“Yo creo que accidentes hay en todos lados y en todos los trabajos porque el hombre es así y a veces se confía. El problema es dónde ocurren esos accidentes porque si te pasa algo justo cuando estás allá arriba”, dice Marcelo Patiño (43) y señala la punta de una larga antena de comunicaciones, “podría ser fatal”.
Patiño es uno de los casi 3.000 antenistas que, se calcula, hay en la Argentina y desde hace más de 20 años se gana la vida de esa manera: trepado lejos del suelo, montando tramos de seis metros de una columna de hierro que se eleva a medida que él la atornilla.
“Es un trabajo riesgoso que requiere cautela y responsabilidad. ¿Lo mejor? La paga y también el paisaje único que se ve desde arriba y al que sólo unos pocos tenemos acceso”, dice y cuenta que ha levantado cientos de torres en todo el país, y que ha trabajado tanto en el campo como en la ciudad e, incluso, dice que ha reparado antenas de noche, alumbrado por una linterna: “La única condición en la que no subo a una torre y nadie debería hacerlo es cuando hay tormenta”, resume.
De joven, Marcelo Patiño fue policía en Santa Fe y también pasó por el Ejército, donde aprendió los asuntos básicos de la vida castrense, pero también el oficio de torrista: “Yo tuve la suerte de conocer gente que machacaba todo el tiempo con las normas de seguridad. Digamos que aprendí a montar antenas como debería hacerlo cualquiera que quiere dedicarse a esto”.
-¿Y no siempre es así?
-Y no, no siempre; la verdad es que hay gente subida a una torre sin capacitación, tipos que no conocen una sola técnica de ascenso ni saben cómo rescatar a un compañero en problemas. Lo que pasa es que la necesidad es grande y genera coraje; capaz que un pibe lo ve a su viejo armando una antena y se sube a darle una mano, ve que no tiene miedo de estar allá arriba y cree que con eso alcanza, que ya se puede dedicar al oficio, pero no es así.
Patiño subraya esa última idea: “No es así, no alcanza con no tener miedo” y cuenta que en 2014 hubo cuatro torristas muertos en el país por accidentes laborales: “No tenerle miedo a la altura es importante porque si usted nació con ese susto, nadie se lo va a quitar; pero con eso no alcanza”, insiste y sigue: “Si usted es asmático va a tener problemas allá arriba, lo mismo si sufre del corazón, la presión o los mareos. Yo he tenido que ayudar a bajar compañeros descompuestos o paralizados, y son situaciones tensas que en muchos casos podrían evitarse”.
El hombre hace una pausa y retoma: “El problema en esto es que hay muchos corajudos. Le conté que el año pasado tuvimos cuatro muertos, pero en 2011 fueron diecisiete. Hay inconscientes que no se cuidan ni un poquito y le puedo dar muchos ejemplos”, dice y cuenta algunas historias, pero me quedo pensando en una, la de cuatro albañiles que levantaron una antena de 24 metros parados arriba de un andamio que, insólitamente, habían amarrado a la misma torre.
En el mundo de los antenistas prácticamente no hay mujeres; algunos de ellos trabajan siempre para una misma empresa y otros son particulares, que se ofrecen en cada oportunidad que surge; hay equipos de torrista con auxiliar, malacatero y ayudante de campo, pero también hay solitarios que suelen contratar algún ayudante; hay gente que demora cinco días para montar una torre de 30 metros y otros que lo hacen en una sola jornada y también hay accidentes y Patiño ha tenido los suyos y algunos graves, como la vez que a 60 metros de altura se le resbaló un tramo de antena que lo golpeó: “Me reventé los meniscos y los ligamentos; tuve dos cirugías y más de un año sin poder trabajar, pero salí adelante”.
-¿Se gana bien?
-Es un trabajo riesgoso al que no se anima mucha gente y salvo algún radioaficionado, nadie levanta una antena por una gustada. Lo que uno deja amarrado a una torre son equipos caros, que generan muchos beneficios al dueño y eso se paga. Se gana bien y hoy, el metro de torre instalada ronda los 800 pesos de mano de obra.
Dice que no conoce mujeres antenistas y que los 84 kilos que pesa un tramo de torre juega en contra de esa posibilidad; cuenta que “el viento es lo más jodido” y que en medio de una ráfaga, una antena puede llegar a oscilar más de un metro, pero también dice que disfruta su trabajo y que colgado a 120 metros de altura, ha visto paisajes increíbles; pero también sabe que su oficio tiene fecha de vencimiento y que por arriba de los 50 años, los riesgos y la fatiga para el torrista se multiplican.
“Yo disfruto mucho, pero después de 22 años de trabajo ya empiezo a sentir el cansancio, sólo espero saber cuándo retirarme”, dice, hace una pausa y luego cierra con una sonrisa: “Pero para eso falta, todavía tengo varias antenas por montar”.
Cursos de capacitación para los trabajadores
Hace cinco años, Marcelo Patiño y algunos más formaron la Asociación de Trabajadores Torristas y Antenistas de la República Argentina (Attara), la única organización abierta que a nivel nacional, busca nuclear a los obreros de esta actividad, y aunque sólo tiene poco más de un centenar de socios, la organización dicta cursos de capacitación.
En Rivadavia, Attara dictó hace poco un curso de capacitación para 14 antenistas de todo el país que duró ocho días y del que también participaron los bomberos locales: “Hay que saber subir sin llegar cansado, con el viento siempre en la espalda”, explica y dice que además de la técnica de ascenso es importante saber cómo rescatar a alguien en problemas: “Si estás montando una antena en el campo, capaz que a la ambulancia la tenés a dos horas y si alguien se desvanece tenés que saber cómo bajarlo”.
El grupo de antenistas que toma el curso en Rivadavia es heterogéneo y hay hombres como Federico (19) que apenas está comenzando y otros como Juan Cruz (40) que ya tiene 15 años de experiencia: “No importa quién sea, a todos les enseñamos lo mismo y saben que lo primero es la seguridad y que hay que revisar el equipo cada vez que suben a una antena”.