Este arreglo es necesario, porque un año solar - es decir, el tiempo que la Tierra toma en dar una vuelta en torno al Sol - no dura exactamente 365 días, sino 365,2422 días.
Sin un día adicional, la fecha del calendario se desplazaría cada año en aproximadamente un cuarto de día con relación al año anterior: así, tras 350 años, el comienzo de la primavera caería en diciembre.
Ya los egipcios se habían percatado de este problema. Fue así como el año 238 antes de Cristo, los sacerdotes-sabios egipcios, reunidos en la ciudad de Canopus, decretaron la introducción de un día cada cuatro años al calendario.
César asumió esto en lo que más tarde se llamó el Calendario Juliano, que tuvo vigencia hasta la Edad Media.