Una normalidad excepcional

Es difícil predecir lo que vendrá, pero esta pandemia, sin dudas, creará nuevas formas de relacionarnos con nuestro entorno.

Una normalidad excepcional
La situación actual ha planteado una superioridad de los criterios higiénicos, cuando las prioridades antes eran diferentes.

Sobran ejemplos de la vida cotidiana reciente para expresar cómo cambiaron nuestras vidas en el contexto de pandemia. Sí, hubo cambios de todo tipo, eso no es ninguna novedad y desborda alrededor de cualquier situación que miremos. Y, como siempre pasa, vamos a encontrarnos con personas que se sientan contentas o al menos conformes con los cambios impuestos por esta realidad sui generis. También encontramos otro extremo, habitado por las expresiones de malestar y odio más concentradas que podamos imaginar. En el medio de estos puntos, una inmensa mayoría de personas que navega en esos grises de las sensaciones encontradas y que son producto de la combinación e interpretación de sus propias experiencias. Por esto no podemos generalizar y afirmar que alguna vez existió una normalidad, así como tampoco podremos pretender que alguna vez exista; y esto es algo necesario y bienvenido.

La normalidad es un concepto, una propuesta y, en el mejor de los casos, una idea que agota las diferencias, las posibilidades, las posturas o acciones diversas. La normalidad normaliza, pretende al menos establecer lo aceptable y lo no aceptable; en definitiva, define la regla a aceptar o, mejor dicho, la norma. Su efecto colateral será, entonces, la excepción.

Pero la tensión y la dificultad en la aplicación de la pretendida normalidad se presentará en un corto plazo. Si, acaso, no estamos ya acudiendo a una vida cotidiana plagada de excepciones. Algunas deben ser ocultas, otras son un secreto a voces, pero, en definitiva, no hay una norma que organice la totalidad de nuestras vidas y menos la de nuestras relaciones.

La norma que busca imponerse es esencialmente higienista, la del cuidado por medio de la prevención. Por medio de una re-educación de nuestros hábitos. Lo que pareciese olvidarse es que esos hábitos escasamente se educaron, y así hemos aprendido, por ejemplo, que compartir el mate nada tiene que ver con la higiene, sino con la aceptación de un otro. Lo mismo pasa con el abrazo, el beso, la caricia o el apretón de manos. Y, como se sabe, somos por y para el otro.

Es difícil en pocas líneas ahondar en un escenario posible, aunque siempre incierto. Pero esta pandemia creará, más que nuevas normalidades, nuevas posibilidades y nuevas formas de relacionarnos con nuestro entorno. El trabajo cambiará para muchas personas, las relaciones a distancia serán más sólidas, el sexo se practicará placenteramente sin presencia física simultánea de sus practicantes, viejos oficios se revalorizarán y otros recientes se debilitarán. Tantas posibilidades que no podrán ser nunca contenidas en las normas y que quizás naveguen más en las excepciones o en lo imprevisto. A nivel individual, las relaciones con nuestro propio cuerpo, con nuestro tiempo, con nuestros espacios, con los otros y con nosotros mismos tendrán nuevas posibilidades que tendremos que explorar como sociedad.

Al menos la importancia de que exista una pretensión de normalidad radica en que podamos discutir qué es lo normal. ¿Es normal que mucha gente se quede sin trabajo? ¿Es normal que mucha gente se quede sin educación? ¿Es normal que el otro sea un posible foco de contagio y deba alejarme? No, no lo es. Y esperemos que nunca lo sea.

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