Andrés Llugany
pedalea por las calles de la ciudad. Al lado va Milagros, su compañera; también en una bicicleta roja. Llegan juntos a la entrevista. Él saluda desde su metro ochenta (y más) con vozarrón de tipo serio y un peinado en apuros. Ella sonríe. Y se aferra a un libro, mientras Llugany saca de su mochila gris una pila de DVD’s, un CD con bandas sonoras, un par de libros, algunas historietas y un pendrive. Parte de su mundo.
Porque Andrés Llugany (cineasta, dibujante, músico, guionista, escritor) es... ¿cómo definirlo?: un artista originalísimo y prolífico; con debilidad por la 'sci-fi', el comic y el género fantástico, y habilidad extraordinaria para la comicidad. En el oficio que afina desde más de una década, Llugany es un 'monstruo' (en el mejor sentido del término).
Y monstruos son, también, los personajes que habitan “El silencio”, su último guión. Es uno de los 24 proyectos ganadores del concurso nacional de telefilms que impulsó el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y del que participaron 215 guiones. Para presentarse (esta fue su primera vez), adaptó un corto del pasado, “metiéndole un conflicto y un par de condimentos”.
Cuando habla, Andrés Llugany grafica con las manos (los dedos gesticulan, señalan) y también los ojos (negros, profundos; a veces enormes). Así pone acentos o subraya ciertas frases. Habla en serio. Pero causa gracia. Bien podría ser uno de los personajes de sus cortos; de hecho, lo fue. En “Un lugar camino al museo” (2011) y también en “La visita de cada noche” (2012), trabajo para el cual abandonó la barba a su propia suerte y subió unos kilos para dar con el “physique du rôle” de un hombre siniestro.
¿De qué forma te llega una idea?, le preguntamos. Contestan las manos, los ojos, el vozarrón: “Justo me lo preguntás ahora; hace dos años tengo sequía de ideas... No sé de dónde sacarlas. Ahora me estoy alimentado de cosas viejas. Este proyecto, por ejemplo, lo armé a partir de un corto que pensé hace cinco años. Antes, las ideas me salían más fácil”.
Llugany no ríe con sus ocurrencias. Pero su tono de voz, sus pausas, son picardía de niño travieso: “Ahora que lo pienso, las ideas me vienen en forma de imágenes: de paisajes o personajes. A esas imágenes, que primero son abstracción, trato de encontrarles una lógica, una historia que las unifique. No me genera entusiasmo hacer algo que no tenga una historia detrás. Claro que a la historia se llega por muchos lados”.
Y la historia detrás de “El silencio”, como tantas otras de las que ha “escrito” con su cámara, es desopilante: José es un desocupado, un lasherino, padre de familia. Para participar de una “Competencia Internacional de Ajedrez para Monstruos” captura al Futre. Y lo instruye en las reglas del juego. “Porque José quiere ganar la platita del premio”, acota, y el comentario es un ocurrente guiño de stand up.
“En realidad esta fue la idea del cortometraje; para el concurso tuve que pensar por dónde enriquecerla. Profundicé la historia del tipo, que es el protagonista; porque el Futre, el torneo de ajedrez, la montaña a donde va a buscarlo, es el escenario de fondo. Entonces lo ubiqué en una familia y le puse un conflicto con su hijo. Hay un sistema de reflejos entre este conflicto y la relación que entabla con el Futre”.
-¿De dónde viene tu interés por el Futre?
-Es un personaje interesante. Lo venía usando hace mucho tiempo en otros proyectos. Pero es la primera que logro que el Futre me haga ganar algún concurso. Ahora que lo digo, me siento un poco como el tipo del guión. Creo que como haré una película con él, lo dejaré de usar. Supongo; porque nunca se sabe...
-¿Sos obsesivo con las ideas?
-Soy un poco recurrente. Pero porque son elementos (los zanjones, el Futre, los autos de policía) que sirven para contar historias. La historia cambia pero los elementos pueden ser los mismos; porque no dejan de formar parte del mismo universo. En definitiva, las historias son distintas miradas hacia distintas cosas de ese universo.
Cine, música, historietas
Muchos (y diferentes) son los caminos que nos llevan al universo de Andrés Llugany. Porque este artista filma, escribe (guiones, cuentos, historietas) y compone música para sus cortometrajes.
-¿En donde te sentís más cómodo?
-Salvo cuestiones azarosas, toda la productividad de estos diez años (Llugany toma entre las manos los DVD’s de sus trabajos audiovisuales) no me generó dinero. El año pasado como estaba seco de ideas y de producción, me estiré un poco hacia lo que estaban haciendo otros compañeros; hice trabajos de montaje y asistencia de dirección. No logré nada mío pero gané platita. Y pude comprarme un sillón para la computadora; que todavía dura. ¿Dónde me siento más cómodo? En ese sillón. Ese sillón es el paraíso (N de R: ¿cómo resistir las carcajadas frente a Llugany?).
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Me refería a componer, escribir, filmar...
-Todo lo aplico a una historia. Necesito que eso esté, si no no funciono. No me sale hacer dibujos, si no es para una historieta o para ilustrar un cuento. Lo mismo sucede en la música: cada vez que me siento a componer es porque hay un momento específico de una historia al que quiero ponerle tal o cual música. De repente, si se me corta el chorro de historias se me corta la expresión hacia todos lados.
Pero a Llugany, historias no le faltan. Aquel primer corto de 16 mm “No respiren sobre mi retrato” (1998) inaugura un originalísimo inventario audiovisual que incluye ficciones (como la premiada “Alicia se muere otra vez”; con un extenso derrotero por festivales de cine; o el mediometraje “La leyenda de Baltimor”) y documentales (entre los últimos, “Escenas de la convivencia entre el Montulante y el Opipipi”, ganador del último MenDoc).
De la lista se desprenden unos tantos premios: “Da mucha satisfacción hacer cosas, y que además la gente se dé cuenta de eso y que le guste. Que se aprecie la cantidad y la calidad; eso me da alegría”.
Todas -o casi todas- sus realizaciones están apiladas frente a él. Una filmografía enorme, que cabe en una mesita. Entre DVD y DVD: “Memorias de la liebre, el gusano y el hombre”, el libro que editó hace un año, tras ganar un concurso del Fondo Provincial de la Cultura.
-Había una vez un libro...
-(Toma el libro, lo hojea). Estos son cuentos que fui escribiendo sin ninguna prisa; debo haber demorado cinco o seis años. Se me ocurría una idea y la desarrollaba a través de los personajes. Fue un libro abierto mucho tiempo. Tenía la ambición de llegar a 100 relatos pero después del número 93 no se me ocurrió nada más. Hice uno más, para cerrarlo y ahí quedó.
-Decías que no ganaste dinero. ¿Pensaste, alguna vez, en largar todo?
-No, porque nunca tuve mucha necesidad de dinero. Tengo gastos mínimos. De repente, lo que gano en un festival me puede servir para seis o siete meses. La ausencia de plata nunca fue algo problemático para mí.
-¿Tampoco a la hora de solventar los proyectos?
-Filmar no me sale casi nada (las manos de Llugany bailan); la cámara es de una amiga y filmo con luz natural. El peso, cada vez más pesado, que uno tiene es no poder darle un reconocimiento monetario a la gente que te acompaña. Por eso es bueno que surjan estas líneas de financiamiento.
-Funcionan como un espaldarazo...
-Gracias a estos subsidios, destinados la TDA (Televisión Digital Abierta), hace tres años que estamos trabajando y cobrando un sueldo. No sólo es un sistema que permite generar contenidos sino también ventanas para esos contenidos. Hay mucha felicidad en el ambiente. Diría que son buenas épocas para lo audiovisual.
Eso es lo último que Andrés Llugany comenta. Después sube el cierre de su suéter negro, saluda y pedalea hacia rumbo desconocido.