Apocalipsis, aquellos y estos

Final de la nota publicada ayer sobre las visiones del futuro y el fin de los tiempos.

Apocalipsis, aquellos y estos

Los mayas y el tiempo

El mundo maya clásico, mediante una acuciosa observación de los cielos, fijó una cosmogonía en que todos los hechos humanos y naturales ocupaban un preciso lugar. La elaboración de exactas tablas astronómicas y sofisticados calendarios permitía a la casta sacerdotal realizar predicciones astronómicas, horóscopos y prescripciones rituales.

El orden maya del tiempo nos ha llegado en estelas y monumentos y en pliegos pintados, los llamados códices, donde se despliega la interacción de los diferentes calendarios: solar (365 días), ritual (lunar de 260 días) y venusino (584) por la combinación de figuras de los dioses regentes, colores, signos fonéticos, glifos y números. El sabio leía estas representaciones como una carta meteorológica moderna y emitía sus vaticinios. Las cifras que manejaba eran enormes, astronómicas.

Dice G. Kubler dice que el hombre maya clásico personificaba y deificaba cada período de tiempo, hasta el simple día. La obsesión por la datación y la cuenta del tiempo los llevó a elaborar registros de una perfección incomparable con la de cualquier otra civilización antigua, con una tecnología de la edad de piedra.

El inicio de la cuenta del tiempo es, en cada caso, arbitraria, y tiende a dar precisión absoluta a los hechos históricos relativos a un rey y los derechos dinásticos de un linaje. En general, se afirma que los códices son textos de adivinación y dinásticos.

El descubrimiento de la tumba real de Palenque y el sucesivo desciframiento de las inscripciones relativas al rey Pacal es un buen ejemplo del grado de afirmación y autoglorificación de una trayectoria humana que se inscribe exactamente en la historia.
La doble dimensión: humana y celeste en armonía y tensión, suscitan piezas artísticas de valor absoluto y perdurable.

El manuscrito de Chichicastenango

Conocido comúnmente como Popol Vuh, es un caso diferente. Se trata de un texto posterior a la conquista (c. 1550), en lengua quiché en transcripción fonética alfabética latina. No es un códice maya clásico ni maya-tolteca. Se halló en Chichicastenango (Guatemala).

El original se perdió y se conserva en una copia hecha a comienzos del siglo XVIII por el P. Francisco Jiménez, quien realizó además su traducción al castellano.

Pero su difusión y fama se da con la traducción al francés hecha por el abate Brasseur de Bourbourg a mediados del s. XIX.

La primera traducción al castellano hecha directamente de la versión original por un hablante quiché se debe al maestro indígena y académico de esa lengua Adrián J. Chávez, publicada con el nombre de Pop Wuj (pudimos manejar este libro en clase gracias a Sergio Bruccoleri que lo encontró en Buenos Aires, donde había sido editado en 1987).

La misma restituye la identidad cultural del texto y señala infinidad de errores de las traducciones anteriores. Los más importantes son, a grandes rasgos, los que tocan al título y a algunos personajes míticos.

El nombre no es "Libro de la Comunidad" como se traducía, ya que Popol Vuh no significa nada en ki-ché, sino Pop Wuj, "Libro del Tiempo" o de los Acontecimientos. Pop es "tiempo" y el nombre del primer mes del calendario maya. Wuj significa libro, papel, escritura.

La otra corrección fundamental es la que elimina los famosos gemelos Jun Aj Pu y Shbalanké, señalando que se trata de un solo personaje que ostenta varios apelativos. En otros casos, el nombre está dado sucesivamente en dos lenguas: Jun Batz (quiché), Jun Chowén (maya), son dos nombres de un mismo mito y no dos personajes distintos.

El Pop Wujh es un relato histórico pero no establece fechados. La primera parte es un relato mítico sobre los orígenes del mundo que luego pasa a situarse en la geografía del sur maya, para adentrarse finalmente en el mundo real de las diferentes tribus, sus señoríos y disputas.

Al término del libro, los datos consignados parecen responder al propósito de acreditar los derechos de determinados señores frente al nuevo orden impuesto por el conquistador Pedro de Alvarado.

Con frecuencia se ha señalado la presencia de elementos bíblicos en diferentes aspectos de la cultura precolombina. En este texto, la referencias al Arquitecto, Varón creado y, sobre todo, al instante inicial de la creación, cuando sólo existía mar y cielo, y estaba "todo quieto", hace pensar inevitablemente en el Génesis.

El texto indígena es particularmente bello en esta parte.

De otra parte están las resonancias de vikingos, islandeses y daneses, tema en el que hay abundante bibliografía. El término Wujh (libro) es un ejemplo clásico en este tipo de elaboraciones.

Todo esto no hace sino aumentar la fascinación por estas expresiones del genio mesoamericano.

Por la época de la transcripción y traducción del Pop Wuj (1701) los libros indígenas ya no eran vistos como demoníacos. Una novedosa curiosidad intelectual se abría paso y fue lo que en definitiva permitió la conservación del documento.

Del mismo modo, en la ciudad de México el descubrimiento, en 1798, de la impresionante escultura azteca llamada la Gran Coatlicue, -la diosa de falda de serpientes, cuyo aspecto terrorífico es engañoso, puesto que es una deidad protectora, es la Tonantzintla, "devoradora de inmundicias", es decir, nuestros pecados-, marca el comienzo de la arqueología mexicana en sentido amplio.

Los antiguos pueblos de América expresaron sus tensiones y perplejidades en piezas admirables. Aún las obras ejecutadas en un ambiente de temor ante el poderío mental y las prácticas de los gobernantes, transmiten la emoción pura del arte, para siempre.
Frente a esa magnificencia nuestras respuestas contemporáneas resultan pálidas, mezquinas, endebles.

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