros en el aula, Cornejo insiste en esa imagen de prolijo gestor y severo administrador de los recursos públicos que ahora una grúa descontrolada amenaza con echar por tierra. Es esta su clave en este año electoral donde lo que se pondrá en juego en Mendoza será -justamente- su gestión.
Si la ciudadanía percibiera que tras el ordenamiento de las cuentas públicas luego de la zozobra del abismo final de Pérez, y que por imperio de la tentación proselitista ese esfuerzo se diluyera, su capital simbólico también se vería afectado.
Es por ello que ni por congraciarse con los maestros (profesión bien preciada si las hay, aunque no reconocida) Cornejo cede a salir de su esquema. Es por ello que su sobreactuada “distancia” con la intención oficial de reformar la Constitución local busca que el desgaste y el trabajoso consenso no afecten su figura, para preservarla ante un eventual fracaso, si eso ocurriera.
En cualquier tiempo, el debate por necesaria la reforma constitucional y especialmente el encajonamiento en la posibilidad de reelección para el gobernador ha operado como un gran distractivo social. En particular para la clase dirigente y quienes observan el desarrollo de los acontecimientos. Mientras los políticos se empecinan en militar o entorpecer la reforma, el debate público deja de centrarse en las necesidades y los problemas reales de la ciudadanía. Es decir, aquello que sólo se resuelven con gestión.
Al impulsar veladamente la discusión de la reforma en un año electoral, Cornejo tiene todo para ganar o ganar, siempre y cuando gestione con eficiencia. Gana, si consigue su objetivo de lograr modificar la Carta Magna tras sucesivos intentos fallidos; gana, si obtiene la ansiada reelección a pesar que debería haberse autoexcluido para ahuyentar especulaciones de corto plazo; y gana, especialmente, si en lo que queda de aquí hasta los comicios en los que se plesbicitará su gobierno lo que se discute no es cómo manejó Cornejo el Estado, sino si los mendocinos estamos dispuestos a permitirle a él (y a todos los que detrás suyo lleguen al sillón de San Martín) la posibilidad de extender su mandato. Sin embargo, nuevas “grúas”o más errores podrían complicar cualquier plan del cornejismo en este sentido.