Recordar el barrio es volver a mi infancia, sentir el “tran-tran” del tranvía recorriendo de norte a sur la calle San Martín bordeada de altos carolinos que formaban un túnel.
Recordar sus íconos como el hospital Español y el Puente ferroviario que en aquellos tiempos nos marcaba las horas, “El Cuyano” de las ocho horas partió, a las quince el tren de Las Catitas, a las veintidós “El Internacional” que llegaba de Buenos Aires.
También marcaba un día a la semana, los miércoles, el jornalero que controlaba la señal ferroviaria, subiendo la escalera.
La calle San Martín tenía las esquinas con características propias: Derqui con su rojo buzón y el quiosco, el almacén de ramos generales, la farmacia, la carnicería, algunas placas que indicaban la actividad de sus dueños.
Chacabuco se identificaba por los chalets rodeados de grandes jardines, que hoy son un supermercado, una estación de servicios y paseos de compras.
En San Martín 770 estaba mi casa, casi Anzorena; mi padre la compró en 1927. Recuerdo las familias antiguas de la zona, como los Verdini, Filippini, Matiello.
En San Martín casi Anzorena todavía está el chalet que era de la familia Lara, unas personas muy serias. Enfrente, sobre la vereda este de San Martín, vivían las familias Raca y Ejarque. Pasando el puente estaba la clínica Pellegrina, atendida por el mismo doctor Pellegrina.
Luego nos fuimos a vivir a otro lugar cercano y la propiedad de San Martín 770 fue alquilada como local comercial. Así, la Farmacia del Puente tuvo su primera sede allí. Hoy funciona una casa de crédito.
Las mañanas eran movidas y recorridas por los repartidores: el panadero con su carretela azul y pan calentito, el lechero con sus grandes tachos de leche traídos directamente del tambo, la verdulera ofrecía su mercadería recién recogida de su huerto.
Las tardes eran más sociales: abuelas y madres, alguna tía con un crochet y algún mate distraído deslizándose entre manos, comentaban las novedades del barrio.
El almacén de Don Pappalardo estaba en San Martín y Derqui, era un lugar muy visitado por los vecinos.
Los niños jugábamos tranquilos sin peligros a la mancha, al oscurecer corríamos a la piedra libre de la escondida, era una hazaña; los varones a la pelota.
Todos éramos amigos e íbamos a la misma escuela, Martínez de Rozas, que era un caserón señorial antiguo de amplias galerías y patios cubiertos por altos parrales que daban sombra, ubicada en la esquina de Anzorena y Almirante Brown.
A dos o tres cuadras de calle San Martín estaban las quintas, donde se compraba la fruta que a veces cosechábamos nosotros mismos.
Entrábamos por el entonces Callejón Anzorena a la zona de las quintas, chacras y fincas. Hoy todo está convertido en simpáticos barrios como el Bancario. La zona está muy cambiada.
Recuerdo que mi abuela siempre nos contaba que cuando Eva Duarte (Evita) visitó la provincia, pasó en el tren y al llegar al puente, comenzaron a repartir regalos a la gente que saludaba su paso. Así, ella pudo conseguir un paquete que contenía telas y ropa.
El “tran-tran” del tranvía hoy es reemplazado por el rugido de motores de autos, ómnibus, motos, hasta el Metrotranvía, que aturden y acobardan al momento de intentar cruzar las calles.
Los frentes de las casas se han transformado en salones comerciales, bancos, clínicas, supermercados, agencias de autos; tiempos modernos.
Volver al barrio de ayer me trae añoranzas de una época vivida con amigos, que alguna vez, al encontrarnos con una sonrisa volvemos a compartir el recuerdo simpático de nuestra niñez.