Hace 200 años Cuyo vivía una difícil situación de guerra. Las tropas realistas se preparaban para invadir por la cordillera el territorio mendocino. Por aquel tiempo, el entonces coronel mayor San Martín era el gobernador intendente.
Su mayor preocupación era la falta de tropas y recursos. Hacía falta fabricar algunos pertrechos básicos dentro de la logística militar y se convocó al molinero Andrés Tejeda para abatanar telas para confeccionar los uniformes. Esta historia es muy conocida por la mayoría; lo que nunca se dijo que el molino de Tejeda se utilizó para otros menesteres y el proyecto de los uniformes fue descartado.
El batán que no funcionó
En aquellos días, la logística del ejército de la Patria o de Cuyo -aun no se llamaba de los Andes- era prioritaria, ya que carecía de balas de cañón, fusiles, equipos e uniformes. Entonces se establecieron, en forma muy experimental, una casa para la fabricación de pólvora a cargo de los hermanos Pedro y Antonio Álvarez de Condarco y un lugar para la fundición para balas de pequeño calibre dirigido por Pedro Pascual Rodríguez.
También, ese mismo año se le encargó a un molinero llamado Andrés Tejeda, la construcción de una palas de metal con el objeto de abatanar telas. Estas palas fueron fundidas con el bronce de unas viejas campanas que poseía el convento de la Trinidad.
El precario batán, funcionó por muy poco tiempo y no cumplió con los objetivos propuestos. Fueron escasas las telas que se abatanaron y esos picotes se emplearon para los "sacos de pólvora" que se utilizaron como cartuchos de artillería.
Un criollo moliendo maíz
Durante el mes de marzo de 1816, por disposición de San Martín, se contrató a Andrés Tejeda para erigir un molino, con el objeto de moler maíz. Por varios meses la Aduana del Estado le pagó la cantidad de $ 50 para proseguir la construcción en un sitio ubicaba sobre la acequia del Jarillal, en Panquehua.
La molienda de estos productos se destinó a la fabricación de harinas para las comidas que se servían a las tropas. Otras de las actividades encargadas al molinero Tejeda fue la de tostar la harina de maíz junto a otros dos ayudantes.
Su producción aunque escasa, sirvió para almacenar cientos de quintales para luego distribuirlas como alimentos a las tropas.
Uniformes Prêt-à-porter
A mediados de mayo de 1815, el gobierno de Buenos Aires envió a Mendoza, unas remesas de uniformes y piezas de paño para las tropas del batallón de Infantería Nº 11. Según un artículo sobre la reglamentación del vestuario para la tropa, el soldado renovaba su indumentaria cada año y medio o más.
La mayoría de las veces se prolongaba el tiempo, ya sea por las distancias o por el déficit que tenía la Comisaría General de Guerra en Buenos Aires al concentrarse en la demanda de los ejércitos que se encontraban peleando en el Alto Perú como de los que estaban en distintas partes del territorio.
Cada batallón o regimiento tenía que esperar su turno para recibir su ropa y entonces las prendas se deterioraban de tal manera que debían ser remendadas, algo decoroso para ese tiempo. A fines de 1816, cuando se decidió realizar la campaña de los Andes para liberar el territorio chileno de los realistas, el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.
Cuando llegaron a Mendoza luego de un mes y medio de viaje, fueron depositados en la Plaza Mayor -hoy Pedro del Castillo- para que inmediatamente los distintos cuerpos que se encontraban acuartelados en la ciudad pasaran a retirar su indumentaria. También llegaron varias piezas de paño de color azul y rojo que se utilizaron para la confección de uniformes para jefes y oficiales.
El ejército tenía una sastrería y que estaba a cargo del capitán Lino Ramírez de Arellano y funcionaba en el convento de la Merced. Los últimos uniformes llegaron a principios de enero de 1817.
Tejeda el molinero estrella
Andrés Tejeda, nació en San Miguel - actual departamento de Las Heras- el 9 de noviembre de 1786, era hijo de Solano Tejeda y María Josefa Sosa.
Era de origen criollo, aunque algunos historiadores lo dan por mulato. Murió a fines de diciembre de 1855. Durante años posteriores algunos pobladores de la zona recordaban el lugar en donde había funcionado aquel molino y en 1951, el sitio ubicado en las calles Santa Rosa y Almirante Brown de esa localidad, fue declarado Monumento Histórico Nacional.