A medida que avanza la campaña electoral se profundiza una batalla de consignas que parecen una forma histérica de expresión por la cual se pide la solución inmediata de muchas cosas, las cuales arrastran muchos años de acumulación. El tema es pedir la solución ya.
En el medio de este griterío de consignas opositoras aparecen otras, de sectores teóricamente aliados al gobierno pidiendo la “solución ya” para muchos temas. Cárcel para ex funcionarios, fin de la corrupción, basta de drogas y muchas más.
Y para no ser menos, el mismo gobierno sale a contrarrestar con otras consignas y ante una leve recuperación del nivel de actividad ya hablan de brotes verdes, al principio, y luego de “bosques de brotes verdes”.
Sin tratar de ser exhaustivo, algunas de las consignas mezcladas son terminar con la inflación, terminar con el déficit fiscal, corregir el atraso cambiario, aumentos de sueldos, terminar con la pobreza, combatir la inseguridad, terminar con la violencia de género, terminar con el narcotráfico, mejorar los ferrocarriles, mejorar las rutas, construir las escuelas que hacen falta, aumentar presupuesto a la educación y la salud, bajar la presión impositiva y muchas más. En realidad, hay que ser honesto, nadie puede esperar que todas estas cosas, cuya demanda es real, se puedan solucionar todas juntas. No serían creíbles ni las promesas de Mandrake.
Las únicas soluciones que se proponen son “frenar al gobierno” (¿para qué? ¿para torcer el rumbo hacia dónde?) ó “cambiar este sistema que genera hambre y exclusión” (la pobreza viene de varias generaciones y la exclusión se profundizó con los subsidios y planes sociales).
El problema grave de la Argentina es que las consignas de la oposición no son medibles, ya que no es posible volver al pasado, se agotaron los recursos para nuevos subsidios y se acabó el crédito para llenar de anabólicos la economía. La situación global es diametralmente distinta a la que recibió Néstor Kirchner, con precios de las materias primas por las nubes, una moneda devaluada un 400%, sin paritarias y con un default por el que no pagó deuda durante los primeros 3 años.
Pero las del gobierno tampoco aparecen para entusiasmar. Se han prometido varios semestres de reactivación que no llegan. El gobierno se embarra con la oposición en jugar con datos de corto plazo y tampoco plantea un horizonte claro que genere esperanza, esa lucecita mágica que enciende el fervor y los corazones pensando que, aunque sea los hijos, tendrán un futuro mejor.
Por ahora todo se reduce a una ansioso juego de demandas y respuestas que han conseguido instalar en el ánimo de muchas personas. Es razonable que el que está mal quiera respuestas urgentes, pero los dirigentes no pueden mentir sobre una situación que llevará muchos años. Quizás sería más útil decir las cosas con claridad, pero la verdad a muy poca gente le interesa.
Qué dicen los números
Los datos oficiales ahora son creíbles y ni la misma oposición se anima a desconfiar de los datos del nuevo Indec, más profesionalizado, que está generando información económica y social muy importante.
Este instituto publicó esta semana los datos del Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) que es una anticipación el PBI, con los datos al mes de mayo. Según esta información, en ese mes la economía creció un 3,3% en comparación con el mismo mes del año anterior, y un 0,6% por sobre la medición de abril.
Según el mismo informe, el crecimiento acumulado en 2017 es del 1%. El dato no sorprende, era lo que se preveía desde diversas usinas de investigación, y ahora resta ver cómo se comportará en los meses sucesivos.
Todo indica que el crecimiento estará cercano al 3%, aunque el FMI acaba de sacar un pronóstico del 2,4%. No obstante hay que tener en claro que el mundo está más lento y Argentina tendría el mejor desempeño de la región.
Entre las actividades que más crecieron está la construcción, con especial empuje por parte de la obra pública. Tanto es así que la actividad está cerca de alcanzar el récord de mano de obra registrada. Solo en el último mes crecieron 10.000 empleos. También ha sido importante el sector automotriz, el sector metalmecánico asociado a este e, incluso, el Comercio, tuvo una leve mejora. Se estima que la industria creció un 5% en junio comparado con el mismo mes del año anterior.
Los puntos débiles aparecen por el déficit fiscal, la inflación y la paridad cambiaria. El déficit es un problema de acumulación, heredado del gobierno anterior, que el gobierno trata de administrar con gradualismo. Incluso, antes de bajar el gasto tuvieron que bajar algunos impuestos y luego se lanzaron a pagar al reparación histórica de los jubilados y a devolverle a las provincias fondos de coparticipación.
Todo esto demoró mucho más el proceso, ya que las tarifas se han podido actualizar solo en forma gradual y queda un largo trecho por delante. Por ahora, se está financiando el déficit con deuda, lo cual es una buena solución de corto plazo pero no es sostenible en el largo plazo por lo que el año próximo deberá encararse de forma más decidida.
La inflación es una consecuencia de este proceso, ya que es el exceso de gasto el que expande la cantidad de moneda, más allá de la forma en que se financie. Es que cuando entran dólares del exterior para financiar al
Estado, van al Banco Central que emite moneda para comprarlos. Por ahora la inflación ha venido cediendo por el uso de la tasa de interés, pero esa tasa, muy elevada, complica el ritmo de la actividad económica.
La paridad cambiaria, a su vez, está vinculada con los datos anteriores. El atraso cambiario empezó en 2011. Cuando el gobierno asumió, liberó el tipo de cambio, pero después del salto inicial no tuvo una actualización muy grande. En diciembre de 2016 estaba a $ 15,90 y llegó a bajar a 15,20. Desde junio fue retomando posiciones y hoy está cerca de los $ 18, lo que habla de una tasa de devaluación similar a la inflación.
Según la medición del Tipo de Cambio Real Multilateral que hace el Banco Central la posición competitiva del tipo de cambio actual es mejor que la del diciembre, ya que en ese tiempo se devaluó el dólar en el mundo y se apreciaron las monedas de la región, lo que implica una mejora en la condiciones de competitividad cambiaria.
Queda un párrafo para la reforma impositiva, que no es menor. Pero esta reforma debe seguir de cerca a la disminución del déficit fiscal y, para ello, primero hay que bajar el gasto público en términos reales, es decir, el gasto debe crecer menos que la inflación y que los ingresos. Solo así se podrá reducir ingreso sin hace crecer el déficit.
No se puede todo a la vez, pero hay que explicarlo muy bien para que se entienda. El costo de hacer un ajuste rápido es muy alto, pero es una sola vez. Hacerlo de forma gradual tiene otros costos, y es que cada ajuste pequeño que se hace genera quejas y se termina generando un mal clima por una sucesión de ajustes que nadie sabe cuándo terminan y no clarifica el panorama hacia el futuro.