Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
El laboratorio político mendocino -que suele adelantar tendencias y experimentos cuando corre electoralmente solo en vez de marchar tras arrastres nacionales- ha comunicado ayer al país un interesante mensaje: la plena polarización como tendencia se ha desplegado en toda su intensidad en Mendoza, casi en estado puro.
Las dos más fuertes tradiciones políticas locales, las expresadas por el Partido Peronista y el Partido Radical mendocinos, fueron las columnas vertebrales de la gran disputa electoral del domingo entre dos grandes frentes. Ellas se ocuparon de rodearse por el resto de las fuerzas políticas residuales o emergentes, excepto la izquierda trotskista, que sigue haciendo respetables elecciones minoritarias.
Así, el peronismo, a pesar de sus intensas divisiones entre sus versiones provincial y nacional, conformó un acuerdo que hizo que su voto no se dispersara como muchas cosas lo hacían indicar. Fue un importante esfuerzo de unidad, aunque el gobierno nacional haya cobrado muy caro un apoyo que al final sirvió más para nada que para poco.
El radicalismo, por su lado, tuvo una interesante estrategia al mirar con un ojo los territorios locales y con el otro su inserción nacional, sumando sellos de todo tipo que fueron simbólicamente espectaculares para mostrar a Mendoza como el lugar donde la unidad de las fuerzas opositoras alcanzó la mayor plenitud en todo el país. Logró de ese modo, por abajo, un gran cambio en el mapa del poder municipal y, por arriba, una diferenciación positiva en el contexto nacional.
Así, en nuestra provincia, los efectos de esa polarización le dieron la victoria a la oposición por sobre el oficialismo, cosa que puede no ser extensiva al resto del territorio argentino, pero lo más probable es que tanto en las PA SO como en la primera vuelta de los comicios nacionales se reproduzca este enfrentamiento entre dos grandes bloques que representarán con claridad meridiana uno a la continuidad y otro al cambio, frente a una opinión pública que varía día a día, semana a semana, entre una y otra opción sin aferrarse definitivamente aún a ninguna de ellas.
Por eso ayer Mauricio Macri compensaba su disgusto santafesino con la alegría mendocina, tratando de apropiarse todo lo posible de un triunfo muy poco suyo pero que expresa mejor que nadie el modelo que él necesita construir electoralmente a nivel nacional para poder ganar.
Y también por eso ayer el kirchnerismo trataba de excluir a Cristina Fernández de la derrota, insinuando que es algo puramente local causado por el capricho de los peronistas mendocinos al desdoblar las elecciones, probable error que hasta el mismo Bermejo admitió.
Pero las cosas no son tan simples, el gobernador Pérez respondió que cada uno es responsable de una parte de la derrota según el lugar donde se ubique, lo que suena más criterioso que el intento de los cristinistas de querer dejar solo al perdedor local cuando -a cambio de la entrega de los legisladores nacionales mendocinos al dedo presidencial- ellos también pusieron la cara sin haber agregado ni el más minúsculo voto.
Por lo que habrá que preguntarse algo que ya nunca nadie podrá responder: si haber pedido auxilio a la Nación no puede más bien haber perjudicado que beneficiado las escasas pero no imposibles posibilidades del justicialismo mendocino, que mostró candidatos razonables en lo que a gobernador y vice se refiere.
No obstante, lo cierto es que en términos políticos estructurales lo ocurrido ayer es un duro golpe para el peronismo mendocino, que se queda prácticamente sin líderes de talla. Sólo se mantuvieron en pie, como casi siempre, los sanrafaelinos, a los cuales les cuesta horrores obtener trascendencia provincial.
Y los principales territorios del “Chueco” Mazzón, quien se las arregla siempre para sobrevivir aun en las peores debacles, pero cada vez que intenta poner un gobernador propio (Chiqui García en 1999 y ahora Bermejo) fracasa estrepitosamente. Y como la Corriente fue espectacularmente arrasada en sus principales territorios (Las Heras, Guaymallén y Luján), podríamos hablar de una gran orfandad del peronismo mendocino, que deberá reconstruir liderazgos provinciales muy rápidamente, a no ser que se quiera encerrar en los localismos municipales, de los cuales además perdió esta vez una enormidad.
Hoy el PJ local queda con más tradición, historia y gente que representación institucional, por lo que deberá remar duro para recuperar lo mucho que ha perdido, pese a haber estado tan cerca de un gobierno nacional que nunca le aportó nada significativo. Deberán elegir, entonces, nuestros peronistas si siguen mirando a la Nación o se dedican a mirar más a la provincia a la que pertenecen para reconstruirse políticamente. Vale decir si siguen mirando a los que siempre los usan y los tiran o a los que los sienten como parte de su propia identidad.
El radicalismo, en cambio, emerge con un nuevo líder que se supo ganar el cargo de gobernador apoyándose en todos pero desde su propia decisión personal, sin haber resignado ni compartido con nadie la conducción local, que es ahora toda suya.
Además, Cornejo se encuentra al mando de una provincia que vuelve a ser la Meca radical, en un país donde esa alternativa política históricamente tan importante anda más que flojita. Lo cual lo pone en una situación enormemente más ventajosa que la que tuvieron Paco Pérez y Celso Jaque, a quienes no les quedó otra que proclamarse parte de un proyecto nacional que siempre los consideró periféricos y no centrales.
E incluso mejor que en tiempos de Cobos, cuando éste, por una razón u otra, sucumbió ante los cantos de sirena kirchneristas, con los resultados por todos conocidos. Es que, como ya dijimos alguna que otra vez, Roma no paga traidores, pero el kirchnerismo no paga traidores ni leales. Y si no pregúntenle a Randazzo.
En el caso de ganar el frente opositor la Presidencia, Cornejo se sentará en primera fila por haber sido un anticipo de ese triunfo y una de sus principales estrellas por mérito propio, no por arrastre. Pero aun en el caso de ganar el frente oficialista, Scioli deberá tratar con mano de seda a los gobernadores, peronistas o de cualquier otro signo, en los que deberá indefectiblemente apoyarse para evitar que el cristinismo le quite hasta las posibilidades de respirar.
Habrá que ver si Alfredo Cornejo es capaz de transformar esas oportunidades favorables en logros para Mendoza y de ese modo pueda, además de alcanzar proyección política nacional para la provincia y para él, conjurar el peligro que hoy más lo obsesiona hasta quitarle el sueño: la falta de gobernabilidad provincial por falta de recursos económicos.
El buen administrador y el buen político deberán ser, en Cornejo, uno solo. No habrá uno sin el otro.