Analía Garcetti
está parada en la entrada de su casa, con el portón abierto. Sus dos perros juegan a su lado. “La segunda columna del callejón” es la referencia que tenemos para llegar a su lugar, por eso está esperando. Vive en Bermejo, frente a un descampado, en una casa rodeada de verde.
Una vez adentro invade la alegría y la calidez: algunas paredes de colores fuertes, cuadros, ambientes irregulares, muchas, muchas ventanas “¿Viste que linda luz tiene?”, pregunta y no hay lugar para la respuesta. Fotos de amigos y familiares decoran las paredes y algunos muebles. Allí se ve a su marido con la cara pintada y la ropa de colores, el murguista de El Remolino, Gustavo Ickovic. A sus hijos Juan (17) y Emilia (14), a su sobrina Abril (18), que vive con ellos, y otras personas queridas. Permanentemente Analía dibuja una sonrisa en su cara.
“Al Flaco (su compañero de ruta) y a mí nos encanta que venga gente. Somos muy amigueros los dos. Disfrutamos de las mesas numerosas”, dice y cuenta que la semana pasada cocinó tallarines caseros para 15 personas.
El encuentro se debe a un proyecto que comentará después y las pastas a que se compró una pastalinda y no la deja descansar. Por eso, ya pasaron por la máquina las masas de una lasagna, de unos ravioles, de los fideos y, ahora -por primera vez-, las de unas empanadas de hojaldre.
“Es una de las comidas que más me gusta. Mis dos abuelas las hacían siempre y me remiten a mi infancia, por eso elegí este plato”, desliza y agrega que en la cocina se defiende bastante bien.
“Tan finita nos va a traer problemas”, se anticipa mientras esparce grasa sobre la masa. El picadillo lo había hecho más temprano, porque Emilia tiene que alcanzar a almorzar para ir al colegio.
Mientras le da forma a la masa habla del proyecto por el que se reunió con 15 personas a las que les ofreció tallarines.
“Estamos empezando un emprendimiento con unos amigos. Alquilamos un galpón enfrente del teatro Recreo (Guaymallén) para hacer un proyecto cultural. La idea es hacer talleres artísticos con la concepción de que lo artístico no es especial, sino que es parte de la vida. Queremos que la gente vaya a las clases porque sabe que le hace bien, que le mejora la calidad de vida, que se sientan más libres -cuenta sobre sus planes-. Pretendemos hacer clases unitarias, que en el día se empiece y se termine un concepto, tiene que ver con esta tendencia de vivir el momento, el ahora”.
Y reflexiona: “En la actualidad es tanta la información que te llega, que es bueno abstraerse. Uno está tironeadado por todos lados, antes se vivía más resguardado”. Y cita a Mafalda: “Lo urgente no deja tiempo para lo importante”.
Ella y Mariana Mata, una amiga que llegó a proponerle un viaje para celebrar los 30 años de amistad, rellenan las empanadas y dan cátedra con el repulgue.
Analía aprendió a vivir de otra manera después de algunos golpes que le dio la vida, por ejemplo, uno de los más duros, la muerte de su hermana (la mamá de Abril). “Le escribí una canción y se la canté cuando la estaba despidiendo. Imaginate si después de esto, que te queda grabado en la piel para siempre, me voy a volver a preocupar por un ensayo que no salió bien”.
“Cuando uno se anima a acompañar en momentos así, los hijos van aprendiendo. Uno a veces dice ‘yo no quiero que mis hijos sufran’ ¿por qué? si es parte de la vida y lo tienen que aprender también”, desliza.
Sus primeros años
Analía pasó su infancia en La Dormida, entre viñedos y frutales (quizá por eso eligió el lugar donde vive). Las tardes de seis hermanos merendando con pan y dulce casero la marcaron a fuego. Sus padres fueron maestros y se crió en un ambiente donde hay que transmitir lo que uno sabe y siente. “Somos lo que nos dejan los adultos”. También, de aquella época recuerda lo mucho que le gustaba a ella y a sus hermanas ayudar a cortar las masas para las empanadas, enchastrándose por todos lados con harina.
Por eso “cuando me vuelvo medio loquita me vengo acá (a la cocina) hago pan, masa para tartas... ¡Ah! mirá, te vas a llevar una jaleíta de membrillo que hice hoy”.
-¿Qué es lo que te pone “loquita”?
-Cada vez son menos las cosas me ponen loca, pero me irrita por ejemplo, trabajar con gente que no tiene la misma responsabilidad que yo.
Las empanadas ya están listas. Sólo falta hornearlas.
Analía se graduó de la Facultad de Artes y Diseño con el título de Dirección coral. A lo largo de su carrera editó dos discos, dio clases, fue rectora de un colegio y siempre anda organizando algúna presentación.
“Tengo logros de vida y de profesión - dice- en el caso de los músicos están muy ligado porque se transmite lo que uno es como persona. En definitiva, todos somos mucho más que nuestra profesión”.
Ella disfruta intensamente de su trabajo todos los días. “Lo que más me gusta es compartir con otros, con músicos de otros lugares o de acá. El momento de crear también es fantástico porque le voy dando forma a una idea que después finalizan los músicos con los que la voy a tocar. El subir a un escenario exige una exposición importante, pero no deja de ser lindo mostrarlo. ¡Grabar me encanta! Como verás es todo disfrute”, agrega.
Como si esto fuera poco, también es la “manager” de la Murga El Remolino. Vendría siendo una suerte de productora y madre. “Con ellos tenemos un grupo espectacular, nos juntamos las familias, es gente muy cercana”, cuenta.
Sus hijos han mamado esas reuniones entre amigos impregandas por el arte. Juan estudia batería y guitarra y Emilia va a comedia musical. Abril, que hace sólo dos meses vive con ellos, ya empezó a agarrar la viola. “Gustavo siempre fue muy claro al respecto. Él un día me dijo: ‘Yo no sé si quiero que los chicos sean músicos, pero quiero que, por lo menos, tengan el recurso’”.
Las empanadas chirrean en el horno. Son devoradas. A cumplir con tareas maternales.