Muchos no lo vivimos en primera persona, pero sí lo conocemos por un memorable episodio de día de brujas de “Los Simpson”. Homero olvida eliminar un virus en las computadoras de la planta nuclear y el inicio del 2000 desata la tragedia: a Nelson lo atrapa la fotocopiadora, caen los aviones en Springfield y la leche se derrama sola porque la caja tiene un microchip. Acto seguido, Lisa analiza con sarcasmo: “Miren las maravillas de la computación”.
Veinte años más tarde, y como en la serie, el Y2K envejeció como un chiste más, exactamente ubicado en las antípodas del colapso que, por desconocimiento o temor, el sistema había vaticinado.
El bug informático golpeó a los usuarios justo cuando incorporaban las computadoras como parte integral de sus vidas: pasaron de ser una bendición del futuro a la maldición de una era. Los orígenes del Y2K suenan bizarros en una época en la que nos movemos con cientos de gigabytes de potencia informática en nuestros bolsillos. Pero en la década de 1960, la memoria de la computadora era limitada y costosa.
Con el objetivo de ahorrar espacio y maximizar el procesamiento, los programadores optaron por representar fechas usando seis caracteres en lugar de ocho. Es decir que el 1 de enero de 2000 se iba a leer como 01/01/00... al igual el 1 de enero de 1900.
A simple vista, esta coincidencia es simpática, pero no para quienes temieron, por ejemplo, lo siguiente: si una persona hizo depósitos desde 1960, en enero de 2000 se quedaría sin plata acumulada porque el sistema lo tomaría como 1900.
Durante muchos años, existió cierta fascinación por el fenómeno. Es conocido el caso de Mary Bandar, una ciudadana nacida en julio de 1888 en Winona, Minnesota. En 1992 fue invitada a una clase de preescolar porque según el sistema tenía cuatro años y no 104. Pero la paranoia fue in crescendo: para 1995, la Bolsa de Nueva York decidió desembolsar 30 millones de dólares para corregir todos los sistemas informáticos y evitar un presunto colapso.
La CIA alertó a los gobiernos y hasta puso a la venta equipos de supervivencia. El presidente Bill Clinton lanzó su propio Consejo sobre Y2K para coordinar los esfuerzos contra el error informático, mientras que el Banco Mundial trabajó en la ayuda a otros países.
Mientras los ciudadanos siguieron de cerca las mil y una hipótesis desde los medios de comunicación, miles de programadores se enfrentaron al fenómeno aquel último minuto del 31 de diciembre de 1999.
En el brindis de la medianoche, nada de lo pronosticado ocurrió: los bancos mantuvieron los datos y saldos de todos sus clientes, ninguna central nuclear explotó y los aviones aterrizaron al comunicarse exitosamente con las torres de control.
"La falla del milenio pasó sin pena ni gloria", tituló Los Andes al recibir el 2000. La crónica llevó tranquilidad y dejó enterrado el terror cibernético del nuevo milenio: "Los mendocinos respiraron tranquilos. Hasta desapareció el temor que sentía la gente respecto a sus ahorros. En los bancos mendocinos la calma era total. La cantidad de clientes, incluso, era menor a la habitual (...) Respecto a Edemsa, el gerente de atención al cliente señaló que no había recibido ningún reclamo y que el traspaso del año se había producido normalmente (..) Telefónica Argentina comunicó que la totalidad de sus sistemas, productos y servicios no han registrado ninguna falla o alteración en su funcionamiento".
Más allá de algunos incidentes aislados, el Y2K no llevó a la humanidad al apocalipsis, pero sí demostró la dependencia a un sistema que se vio obligado a entender y dominar, para luego, por supuesto, aprovechar la omnipresencia de la tecnología a favor de sus intereses.