Una ortodoxia poco alentadora ha paralizado durante tres años, a la política económica en todo el mundo avanzado, con todo y un desempleo elevado. Toda sugerencia sobre acciones para crear empleos se ha abatido con advertencias de terribles consecuencias. Si gastamos más, dicen las Personas “muy serias”, nos van a castigar los mercados de bonos. Si imprimimos más dinero, aumentará la inflación. No debería hacerse nada porque no se puede hacer nada, excepto tener una austeridad cada vez más dura, que será recompensada algún día, de alguna forma.
Sin embargo, pareciera que ahora uno de los grandes países está rompiendo filas, y ese país es, quién lo diría, Japón.
No se trata del inconformista que buscábamos. En Japón, los gobiernos van y vienen, pero pareciera que nunca cambia nada. En efecto, Shinzo Abe, el nuevo primer ministro, ya había tenido el empleo antes, y la victoria de su partido se percibió ampliamente como el retorno de los “dinosaurios” que desgobernaron al país durante décadas. Más aún, se suponía que Japón, con su enorme deuda gubernamental y población que envejece, tendría aún menos espacio para maniobrar que otros países avanzados.
Sin embargo, Abe retornó al cargo comprometiéndose a terminar con el prolongado estancamiento económico del país, y ya ha dado pasos que dice la ortodoxia que no debemos dar. Y los primeros indicios son que van bastante bien.
Algunos antecedentes: mucho antes de que la crisis financiera de 2008 hundiera a Estados Unidos y Europa en una depresión económica profunda y prolongada, Japón llevó a cabo un ensayo general en la economía del estancamiento. Cuando el estallido de una burbuja bursátil e inmobiliaria empujó a Japón a una recesión, la respuesta política fue muy poca, muy tardía y demasiado inconsistente.
Sin duda que hubo mucho gasto en obras públicas, pero el gobierno, preocupado por la deuda, siempre retrocedía antes de que se pudiera establecer una recuperación sólida, y para finales de los 1990 ya se había afianzado una deflación persistente. A principios de los 2000, el Banco de Japón, la contraparte de la Reserva Federal de Estados Unidos, trató de combatir la deflación imprimiendo mucho dinero. Sin embargo, también retrocedió al primer indicio de mejoría, y nunca desapareció la deflación.
Dicho esto, Japón nunca tuvo el tipo de desastre humano y del empleo que experimentamos en Estados Unidos desde 2008. En efecto, nuestra respuesta política ha sido tan inadecuada que yo he sugerido que los economistas estadounidenses, que solían ser muy duros al condenar la política japonesa, un grupo que incluye a Ben Bernanke y, bueno, a mí, vayan a Tokio y se disculpen con el emperador. Después de todo, a nosotros nos ha ido mucho peor.
Y hay otra lección en la experiencia de Japón: aunque salir de una depresión prolongada resulta ser muy difícil, ello se debe principalmente a que es duro hacer que los formuladores de políticas acepten la necesidad de acciones audaces. Es decir, el problema es principalmente político e intelectual, más que estrictamente económico. La razón es que los riesgos de la acción son mucho más reducidos de lo que la gente “muy seria” quiere que ustedes crean.
Consideremos, en particular, a los supuestos peligros de la deuda y los déficits. Aquí, en Estados Unidos, se nos advierte constantemente que debemos recortar el gasto ahora, ahora, ahora o nos convertiremos en Grecia, Grecia les digo.
Sin embargo, Grecia, un país sin moneda, no se parece gran cosa a Estados Unidos; sin duda que Japón ofrece un modelo más relevante. Y, mientras los agoreros siguen pronosticando una crisis fiscal en Japón, publicitando cada repunte de las tasas de interés como un signo del apocalipsis inminente, sigue sin suceder: el gobierno japonés todavía puede pedir prestado a largo plazo a una tasa de menos de uno por ciento.
Abe, quien ha presionado al Banco de Japón para que busque una inflación más alta -en efecto, para ayudar a que ella haga desaparecer la deuda gubernamental-, también acaba de anunciar un enorme programa nuevo de estímulos fiscales.
¿Cómo han respondido los mercados?
La respuesta es: todo está bien. Las medidas del mercado para una inflación esperada, que eran negativas no hace mucho -es decir, el mercado esperaba que continuara la deflación-, ahora están muy dentro de territorio positivo. Sin embargo, los costos de los préstamos gubernamentales apenas si han cambiado en algo; dada la perspectiva de una inflación moderada, esto significa que, de hecho, el panorama fiscal de Japón ha mejorado marcadamente. Cierto, el valor del yen en el mercado cambiario ha caído en forma considerable, pero ello, en realidad, es una noticia muy buena, y algo que aclaman los exportadores japoneses.
En resumen, Abe se ha burlado de la ortodoxia con resultados excelentes. Ahora, gente que sabe algo sobre política japonesa me advirtió no pensar que Abe es un buen tipo. Su política exterior, me dicen, es muy negativa, y es posible que el apoyo al estímulo tenga más que ver con la política del clientelismo a la antigua (¿repartiendo tofu?) que con un rechazo sofisticado de las creencias populares.
Sin embargo, es posible que no importe nada de eso. Cualesquiera que sean sus motivos, Abe está rompiendo con una ortodoxia negativa. Y si tiene éxito, podría estar a punto de pasar algo extraordinario: Japón, que fue pionero en el estancamiento económico, también podría terminar mostrándonos a todos los demás la forma de salir.