Antonio Banderas es medio plátano - Por Rosa Montero

Me deja verdaderamente turulata que a estas alturas del siglo XXI sigamos emperrados en hablar de razas.

Antonio Banderas es medio plátano - Por Rosa Montero
Antonio Banderas es medio plátano - Por Rosa Montero

El revuelo organizado a raíz de que Antonio Banderas haya sido considerado un actor “de color” en Estados Unidos sería desternillante si no acabara espeluznando un poco cuando nos paramos a pensarlo. Repasemos el asunto: la cosa comenzó con la nominación de Banderas al Oscar como mejor actor. Las revistas Deadline y Vanity Fair publicaron que él y la actriz afroamericana Cynthia Erivo eran los dos únicos artistas de color en la carrera del premio, y ahí fue cuando se armó la marimorena (una expresión que, por cierto, suena la mar de adecuada en este contexto). El caso es que las redes los acusaron de racistas e incultos y dijeron que Banderas es blanco y europeo. Pues sí, lo suscribo, pero en la indignación de algunos de los comentaristas, en su herido trémolo de escándalo, me parece percibir también un prejuicio racista. Es como si dijeran: “¿Confundirnos a los españoles con negros? Qué vergüenza”.

Bueno, lo cierto es que hay españoles negros. Y cobrizos. Y café con leche. Y amarillos.

De todos los adjetivos con los que se ha definido a Banderas, el que me parece más atinado es el de ser europeo. De eso no cabe duda, y, además, creo que es probable que haber nacido en Europa te dote de algunas particularidades culturales (como haber nacido en Medio Oriente, o en Latinoamérica, o en cualquier otra zona con cierta homogeneidad geopolítica). Ahora bien: hay europeos negros, y cobrizos, y café con leche, y amarillos. Me deja verdaderamente turulata que a estas alturas del siglo XXI sigamos emperrados en hablar de razas, algo tan aberrante y tan ridículo como debatir del sexo de los ángeles.

Digámoslo una vez más: la ciencia ha demostrado que las razas no existen. Como explica el eminente biólogo molecular argentino Alberto Kornblihtt, “las grandes diferencias genéticas, de existir, tienen lugar entre individuos y no entre poblaciones”. Lo cual quiere decir que un europeo blanco (sí, tan blanco como Banderas) puede ser más parecido genéticamente a un africano negro o a un asiático definitivamente amarillo que a otro blanco europeo. Y esto se ha comprobado innumerables veces no sólo por la secuenciación del genoma, sino también por los estudios histológicos para comprobar la compatibilidad entre los tejidos de dos personas. Y así, es muy habitual que haya trasplantes de órganos en los que el donante más apto sea negro aunque el receptor sea blanco, y viceversa. Esto es, el color de la piel no tiene nada que ver con la semejanza genética. “No es que seamos todos iguales, sino que todos somos igualmente distintos”, dice el genetista brasileño Sérgio Pena.

Tras lo de Banderas, los medios nos han dado un curso rápido en el lío de las definiciones étnicas en Estados Unidos, cuyo censo incluye preguntas de este tipo desde hace más de un siglo. Hasta los años setenta, los mexicanos debían marcar la casilla de blancos, pero hubo activistas que reivindicaron su diferencia cultural y apareció el término de hispano, que tampoco gustó a todo el mundo por su relación con la conquista española, de modo que se acuñó también el vocablo latino, que incluye a brasileños y pueblos indígenas (los cuales, por cierto, no sé qué tienen de latinos, pero en fin). A partir del año 2000 la inmensa mayoría de los países latinoamericanos han ido incluyendo preguntas étnicas en el censo, una medida vivamente recomendada por la ONU, Unicef, la Cepal y demás organismos internacionales. Comprendo bien que es la única manera de tener datos estadísticos fiables sobre las comunidades indígenas, para visibilizarlas y poder sacarlas de la discriminación. Sin duda es una herramienta poderosa, pero yo creo que debe aspirar a ser transitoria, porque de algún modo también perpetúa una diferenciación humana inexistente.

Yo sueño con un mundo en donde esas distinciones sean irrelevantes. En donde el color de la piel no pueda ser motivo de desprecio. A ver si aprendemos de los recientes y demoledores descubrimientos científicos: compartimos entre un 96% y un 99% de genes con los grandes simios, un 85% con los ratones y un 60% con las bananas. Por todos los santos, ¿quién es el idiota que puede enorgullecerse de tener el cutis blanco, cuando en realidad somos medio plátanos?

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