Mis años me permiten recordar el Luján de Cuyo de los tiempos en que se acostumbraba, por parte de nuestros mayores, ir los domingos por la mañana a tomar un trago en alguno de los bares existentes en los alrededores de la plaza, en especial los que estaban camino al Bajo del río: “Yiyeto”, Chuschín, Corvalán, Otaviani y, cerca de la plaza, el gran Anselmo y varios más.
Era la recompensa con la cual el trabajador se regalaba después de una dura semana, que llegaba en la mayoría de los casos hasta el sábado.
Mi niñez sólo me permitía escuchar las risas de los parroquianos, que al parecer eran producidas por las ocurrencias de alguno de ellos o el resultado de alguna partida de truco, ruidos de choques de vasos y destapar de cervezas...
Pasadas unas horas, al mediodía, las campanas de la iglesia avisaban, sin imponer, que los allí reunidos debían volver a sus hogares.
Las bicicletas afirmadas sobre las descascaradas paredes del frente del boliche, con sus cuernos apuntando hacia adelante, indicaban la dirección que tomaría su dueño, quien ya partía revoleando su pierna sobre el asiento, teniendo antes la precaución de poner un broche al final de la botamanga de su mejor pantalón de “Grafa”.
Han pasado muchos años y todavía hay parroquianos. Pero acompañando el progreso, algunas cosas han cambiado. Aquellos parroquianos ya no son tan viejos, son jóvenes, algunos casi niños y niñas que, a cualquier hora del día, se los puede ver sentados en el suelo, a la orilla de alguna acequia y, en el mejor de los casos, rodeando una mesa al filo del cordón de la calle. Así como no hay edad, no hay horario para regalarse.
Los mayores no están. La juventud ganó espacio. Hay infinidad de horas pasadas frente a esos "escritorios".
Quizás hayan más motivos para festejar que los que tenían nuestros mayores, lo cual no les permite abandonar esos lugares que ahora encontramos casi en cada cuadra.
La modernidad llegó a tal punto que esos sitios en su mayoría carecen de sanitarios, y el servicio es remplazado por árboles, paredes de casas vecinas, jardines, la calle misma. Estos lugares se ven perfumados con olores conocidos y producidos por desconocidos chicos y chicas.
¿Qué está pasando? Algo se olvidaron de ajustar en esta senda de progreso. Pero en sus hogares no lo hacen. Padres, eduquemos; comerciantes, no abusemos; la seguridad, controle, y el municipio regule e inspeccione.
Oscar Laguna - DNI 8.144.258