Aportes para entender a un Papa difícil de entender - Por Carlos S. La Rosa

Aportes para entender a un Papa difícil de entender - Por Carlos S. La Rosa

Acosado por Horacio Verbitsky, que se hartó de denunciarlo como colaborador de la dictadura militar argentina y repudiado por el matrimonio Kirchner, que lo veía como un competidor por las mismas almas, el padre Jorge Bergoglio nunca tuvo oportunidad durante los últimos años en su país de expresar sus sinceras preferencias políticas, tanto que en el imaginario colectivo de los agrietados argentinos, nadie tenía duda de su filiación: para los kirchneristas era el demonio en persona, la voz plena de la derecha eclesial, mientras que para los antikirchneristas, aparecía como la gran figura opositora a falta de políticos adecuados para poner límites a la nueva hegemonía peronista.

Quién diría que ese padre Bergoglio, cuando se transformó en el Papa Francisco, a los pocos años de su histórico mandato, pasó a simbolizar para los argentinos el mismo imaginario agrietado pero exactamente al revés: los que antes lo odiaban ahora empezaron a transformarlo en su nuevo líder espiritual, a nivel mundial  como uno de los grandes resistentes a la globalización capitalista y, a nivel nacional, como  un férreo opositor al neoliberalismo macrista. Vale decir, un  nuevo héroe del santuario peronista. Mientras que los que antes lo amaban por considerarlo el más tenaz y coherente opositor al creciente autoritarismo kirchnerista, ahora lo defenestran por creerlo el último kirchnerista con prestigio. Un nuevo villano del santuario peronista. Que por ser el mejor, es el peor de todos. El más peligroso.

Así, la única realidad es que ni el padre Bergoglio ni el Papa Francisco pudieron salirse jamás de la grieta, siendo quizá este sacerdote el único argentino que militó en ambos lados de la grieta. Y, más paradójicamente aún, sin necesidad de  haber tenido jamás que cambiar de ideología y pensamiento, ahora nos enteramos de que desde su más tierna juventud el magno sacerdote siempre pensó igual, sólo que durante el kirchnerismo no se lo dejaban manifestar y ahora, durante el macrismo, se le nota demasiado.

Estamos entonces, frente a un fenómeno típicamente argentino, tan inexplicable como ese peronismo que durante setenta años nos expresó tan bien, tanto a los que lo amamos como a los que lo odiamos. El Papa es argentino hasta la muerte y en el fondo de su corazón es un nostálgico estilo tanguero que de tanto extrañar el país de sus amores no sabe cómo volver a reencontrarse con él.

Sin embargo, también es una figura de inmensa repercusión internacional y eso debería importar mucho más. La de ser el argentino que más alto llegó en las cumbres mundiales. Con lo bueno y con lo malo que arrastra consigo, siendo el hombre que tan magníficamente bien acompañó a Obama (u Obama lo acompañó a él) en sus peripecias tras  la paz mundial que tan dignamente ambos intentaron. Aunque también fue el Papa que no supo ser lo suficientemente enérgico con la cuasi dictadura venezolana y al querer, allí sí, ponerse por encima de la grieta, de hecho terminó dando aval indirecto a Maduro para que deviniera déspota permanente. En fin, un hombre metido en la política grande universal, con tantos aciertos como errores.

Pero quizá, más allá del Papa nacional y del Papa mundial, por lo que más se lo juzgará a Francisco es por si sabe modificar para bien una Iglesia Católica en crisis, enferma por la corrupción y la pedofilia, entre otros males nada menores. Apenas asumió su cargo, desde estas mismas columnas dijimos que históricamente su mandato papal se parecía, salvando todas las diferencias históricas, al de la época gregoriana, donde se intentó una profunda reforma de una Iglesia tan en decadencia como se encuentra ahora. Así lo dijimos en aquel entonces:

“La reforma gregoriana comenzó con el Papa León IX en 1049 y culminó con Gregorio VII, quien entre 1073 y 1085 consagró revolucionarias reformas en la Iglesia de su tiempo. León IX, como hoy Francisco, fue el primero en advertir que la Iglesia no podía seguir con sus vicios internos, de los cuales los principales eran dos: la 'simonía', mediante la cual todo laico poderoso adquiría investiduras eclesiásticas para tapar sus corrupciones 'temporales' con esos atributos 'espirituales' conseguidos pecuniariamente. Y el 'nicolaísmo', por el cual los clérigos, liberados del control eclesiástico pero aprovechándose de sus investiduras, se entregaban a desenfrenos sexuales”.

Increíbles los parecidos de las tareas  históricas, a pesar de las enormes diferencias temporales. Hoy, como se ha podido ver en su gira por Chile, a Francisco no se lo juzgará por cómo se comporta con su país, y ni siquiera si pelea por la paz del mundo. Se lo  juzgará por si es capaz de dejar una Iglesia más sana, alejada tanto de la corrupción financiera como de los delitos sexuales. Una tarea que está intentando, que empezó con todo énfasis pero que ahora parece seguir a media máquina, como si las oposiciones internas fueran más de las previstas. Pero es allí, y no por su mayor o menor parecido con Juan Domingo Perón y su doctrina, donde el Papa Francisco se juega su paso a la historia.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA