Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
La hegemonía del kirchnerismo durante la última década no se debió a que haya convertido políticamente al país en kirchnerista, sino a que supo aprovechar las ventajas de un poder centralizado en un país desestructurado, atomizado, en particular desde la crisis de fines de 2001. En ese entonces la Argentina entró en una implosión de la que aún no sólo no se recupera, sino que corre el riesgo de convertirse en sistema estructural.
Eso se debe a que el gobierno de los K recuperó la autoridad política perdida durante la anarquía, pero no superó la disgregación partidaria e incrementó a niveles superlativos la disgregación institucional.
Por eso hoy la Argentina es una nación invertebrada, un cuerpo sin esqueleto, compuesto por órganos con dificultades para relacionarse entre sí y sin ningún eje directriz para ninguno de ellos. Las PASO han sido una interesante radiografía de este nuevo país que contiene más cosas viejas que nuevas.
Un país nuevo no cabe en odres viejos. La mayoría de los debates políticos que hoy vivimos expresan una discusión acerca de cual es la contradicción principal: si entre oficialismo versus oposición, o si entre peronismo versus no peronismo. Algo muy difícil, si no imposible, de dilucidar porque la oposición sacó -dividida- el 60% de los votos, pero el peronismo también sacó -dividido- el 60% de los votos.
Tal vez quien sea más capaz de unir lo dividido será el que a la postre se quede con la corona. Sin embargo eso no nos dice mucho porque esas dos contradicciones parecen tan antiguas como el país en el que aún seguimos pensando, el de los viejos partidos y sus viejas divisiones. Quizá la gente piense con otras categorías que la política no sabe aún representar, por eso nadie entusiasma a nadie.
¿Qué es el peronismo? El peronismo hoy es una estructura política de tipo medieval con sus monarcas, sus cortes, sus señores feudales, sus vasallajes, e incluso sus disidentes. Hace ya mucho tiempo que se ha transformado en un enorme cuerpo sin cerebro propio, porque ha incorporado sin ningún filtro ideas que provenían de otras tradiciones, aunque conservara su modo populista de gobernar.
El menemismo plagió literalmente al neoliberalismo en boga de aquellos tiempos y el kirchnerismo se transformó en un progresismo viudo del viejo izquierdismo previo a la caída del Muro.
Por eso, aunque el menemismo haya sido hegemónico y hoy lo sea el kirchnerismo, no dejan herederos, porque nadie en el peronismo piensa como ellos. O, mejor dicho, el peronismo ya se acostumbró a retener el poder sin pensar, dejando esa tarea en un monarca que tiene todo el poder mientras reina pero que muerto el rey viva el rey.
Por debajo hay una corte (pero no como las versallescas sino más parecida a un sínodo de obispos vaticanos) que es el nexo entre el poder monárquico y el feudal. No de casualidad Scioli en su discurso post PASO rindió homenaje al “Chueco” Mazzón, el más preclaro de los obispos que siempre dicen lo que dice la corona pero defienden los intereses de los señores feudales.
Scioli es un emergente de ellos, educado en la camaleónica habilidad de estar siempre inmediatamente debajo del monarca de turno sin decirle jamás que no, pero no diciendo sí, sino no diciendo nada. Obispos capaces de defender con igual ardua convicción a líderes tipo Reagan que tipo Stalin, siempre que les respeten su lugar en la estructura de poder.
Los señores feudales son reyes absolutos en sus comarcas siendo amos y señores de sus vasallos clientelares, pero más allá de su tierra local no tienen problemas en bajar la cabeza ante el monarca, excepto cuando peligran sus territorios por alguna arbitrariedad real y entonces ponen su espada al servicio de otro caballero con vocación de rey. Y se pasan de bando.
Por eso también siempre es necesario un disidente por si el César deviene Calígula o Nerón. Entonces, alguien, por fuera, viene a cumplir el papel herético que Lutero cumplió frente a la Iglesia, pero con la diferencia absolutamente fundamental de que no se trata de debilitar al catolicismo como quería Lutero sino de fortalecer (imitando a Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El Gatopardo) a la Iglesia peronista para que cambiando todo, todo siga igual.
¿Qué es el radicalismo? A diferencia del peronismo, que es un cuerpo sin cerebro propio, el radicalismo ha quedado convertido en un cuerpo sin cabeza, porque cada vez más seguido se ve obligado a alquilar presidenciables ya que de sus filas no aparece ninguno con probabilidades de éxito (y si aparece son los mismos radicales los que lo destrozan). Por eso alquilaron la cabeza de Lavagna en 2007 y la de Macri en 2015, así como estos dos alquilaron el cuerpo radical. En una alianza más carnal que espiritual, porque si se pierde se disuelve.
Así, en los hechos, hoy el peronismo es una liga de gobernadores que pueden obedecer indistintamente a Menem o Kirchner, o a Scioli o Massa, al que gane, pero que les interesa mucho más la defensa de su territorio que el tan mentado proyecto o modelo nacional. Mientras que el radicalismo es una liga de intendentes cuya Meca es Mendoza, la única provincia que sigue sobreviviendo con esa identidad. También esos intendentes son mucho más territoriales que radicales, confirmando la disgregación partidaria al extremo que hoy se vive.
Como en el 83, pero sin Alfonsín. Fuera del poder central y de las provincias del interior federal, existe un territorio que es otro país en sí mismo, llamado Buenos Aires, donde se suelen librar las madres de todas las batallas por la desproporcionada magnitud de su población: un 40% del total nacional. Y hoy allí, aparte de librarse una batalla entre buenos candidatos de la oposición (Vidal y Solá), hay un gran combate que adelanta las lides internas del peronismo si el Frente para la Victoria llega a ganar el país y esa monumental provincia.
El primer turno lo acaba de ganar Cristina Fernández al imponer a su candidato Aníbal Fernández por sobre el candidato de Scioli y los barones del conurbano.
Todo esto trae reminiscencias del peronismo de 1983, cuando este partido presentó como candidato a presidente al atildado y prolijo Ítalo Luder pero como gobernador de la provincia al bizarro caudillo Herminio Iglesias. Los tramos finales de la lid fueron entre Alfonsín y Herminio, mientras que Luder fue desapareciendo de escena. Los peronistas creían que con un peronista bien peronista podrían ganar las elecciones. Pero los radicales lo convirtieron en un bárbaro que venía a incendiar Roma. Ganó Alfonsín.
A más de treinta años, el peronismo viene en busca de la revancha, tratando de ver si esta vez la barbarie puede imponerse por sobre los buenos modos, ya que le temen más a la traición de los Scioli que a los histrionismos de un impresentable que, viniendo del peronismo derechista heredero del herminismo, se hizo ultraK sin pudor alguno.
A su vez, los opositores querrán que Aníbal sea visto como lo fue Herminio en el 83. El problema es que frente a él aún no se vislumbra nadie con la fuerza renovadora de Alfonsín que pueda identificar la barbarie de Aníbal con la política de esta década. Y Cristina, provocadora, a falta de alguien del palo, apuesta al nuevo bárbaro más que a Scioli para con él poder limitar a éste, a los obispos y a los señores feudales, deviniendo ella una especie de jefa de una vanguardia activa minoritaria pero ideológicamente bien armada con centro en el Congreso, desde donde pueda seguir manteniendo el máximo poder posible.
El peronismo, otra vez como en el 83, apuesta a la seducción por la barbarie, quizá con la secreta convicción de que lo que no pudo lograr en el 83, lo pueda obtener en 2015, porque a pesar de más de treinta años de democracia, lo cierto es que desde el punto de vista institucional la Argentina ha perdido todo lo que reconquistó en los primeros años luego de la dictadura.
Por lo cual nadie cree hoy -como creyeron casi todos con Alfonsín- que la república democrática le pueda mejorar la vida y entonces no encuentran alternativa frente a este caudillismo conservador clientelar con ideología populista que domina la Argentina y que tan bien expresa Aníbal, como Herminio expresaba en el 83 al peronismo que quedó trunco en 1976.
En síntesis, escenas de un país disgregado donde todos buscan ponerse al frente de este cuerpo sin esqueleto pero nadie propone la reconstrucción o quizá la invención de una Argentina definitivamente vertebrada.