No hay calle ni colegio que lleve su nombre. Sin embargo, este docente nacido en Italia fue uno de los educadores más importantes de nuestra provincia. De hecho, cuando falleció, cientos de ex-alumnos le brindaron un gran homenaje.
De los Alpes al Plata
Antonio Gigli nació en Torino, en el verano de 1846.
A los 24 años, luego de realizar estudios en el Liceo Italiano, este joven consiguió su graduación y decidió embarcarse rumbo a Argentina. Arribó a Buenos Aires a fines de 1868.
El presidente de nuestro país era, en ese tiempo, Domingo Faustino Sarmiento, quien incentivó a muchos destacados profesores y científicos europeos a trabajar en Argentina.
Inmediatamente después de su llegada a Buenos Aires, colaboró con el doctor Basilio Cittadini, conocido publicista italiano de aquellas épocas.
Más tarde, junto al doctor Blosí, dirigió los diarios “La Nazíone Italiana” y luego “L'Eco d'Italia”.
Vocación de servicio
La epidemia de fiebre amarilla, que se desató en el verano de 1871, azotó a varias ciudades de Latinoamérica. Buenos Aires no fue ajena a su propagación.
La enfermedad se desarrolló con el regreso al país de los soldados de los regimientos argentinos que combatieron en la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; algunos de ellos trajeron la peste a estas tierras y el contagio fue veloz.
Antonio Gigli, junto con varios médicos y otros profesionales, integró una Comisión de ayuda. La misma fue presidida por el abogado José Roque Pérez; como vicepresidente, el periodista Héctor Varela. Además, la conformaron Adolfo Alsina, Adolfo Argerich, el poeta Carlos Guido y Spano, Bartolomé Mitre, el canónigo Domingo César, el sacerdote irlandés Patricio Dillon y otros que se abocaron a salvar la mayor cantidad posible de vidas. La organización trabajó hasta el agotamiento. Su mismo presidente falleció víctima de esta fiebre.
Por su infatigable actuación durante este flagelo, Gigli fue merecedor de una medalla al mérito.
Mendoza, su lugar
Pasada la epidemia, Gigli se dedicó en Capital Federal a trabajar como periodista y educador, concentrado activamente en la ayuda social.
Poco tiempo después inició su viaje a Mendoza, un lugar nuevo para aquel italiano que, como muchos, quiso establecerse en tierra del sol y del buen vino.
Por su perfil pedagógico, en 1875 se incorporó como profesor de Historia en el Colegio Nacional de nuestra ciudad. Allí se ganó el afecto de todos los alumnos de aquel establecimiento.
En 1886, cuando la epidemia de cólera castigó duramente a nuestro territorio, Antonio - al igual que lo había hecho tiempo atrás- integró la Comisión de Salubridad local formada para luchar activamente contra esta enfermedad.
Querido profesor
Por su dedicación en temas educativos, trabajó como director de escuelas e integró el Consejo de Educación.
Desde el Ateneo, institución cultural formada por Justo López de Gomara, pronunció varias disertaciones sobre la pedagogía, la influencia del hogar y del libro en la formación del carácter.
A pesar de ser oriundo de Europa, se integró de una manera sorprendente a la vida intelectual mendocina.
Tras una ardua labor, falleció en nuestra provincia en el verano de 1906. Fue sepultado en el Cementerio de la Capital.
Hoy, el Colegio Nacional Agustín Álvarez, que alguna vez gozó el privilegio de tenerlo en sus aulas, exhibe una placa en honor a su memoria.