Qué duda cabe que éste fue su año de consagración. Tras una muestra dedicada a su trayectoria en el Festival de Angulema, el encuentro de historietas más importante del mundo, Quino fue homenajeado en el Salón del Libro de París, recibió la legión de honor que otorga el gobierno de Francia y hace una semana inauguró la Feria del Libro de Buenos Aires ante cientos de personas dispuestas a prometer que eran sobrinos suyos o que el mismísimo dibujante los había invitado, con tal de entrar a verlo y oírlo.
Con ironía, el autor de Mafalda, la tira que en setiembre cumplirá su cincuenta aniversario, ha zanjado la seguidilla de homenajes diciendo que sí, que se siente "ancho, largo y gordo" y que como la cosa siga así va a empezar a tenerse "un respeto increíble".
En las biografías de muchos grandes artistas, suele aparecer un episodio inicial a partir del cual todo lo que vendrá después será posible. En la historia de Joaquín Salvador Lavado, Quino, nacido en julio de 1932, ese primer atisbo parecen ser las noches al cuidado de su tío, Joaquín Tejón, un acuarelista originario de Málaga y radicado en Mendoza al que su famoso sobrino recordó en la apertura de la Feria.
Es que en esas noches sin padres ni televisión, el tío sacaba un lápiz y comenzaba a dibujarles cosas a sus hermanos y a él. El espectáculo se convirtió casi en una revelación para el chico, sorprendido de ver la cantidad de cosas que podían salir del interior de un lápiz.
"Y sí, de un lápiz sale lo que te dé la gana, desde la Divina Comedia al Mein Kampf", recordó durante la primera de sus apariciones en la Feria, donde también protagonizó un diálogo con su colega brasileño Ziraldo (que confesó haberle robado varias tiras), dio una larga conferencia de prensa y hasta firmó ejemplares de sus libros en el stand de su editorial, De la Flor.
Pocas palabras
Se suele decir que Quino es un hombre de pocas palabras, que incluso después de Mafalda trabajó prácticamente siempre en dibujos e historias en las que no aparecía ni una letra. Sin embargo, cuando habla dice las justas como para que el sentido de sus palabras más que oírse quede picando.
Presentado por el periodista Carlos Ulanovsky como el hombre que salió "de Mendoza al mundo" en la apertura de la feria, Quino volvió a recordar sus orígenes mendocinos en una familia de emigrantes andaluces donde se hablaba mucho de política y también de un paso por la colimba que no dudó en considerar como el peor trabajo de su vida, en el que se le iban las horas en tareas ridículas, como regar un enorme terreno con una latita de tomate.
"Aunque tengo que reconocer que disparar sí me gustó bastante. Tirar al blanco me gustó de chiquito, supongo que dentro de mi espíritu pacifista tengo un costado violento", dijo este hombre que siempre trató de que sus historias ayudaran a que el mundo cambiara para un lado bueno, que para él era el de Los Beatles.
La parte central de su biografía ocurrió un poco después de ese año difícil de colimba en Mendoza, con su marcha a Buenos Aires, las primeras publicaciones de su obra en la década del 60 y la aparición a mediados de esa década de Mafalda en Primera Plana, a donde llegó tras ser creada por encargo de la fábrica de heladeras Siam, que buscaba una tira para promocionar sus productos de la línea Mansfield en la que la protagonista tuviera un nombre que se asemejara un poco al de la marca.
"Ni yo entiendo como dibujaba ciertas cosas, como se me ocurrían esas cosas, de dónde las sacaba", recordó tras referirse a lo ridículo que le parece que haya gente que todavía le pregunta por qué mató a Mafalda, como si fuera una persona real y no un dibujo que decidió dejar de hacer tras casi una década.
Quizás la aspiración menos conocida del dibujante fue la de ser pintor. Ya en su paso por París para el Salón del Libro confesó que su verdadero sueño había sido "ser Picasso", pero en estos días amplió la historia con una anécdota que le iluminó los ojos a los coleccionistas: Quino llegó a hacer una exposición de sus cuadros en la década del 60, cuando ya vivía en Buenos Aires, pero se dio cuenta que la pintura no era para él y ni siquiera se ocupó por guardar esas obras. "No sé dónde fueron a parar, me ha pasado lo mismo con muchos muebles que tuve en mis casas, se perdieron", contó.
El hombre solitario, que varias veces ha conta
do que ya de chico prefería jugar sólo en el fondo de su casa y que de grande tampoco colaboró con ningún otro dibujante o artista, sostiene que su mujer fue probablemente la persona que tuvo más que ver en la proyección internacional de su obra.
Es que tras recibir varios pedidos de un editor de Italia a los que él "no les daba bolillas", ella le escribió porque "le daba vergüenza" que Quino no le conteste las cartas a ese señor y así se lo comenzó a conocer por Europa.
En su seguidilla de chistes publicados a lo largo de casi seis décadas parece haber recorrido con humor lo temas más serios, desde el hambre en el mundo al suicidio, pero probablemente sea en sus observaciones sobre el poder donde ha dado sus golpes más certeros.
"Es que el poder se ejerce en todas partes, incluso en lugares en los que uno no se imagina. Yo por eso creo que hice muchas tiras en restaurantes, lugares que se parecen mucho a la sociedad, a donde la gente va queriendo comer, pero hay que obedecerle al matire, al mozo, al cocinero y encima hay que pagar", recordó.
Este hombre poco dado a dar consejos, al que los años no parecen haberle quitado ni un poco de chispa, sí ha dejado alguno en medio de la ronda de alabanzas y homenajes.
Dijo que para él, a pesar de no ser creyente, la Biblia ha sido un libro clave para entender los cuadros que ve en muchos museos y admira, pero también como fuente de inspiración para sus chistes y tiras.
"La historia de Sodoma y Gomorra es una de mis favoritas, porque trata sobre esa gente con una obsesión sexual muy desarrollada a la que Dios les manda dos ángeles para ver si realmente eran tan degenerados como se decía, pero tiene que terminar sacándolos de emergencia porque la gente también quería tener sexo con ellos", recordó antes de recibir el homenaje más sincero que pudo darle su público, el que menos parece incomodar a ese hombre tímido: una catarata de risas.